Opinión Nacional

Cual adolescente enloquecido

La gran mayoría de los adolescentes ve la vida blanca o negra: aman u odian, son los mejores amigos o los peores enemigos, están inmensamente felices o terriblemente desgraciados, no les alcanza el día para la intensidad con que viven la vida y el día se les hace eterno cuando se sienten agobiados. Se muestran dispuestos a ir a una guerra por defender sus ideales con la misma vehemencia con que defienden la paz. Sufren de los peores miedos y también toman los mayores riesgos. Cuando llega la madurez es cuando se dan cuenta de que la vida –como se ha repetido tantas veces- no es ni un extremo ni el otro, sino lo que está en el medio: una gigantesca gama de grises.

A nadie le extraña que un adolescente actúe de esta manera: sus hormonas están alborotadas, sus cuerpos están sujetos a profundas transformaciones y sus mentes procesan tantísima información que en ocasiones se les hace difícil priorizar, discriminar, decidir.

Un artículo que leí hace poco en la web ((%=Link(«http://www.latinpedia.net/Sociedad/adolescencia/Conductas-de-los-adolescentes-de-hoy-ad523.htm»,»Adolescencia«)%)) sobre la conducta de los adolescentes de hoy me pareció particularmente atinado y esclarecedor:

En un mundo cada vez más complejo, en el cual prevalece el “culto a la imagen”, los adolescentes valoran más la estética que ética; la popularidad que la verdad; la satisfacción del deseo y la búsqueda del placer inmediato, a los esfuerzos y la constancia por alcanzar los logros.

Transgredir las normas ha sido una característica de la adolescencia en todas las épocas, pero tal vez hoy sorprende la insensibilidad frente al otro y los actos de violencia que conllevan esas transgresiones adolescentes, y la capacidad de repetirlas una y otra vez incansablemente del mismo modo en que escuchan su canción preferida en su MP 3…

En estas culturas de la adolescencia predominan las experiencias emotivas y sensoriales (lo corporal, lo táctil, lo visual, la imagen, lo auditivo, etc.) Por ello no hay reflexión ética sobre si están bien o mal comportamientos como utilizar los blogs para acusar y difamar a sus compañeros de colegio, grabar a la profesora en la clase sin su consentimiento y luego sacar de contexto sus palabras para acusarla de cosas que no hizo, sacar fotos a los profesores y subirlas a distintas páginas de Internet, robar objetos a los profesores u otros compañeros de curso, repetir y repetir el mismo año del secundario en distintos colegios, etc., etc.

Al hacernos adultos, sabemos que no todos los que estaban en “nuestro bando” eran buenos, ni todos quienes pertenecían al “otro bando” eran malos. Que no todos los ricos son malos, ni todos los pobres son buenos. Que quienes piensan distinto a nosotros tienen todo el derecho a hacerlo y eso no los descalifica. Que es perfectamente normal cambiar de opinión. Que no existe tal cosa como una doctrina única. Que los seres humanos por naturaleza somos egoístas y que la solidaridad se aprende y se puede practicar manteniendo la individualidad.

No es malo que un adolescente actúe como un adolescente. Malo es cuando un adulto bien adulto actúa como un adolescente. Y peor aún cuando el adulto tiene poder. Y resulta pésimo cuando ese adulto es el presidente de un país.

Porque un presidente que cree que existe una única verdad –que por supuesto es la suya- cae en las peores arbitrariedades, incurre en las mayores injusticias, comete los más grandes errores.

Un presidente que cree que todos quienes le rodean son “perfectos”, patrocina la corrupción, apadrina la incompetencia, fomenta la ineficiencia.

Un presidente que no ve la gama de grises se vuelve fanático, dogmático, radical.

Y un país manejado por ese adulto que no creció, no puede resolver sus problemas, no puede crecer, no puede desarrollarse. Al contrario, va cual adolescente enloquecido por un auto deportivo, a 300 kilómetros por hora en el medio de la noche, a estrellarse contra un muro al final de una carretera inconclusa.

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