Crisis total y… ¿terminal?
Históricamente cuando los gobiernos son acosados por crisis, de cualquier naturaleza, sus personeros ensayan maromas para evitar el derrocamiento o, al menos, prolongarse la permanencia en el poder. Así, cuando éstas son de origen meramente político o social pueden ser superadas por la fuerza moral, formación intelectual y habilidad del estadista gobernante, salvo cuando son de origen militar y entre uniformados han logrado consenso; pero cuando a quienes corresponde enfrentarlas carecen de los atributos del estadista el desenlace previsible es el inevitable derrumbe.
La crisis venezolana no tiene origen en la enfermedad del Bellaco agonizante. Arranca desde el momento en el cual la voluntad popular, estimulada por capitostes del empresariado, lo hace Presidente de la República; se profundiza con la cadena interminable de desaciertos, el totalitarismo autoritario y la entrega vergonzosa al gobierno cubano, origen de la inviabilidad sistémica, generadora de la crisis económica que estimulará, hasta las últimas consecuencias, la inestabilidad política.
Anteriores crisis como las de 1945, 1948 y 1958 fueron de orden político. La primera y la última resueltas por vía de la conjunción militar-civil, de inspiración socialdemócrata y la segunda por el estamento militar, un golpe de Estado que dio paso a la dictadura. La de 1998, con fuerte componente político-económico, no ha concluido, pese al cambio con respeto a la Constitución. El continuismo totalitario hace prever una salida no codificada y tutelada por los militares, acorde con el libreto heredado de los libertadores.
Por supuesto que la enfermedad terminal del Bellaco agonizante ha precipitado los acontecimientos. Las medidas económicas que él y su equipo operador de la política económica-financiera tenían previstas, hubo de anunciarlas Nicolás Maduro. La devaluación del signo monetario, única anunciada por ahora, la enmascaró tras la falacia de la salvación del bolívar y su poder adquisitivo “atacado por especuladores financieros” y en defensa de los pobres. Le faltaron algunas menos salvacionista. Aumento del Impuesto al Valor Agregado, aumento del precio de la gasolina y otros carburantes, del Impuesto al Débito Bancario y a todo lo imponible. No anunció estímulo a los emprendedores sin casaca roja-rojita, ni restablecimiento de la seguridad jurídica y personal, incluyendo el derecho de propiedad y de la vida. Sin estímulos ni seguridad nadie invierte y no se crean empleos. Cumplen con el precepto Castro-comunista de doblegar a la población, obligándola a subsistir con las Tarjetas de Racionamiento otorgadas por el gobierno.
Maduro y Cabello, junto a otros muñecos de ventrílocuo son manipulados desde Cuba y controlados por el G2 instalado en Fuerte Tiuna. Fueron condicionados para informar sobre decisiones ordenadas por los hermanos Castro al Bellaco agonizante, quien es el verdadero culpable de la tragedia que se abate sobre los venezolano. De allí el ocultamiento del verdadero estado de la salud del Presidente electo, con plazo de juramentación vencido y la usurpación legalizada.
Si en el espectro institucional hubiera quien calzara alpargatas de montoneros del Siglo XIX habrían tomado, sin temblor de manos y piernas, las riendas del desbocado Estado. Porque ¿dónde está el funcionario elegido? ¿Por qué el sustituto constitucional no asume su responsabilidad y en razón de qué sin razón es válida la absurda interpretación de la Constitución acordada por el rojo-rojito Tribunal Supremo de Justicia? He allí las grandes interrogantes sin respuestas. “Por ahora”.
Dicen que el Bellaco agonizante no está en Caracas ni en ninguna otra parte. Que si en verdad hubo traslado La Habana-Caracas sería embalsamado, porque el único invisible es Dios. Sin embargo, los guasones aseguran que el Bellaco agonizante es como Papá Noel: viste traje rojo, se desplaza en las noches de invierno, regala cosas, nadie lo ve y no deja carta de renuncia.