Cuando el pran no está
En un juicio en el cual formé parte de un tribunal como escabino, esta palabra resonaba en la sala a cada instante. Era usada por los acusados detenidos, los guardias que los custodiaban, los empleados judiciales, los policías, el abogado defensor, el fiscal acusador y hasta por el juez de la causa. En la sala de juicios, recinto que debería ser solemne, todos conocíamos que el vocablo “pran” designa al verdadero jefe de las cáceles venezolanas, quien tiene -paradójicamente- libertades para seguir delinquiendo mientras está privados de su libertad.
Desde la cárcel se planifican y se ejecutan los más diversos crímenes como secuestros, atracos, narcotráfico, asesinatos, estafas, etc. De nada ha servido la reforma penitenciaria tan publicitada hace unos años por el gobierno chavista. Ni siquiera la creación de un ministerio específico para tratar la materia ha podido reducir la desastrosa realidad que se vive en las cárceles venezolanas.
Allí mandan los pranes. Imponen su ley, que nada tiene que ver con los códigos ni la Constitución. El pran no es el preso más inteligente ni el más culto pero si es el más vivo, quien toma ventaja de todas las fallas del sistema. Es el que no tiene escrúpulos para enfrentar a los demás, quien no tiene freno para abusar de sus compañeros de encierro. El pran debe demostrar crueldad cuando enfrenta a quien le disputa la preeminencia. No tiene moderación ni en las palabras ni en los medios a usar.
En las cárceles venezolanas, en promedio, muere un preso por día. En buena parte de esos asesinatos, ha sido la rivalidad entre pranes la que explica esa alta tasa de homicidios carcelaria. Las autoridades parecen ser simples observadores de la cruenta guerra que se lleva a cabo. Los pranes tienen su propia organización y jerarquía. Siempre hay uno que manda más que los demás.
El Estado en las cárceles ha abdicado a favor del pran. Cuando los pranes fallan en su dominio las penitenciarías son escenario de muerte y las familias presas de la angustia. Así ha ocurrido en El Rodeo, en Tocuyito, en San Juan de Lagunillas, en Sabaneta, Uribana, en todas las cárceles donde el sistema penal venezolano deposita seres humanos con sus derechos más elementales suspendidos.
Acabamos de oír unas declaraciones de un ex miembro de ese sistema judicial, el coronel Eladio Aponte Aponte, hasta hace poco presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia. Un militar que fue llevado al TSJ por la mayoría chavista de la Asamblea Nacional, quien –autoincriminándose– ha hecho los peores señalamientos de que se tengan noticia a los jueces venezolanos.
Al oírlo y verlo, los venezolanos ajenos a ese mundo de la decadencia judicial nos hemos preguntado si es así como hablan los pranes. A pesar de los títulos universitarios (hasta tiene un doctorado), Aponte dejó claro el código de su conducta, el cual no tiene que ver con texto legal alguno. Lo hace como un pran removido de su territorio. Lo mueve la venganza y tratará de llevarse a otros colegas militares en su caída.
Ya vimos cómo buena parte de los presos de El Rodeo protestaron cuando los pranes fueron trasladados a otra cárcel. Exigían su retorno para que la normalidad continuara. No importa si esa normalidad significa muerte, delincuencia, inseguridad personal, corrupción, violencia y abuso. Si el pran mayor no está, no puede garantizar la impunidad, el saqueo y la paz entre los pranes menores, dispuestos a luchar por la sucesión.