Cuando lo extraordinario se convierte en cotidiano
El régimen -que desde hace algunos años declara de forma desembozada su admiración por la Revolución Cubana y por sus íconos más conspicuos, Fidel Castro y el Che Guevara a la vanguardia- ha colocado en numerosas vallas, pancartas y afiches a lo largo del país la frase La revolución ocurre cuando lo extraordinario se convierte en cotidiano.
La oración se le atribuye a Ernesto Guevara. Este símbolo de la revolución comunista mundial quería decir que el comer bien, ir a una escuela de calidad, ser atendido en un hospital aseado y bien equipado, disfrutar de una vejez digna, transitar sin miedo por la calle y ejercer plenamente la ciudadanía, resultan un lujo excepcional en el capitalismo, de allí que de ese confort se encuentren marginados los pobres. En cambio, esos placeres que el capitalismo les niega a las mayorías desposeídas, la revolución comunista los convierte en prácticas normales, en hechos cotidianos. Los comunistas vuelven realidad los anhelos de los explotados.
Después de cincuenta años de haberse apertrechado en el poder Fidel Castro, los pobres de la isla antillana viven en una miseria más atroz que la padecida cuando gobernaba el bonchón de Fulgencio Batista y sufren una represión como la que condujo al martirio a Orlando Zapata Tamayo. Lo extraordinario es que coman carne, consigan la medicina que requieren, las escuelas estén dotadas con las herramientas tecnológicas que demanda el mundo actual, y puedan transitar libremente por las calles de a isla, sin sentir en las espaldas el acoso de uno de los miles de policías secretos que velan por la seguridad de ese Estado paranoide, que ve espías y contrarrevolucionarios hasta en la sopa.
En la Venezuela chavista lo extraordinario también se ha hecho cotidiano, solo que en algunos aspectos de una forma aún más degradada que en Cuba. Las muertes violentas en 2009 alcanzó la pavorosa cifra de 16.000 personas. Esta clase de muerte, que debería ser la excepción, forma parte de la cotidianidad. Los hechos delictivos, que tendrían que ser la excepción, se han convertido en parte consustancial de nuestra vida citadina. Incluso los delitos más espectaculares ya no sorprenden a nadie. Un día a plena luz solar un grupo de motorizados tranca la autopista Francisco Fajardo para robar a los choferes de los vehículos y sus acompañantes; en otra ocasión un comando de policías y expolicías asalta a los residentes de un edificio residencial; en otro momento un grupo de delincuentes armados atraca a los pasajeros de un vagón del metro; más allá un psicópata de 22 años de edad, quien previamente había sido enjuiciado por ejecutar un secuestro express y se hallaba sometido a régimen de presentación, perpetra un crimen pavoroso contra una madre y su joven hija; en otro momento una turba enardecida por el discurso de odio y revancha de la revolución bolivariana, se ensaña contra un par de honorables ancianos con el fin de arrebatarles las tierras a las que le habían dedicado muchos años de esfuerzo y cariño.
En otro plano, un país con enormes reservas hídricas y, en teoría, una potencia hidroeléctrica mundial, pronto tendrá que alumbrarse con velas; la principal industria petrolera latinoamericana, y una de las más importantes del planeta, está endeuda, vive en mora con los proveedores y se ve obligada a importar gasolina de Brasil; unas Fuerzas Armadas que fueron orgullo nacional por el nivel de profesionalismo, disciplina e institucionalidad que poseían luego de casi un siglo de haberse creado la Academia Militar, se ven desechas por la alteración de las cadenas de mando y por la existencia de una milicia paralela, que no obedece a la institución castrense, sino al teniente coronel devenido en caudillo.
El Presidente de la República se pasea por el centro de Caracas expropiando edificios, sin que se hubiese ordenado ningún procedimiento legal previo, lo cual es obligatorio en un país donde prevalece el Estado de Derecho; el mismo personaje se marcha a Barquisimeto y sin consultar la opinión del Alcalde, del Consejo Municipal, del Gobernador del estado Lara o de los diputados del Consejo Legislativo, procedimiento que habría sido el normal en un sistema descentralizado como el que establece la Constitución, expropia los terrenos de la Polar, convirtiendo, por obra de su arbitraria magia, una zona industrial en zona residencial.
No existe plano de la vida nacional en donde lo anormal –por arbitrario, injusto e inconveniente- no se haya convertido en ordinario. De ese modo actuaba el Che Guevara cuando ordenaba los fusilamientos en la fortaleza La Cabaña, en Cuba.
El país observa perplejo cómo lo extraordinario se transforma en cotidiano, sólo que esos episodios que se salen de la regla y forman parte de las excepciones, no encarnan la perfección de un país que ha alcanzado altos niveles de progreso material y espiritual, sino que, muy por el contrario, representan los símbolos de una nación degradada hasta el foso de la animalidad.
La siembra de odio, la destrucción institucional, la quiebra de valores éticos y normas morales, la ruptura de la tradición, están dando sus frutos: una sociedad fragmentada y descompuesta por un liderazgo que aborrece y abjura de lo mejor que los venezolanos construimos a lo largo de nuestra historia.