Crónica de una misión imposible
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Un Chávez desusadamente fuera de control irrumpió inesperadamente en Miraflores en horas del mediodía del sábado 13 de agosto. La sorpresa fue mayúscula, pues nadie lo hacía en Caracas. Su entorno lo imaginaba cómodamente instalado en su lujoso despacho volador, flotando sobre el territorio Amazonas entre Brasilia y La Habana. Pero la negativa de la dirigencia del PT brasileño a recibirlo y las crecientes desgracias de un Lula inexorablemente cuesta abajo, lo decidieron a hacer un alto, regresar a su base de operaciones y poner las cosas en su sitio en un territorio que comienza a ponérsele difícil, complejo y muy cuesta arriba: el suyo propio. No vaya a esfumársele el proyecto del socialismo del siglo XXI entre la corrupción, el descrédito y la insurrección de su propia militancia. Un escenario pavoroso, pero perfectamente posible.
Ciertamente pesaron en ese precipitado come back el arduo y minado terreno del narcotráfico, la DEA y, a ese respecto, el siempre escabroso asunto de las relaciones con la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado. ¿Cómo olvidar la triangulación Pablo Escobar – Fidel Castro – La Florida, el affaire Ochoa Sánchez-Tony de la Guardia, la triste y humillante historia del general Noriega y la satánica tentación de echar mano de una bomba endógena altamente destructiva y la única que “sólo mata gente”: la bomba de la droga? Sobre todo si se tiene presente una legitimación de ética revolucionaria de muy vieja data y alta factura: desde Lenin y el bolchevismo socialista, al perverso y vicioso demonio capitalista se le debe atacar en todos los frentes y con todos los medios, especialmente y sobre todo si degeneran su raza, multiplican ingresos y reproducen la inversión revolucionaria a la enésima potencia.
Pero si las relaciones con Estados Unidos, la DEA y el narcotráfico son ciertamente de delicadísima urgencia y ameritan un trato preferencial pues pueden conducir al callejón sin salida de una tenebrosa tentación y al fin de esta historia desalmada, el problema de fondo para el presidente de la república por ahora y hasta diciembre sigue siendo la monumental e inédita bofetada recibida el 7 de agosto. Cálculos de extrema fidelidad hablaron en ese mismo encuentro tormentoso de un 89% de abstención, la cifra más alta registrada en la historia comicial de Venezuela desde que se manejan estadísticas. Si para Fidel Castro la zafra de las 10 millones de toneladas se convirtió a mediados de los sesenta en cuestión de honor, la cuestión de honor para Hugo Chávez es por ahora la zafra electoral de diez millones de electores. Ningún medio está prohibido, ninguna fuente de financiamiento vetada, ningún artilugio electrónico superfluo ante el desafío mortal del principal trapecista vernáculo. ha decidido quitar la red y poner el trapecio a 10 kilómetros de altura. En el mejor y utópico de los casos, 10 millones de votantes; en el peor y por ahora más temido, aunque al parecer inevitable: 10 millones de votos. Porque lo de quitar la red es una metáfora poética: la red, en este caso, la pone Jorge Rodríguez con sus cazafantasmas.
Que sean 10 millones de votantes ya es una MISIÓN IMPOSIBLE. Como lo fuera la zafra de Castro. Y él lo sabe. Los 10 millones de votos, en cambio, su única posibilidad objetiva. Sobre todo y desde cuando la prestidigitación de cambiar votantes fantasmas por votos electrónicos se convirtiera en la gran especialidad del psiquiatra. Por ello, en medio de su desesperada perorata exclamó que esos 10 millones de votos había que lograrlos costase lo que costare, usando los medios que fueran precisos e invirtiendo tanto como se le pidiese. ¡A comprar votos! ¡Incluso Tupamaros! Y el financiamiento extra, Mercal, compra de votos y electores subvencionados la función de abultar a las puertas de los centros electorales. Repetir en diciembre la vergüenza del 7-A y la prórroga de los cierres de centros, cuando se le vieron los conejos debajo de la mesa a nuestro David Copperfield electoral, ni de vaina. No se trata de maquillar muertos: se trata de multiplicar los panes.
2
Para lavar la oscura sospecha y la inminente acusación de participar en el narcotráfico a escala planetaria, Fidel Castro se vio en la obligación de fusilar al mejor soldado de la revolución, el general Arnaldo Ochoa Sánchez, y a uno de sus más grandes agentes de seguridad, Tony de la Guardia. Hábil hasta el asombro, mató varios pájaros de un tiro: aniquiló en ciernes el germen de una alternativa política válida y popular en la figura del único soldado que se elevara por sobre su propia cabeza. Comprometiendo de paso a todo su estado mayor en la ignominia – los jueces que sentenciaran a muerte a Ochoa Sánchez, luego de asegurarle la vida si aceptaba el sacrificio de una confesión amañada en aras de la revolución, eran sus pares. Habían combatido con él en las sierras y playas venezolanas durante la triple invasión de Cuba a nuestro país en los años sesenta. No sólo mató en ochoa Sánchez a su emergente contrafigura: quedó al mismo tiempo ante el mundo como un implacable luchador contra el narcotráfico y dejó sin sostén las acusaciones que acumulaba la DEA.
