Opinión Nacional

Cuando la libertad de expresión es noticia

El terreno de la libertad de expresión a menudo suele ser resbaladizo. Y suele serlo porque en nombre de la libertad de expresión pueden producirse abusos e irrespetos. Como contraparte, no existe nada que garantice más el conocimiento de la verdad en una sociedad, que la libertad de prensa.

El intercambio de ideas sobre este tema nos dirige a una interminable discusión sobre el ‘deber ser’ de la libre expresión de pensamiento, y lo que ‘es’, es decir, la realidad que aparece descubierta y sin velos.

La libertad de expresión es un derecho humano y, como tal, abarca a todo el mundo y no solo a los comunicadores sociales, más aún cuando las fronteras para llegar a la opinión pública han sido traspasadas por diversos profesionales que despliegan conocimientos, ideas y opiniones y llegan al colectivo gracias a los medios de comunicación social que oscilan entre la sencillez de una estación comunitaria hasta las receptoras satelitales que cubren el planeta. Todos ellos, y con razón, defienden la libertad de expresión como un atributo de la democracia y como la herramienta que permite al hombre exponer sus ideas, cualesquiera que sean, lo que no significa, de ningún modo, que asiendo la bandera de la libertad de expresión pueda acabarse con el honor de una persona.

Existen casos emblemáticos que gracias a lo libertad de prensa exhibieron verdades que causaron revuelo en su momento. Baste como ejemplo el caso Watergate en los Estados Unidos de Norteamérica, cuya principal consecuencia fue la dimisión del presidente Richard Nixon. En la actualidad, los videos que muestran las torturas realizadas por soldados estadounidenses a ciudadanos irakíes exhiben otra realidad censurable y punible desde la perspectiva de la defensa de los derechos humanos en todo el mundo.

Podría interpretarse que ambos casos dieron a conocer verdades que afectan al mundo entero, como lo son la corrupción en altas esferas de un gobierno considerado por muchos como casi perfecto desde el punto de vista de sus instituciones públicas, y la persistencia de torturas propinadas a prisioneros en pleno siglo XXI por el país defensor de la libertad y la democracia por excelencia.

Viéndolo de ese modo, fueron más que oportunos tales descubrimientos. Sin embargo, revelar la verdad no necesariamente implica matar a un muerto dos veces. Relatar un asesinato es una cosa, pero asesinar el honor, la dignidad de alguien fallecido es deplorable. Hay verdades razonadas, consideradas y respetuosas. Esclarecer un crimen requiere sesos y, sobretodo, prudencia, pero también induce al sentido común, a la discreción, a no apartarse de la razón madurada y dispuesta a mostrarse al público sin declaraciones ni escenas innecesarias.

Respetar al público y a los protagonistas de la noticia, no encubre los acontecimientos. Exponer la noticia con aditivos de escándalo que ofenden a la persona humana innecesariamente, no hace de la libertad de expresión un bastión para luchar por nuestros derechos, todo lo contrario, sustrae rectitud y ecuanimidad a la libertad de ser, hacer y decir lo que somos y pensamos. Entonces, se pierde el foco del suceso y la libertad de expresión pasa a ser noticia.

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