Sólo quienes quisieran creerle podían tragarse el cuento. En Cuba, como en cualquier dictadura que se respete – y la de Castro es la más hábil, terrible y longeva de cuantas tuviera nuestro continente, tan rico en ellas – no se mueve una hoja sin el consentimiento del dictador. Por menos, infinitamente menos, Pinochet comienza a pagar sus culpas. Y si él comenzaba el día desayunando con el jefe de la DINA, su policía política, el general Contreras, quien le reportaba hasta los suspiros de toda suerte de opositores, Castro es su propia policía política. Él y su hermano dominan hasta los últimos pensamientos de todos y cada uno de sus vasallos en cada recoveco de la isla.
De modo que él y sólo él fue quien manejó los hilos de la telaraña que comenzara a urdir con Pablo Escobar Gaviria y los carteles colombianos de la droga a través de su sobrino político, el narcotraficante colombiano Jaime Guillot-Lara – casado con la hija de su hermano, el ministro de defensa cubano Raúl Castro-, quien será el contacto entre Cuba y el movimiento M-19 para invadir los Estados Unidos con toneladas y toneladas de cocaína. No era la primera vez que metía su mano en sustancias psicotrópicas. Según reporta Juan Benemelis en su libro “Las guerras secretas de Fidel Castro: “Castro siempre ha sostenido contactos y realizado transacciones con el «bajo mundo». El área de la Sierra Maestra, donde se desarrolló la lucha guerrillera contra el dictador Batista, era la principal zona productora de marihuana de Cuba. Castro no sólo permitió que en los territorios bajo su control se continuase cosechando la droga, sino que la utilizó para recoger fondos que le permitiesen adquirir armamentos. Fue a través del bandolero Crecencio Pérez, por años refugiado en esas serranías y ascendido a comandante guerrillero por el propio Castro, que tuvo lugar esta fructífera transacción comercial.”
Nada tiene de aberrante tal recurso, si ha sido la base de mantenimiento de las guerrillas castristas en Colombia, la matriz de crecimiento social y político del líder cocalero boliviano Evo Morales, socio de Castro y Chávez, así como el cultivo de la amapola y el tráfico de estupefacientes han sido medio esencial de control político y subsistencia material para las guerrillas del sudeste asiático. ¿Qué razones morales tendría Hugo Chávez para hacerle asco a ese gigantesco foco de financiamiento y desestabilización, asestándole de paso un golpe incuantificable a su enemigo mortal, el imperialismo norteamericano, en su propio territorio?.
3
Pero dejemos por un momento el análisis del escenario global para volver al problema interno, sin el cual no hay revolución nacional. En la Sagrada Trinidad bolivariana y marxista, ahora Castro es el padre y Rodríguez el hijo. Él, el Espíritu Santo. Dicen que dijo: “antes saco a mi padre de la gobernación de Barinas que a Rodríguez del CNE”. Que Bernabé Gutiérrez y Henry Ramos, que Julio Borges y César Pérez Vivas, que Felipe Mugica y Teodoro Petkoff pongan sus barbas en remojo. ¿O creen en serio y de verdad verdad que el juego en diciembre será limpio? El peligro de la abstención pica y se extiende. El del fraude es un hecho cantado.
Chávez debe acelerar a fondo, conquistar los dos tercios de la Asamblea y terminar de estrangular a la oposición mucho antes de diciembre del 2006, que sueña convertir en mero trámite aclamatorio hasta el 2030. ¿Por qué el apuro? Porque los lapsos se agotan, la revolución se desgasta, los conflictos se multiplican y el panorama internacional comienza a revertirse en su contra. La consigna, empujada por un Fidel Castro con un pie en la tumba, es perentoria: ahora o nunca.
Durante esta última gira por el Cono Sur habrá olido el tufo de la descomposición. El sueño de romper “el eje monroista”, a saber: México, Colombia, Perú, Bolivia y Chile, yace hecho jirones. Las esperanzas depositadas en la elección de José Miguel Insulza como ariete para dicha ruptura terminaron en una cruenta desilusión. En Brasil, el via crucis de Lula no parece tener fin. Las cifras de las últimas encuestas publicadas en Folha de Sao Paulo dan una holgada victoria para el socialdemócrata Serra en una eventual segunda vuelta. Lula tiene los días contados. En Bolivia, Evo Morales no remonta las encuestas y debe enfrentar un índice de rechazo del 71%, mientras su principal contendor Jorge Tuto Quiroga se afianza como el posible ganador de las elecciones de diciembre con una histórica mayoría. Y Kirchner no termina por deshacer el entuerto del peronismo: mientras Menem profundiza el cerco, ya debe cerrar filas con su otrora odiado contrincante Duhalde, así sea con un pañuelo en su nada discreta nariz. Mientras, en Uruguay se ve en la obligación de prometer lo irrealizable para satisfacer a un sensato y nada delirante Tabaré Vásquez, que toma distancias.
Se comprende el mal humor con que irrumpiera como una tromba en los apacibles aposentos de un palacio de gobierno en las penumbras sabatinas. Para colmo de males, alguien le reportó la indignación de algunos de sus seguidores, que exigen el regreso al voto manual porque desconfían de su CNE automatizado. Sin mencionar la furia de los Tupamaros y sus manifestaciones de repudio a su consentido Jorge Rodríguez. “Páguenles lo que sea con tal de que se callen”, aseguran haberle oído gritar. Por ahora, «la nevera está full». La revolución puede descansar en paz. ¿Diciembre? Demasiado distante: no se puede asegurar nada.