Opinión Nacional

Crisis de nombramiento

Suelo bloquear los correos contentivos de un mensaje soez de oposición. No obstante, inevitablemente, se cuelan y uno de los últimos recibidos hace gala de tal pobreza de imaginación que el mismísimo Freud o Picasso lo arrojarían rápido al cesto de la basura, pues la ambientación fálica que pretende asfixiar al gobierno no revela una angustiosa marea del inconsciente ni los trazos podrían emularse como una gesta de la novedad. Simplemente recurrimos a aquellos prejuicios y modos miserables de ver el mundo que, con o sin Chávez, lamentablemente emergen para agravar en lugar de resolver las crisis invocadas.

Reprocho la conducta asumida por un oficial de alta graduación y, por tanto, con mayor responsabilidad pedagógica, pero igualmente me parece insoportable que alguien que carece de toda representatividad, directivo y único socio de un club de amigos que se cree expresión de la sociedad civil organizada o partido político, hable ¡y en nombre de la Coordinadora Democrática! de la condición de “meretriz” de la señora madre del general y, lo que es peor, encuentre audiencia. De modo que asistimos a una patología en las filas opositoras vecina a la del oficialismo y, en lugar de condenar las actuaciones del militar, contrarias a la constitución y a las leyes, sospechando de su ineptitud para tan delicada responsabilidad, estos especímenes duodenales dizque adversarios del gobierno, quizá por una mera circunstancia, reflejan la urgente necesidad de una correcta interpretación de lo que acontece y una adecuada caracterización del régimen, “en caliente”, como diría una distinguida articulista a la que le planteé la cuestión.

Sobrando los motivos para descreer del régimen y las razones para hacer realidad otro de perfiles convincentemente democráticos, debemos redoblar nuestros esfuerzos por hallar el lenguaje capaz de expresar lo que deseamos como colectivo. Sabemos de nuestra relativa desventaja frente a un gobierno que goza -como su mejor arma y por decirlo de alguna manera- de una Semiótica de Estado que es privilegio para versionar los acontecimientos y condicionar –así- la agenda pública, pero también debemos apostar por un inmenso esfuerzo político para que la oposición acuerde e interprete la situación nacional de modo que permita a la ciudadanía juzgarla y actuar en consecuencia.

Nos hemos contentado con adedar al gobierno, como si fuesen absolutamente inéditos sus procedimientos y no hubiera corrido la historia, en lugar de nombrarlo. Y me temo que, una vez reemplazado, además de asumirlo como el Macondo o el Yoknapatawpha de la teoría revolucionaria, acudiremos a una Pilar Ternera para adivinar lo que será inevitable pasado.

¿Por qué quisimos ver como radicalmente accidental a un gobierno que llegó en 1998, como no pudo hacerlo seis años antes, con la firme intención de quedarse?. Luego, hemos tardado demasiado en la crítica ideológica del régimen revelando una crisis del pensamiento ( que se hace ) político, por lo que no puede sorprender lo ocurrido en el terreno ético en las filas del oficialismo y en sectores minoritarios de la oposición. Observación ésta que ayuda al común, pacífico, institucional y democrático esfuerzo de reemplazo, precisamente para evitar que acontezca nuevamente lo que es una vieja pesadilla.

Hipótesis pendientes

En las duras, complejas y difíciles circunstancias, tardan las respuestas igualmente contundentes ante las dificultades impuestas por un régimen que complica hasta el más modesto gesto de disidencia. A la crisis de interpretación del presente, podemos añadir la del pasado que, frecuentemente, espera que pase de lo vivamente político a lo serenamente histórico para facilitar los dictámenes de legos y especialistas. No obstante, parece necesario remover los supuestos de aquellos enfoques que se contentan con la simple consigna y, por lo pronto, sin pretender el agua tibia, se vienen al espíritu tres casos dignos de reconsiderar.

Por una parte, lo que se ha llamado “puntofijismo”, centro de una crítica acerba de la que estratégicamente se apropió el actual oficialismo aún cuando hubo mayor derroche de talento en el campo opuesto al enjuiciar, a principios de los noventa, una etapa por entonces evidentemente agotada.

Digamos que la suscripción del pacto que viabilizó una experiencia contrastante con todo el historial republicano que le precedió, ayudó a adjetivar un período donde las fórmulas de la CEPAL gozaron de un acentuado prestigio, amén del juego institucional que abandonó las pugnas existenciales por las agonales, en el marco de la confrontación este-oeste. Paradójicamente, un sector de la crítica que accedió al poder fruto de una mayoría circunstancial, renegó de aquél acuerdo sin lograr otro que le permitiera – a su vez- darle viabilidad al muy presunto proyecto que lo inspiraba, fundado en un modelo proteccionista que fuerza en demasía a un Estado débil, incapaz de prestar el asistencialismo de otros años, convertido –como saldo- en el esqueleto, en el goce de una extemporaneidad llamado estatismo, quizá como precedente –destruidos los referentes económicos y sociales- de una experiencia totalitaria. Por consiguiente, ¿no asistimos a la degeneración dramático del denominado “puntofijismo” que es ausencia inaudita de creatividad política e histórica?.

Por otra parte, hagamos caso del “bipartidismo” tan condenado y cuyas practicas, en cuanto a la radical partidización de la vida pública, están intactas. Me parece que la democracia de 1958 no nació con los hierros marcados de AD y COPEI, omitiendo –de un lado- la movilidad de los diversos partidos y factores de poder que supieron de las denominadas “Autonomía de Acción” y “Ancha Base”, muy después “Pacto Institucional”; que la vida interior de esos partidos y factores –por otro lado- eran de una riqueza de matices y de oposiciones que el historiador y el politólogo tienen pendientes, agregándoles la conformación de sendos bloques sociales para obtener un pedazo de la renta, conformando así una línea de cooperación que trascendía la mera voluntad de dos partidos o –más exactamente- de las cúpulas gravitaciones que los distinguían; y –finalmente- para escarnio de muchos de los detractores de hoy, los agrupamientos y reagrupamientos, las combinaciones del momento, incluyendo un rincón del sistema donde fuerzas resueltamente contrarias y antes derrotadas tomaban oxígeno, reproducían los estilos, contenidos y prácticas nada místicas permitiendo el relevo del liderazgo en favor de los que menos consistencia, experiencia, probidad y materia gris mostraban: ¿acaso el elenco dirigencial “revolucionario” es el moral e intelectualmente más apto para provocar el cambio?.

Pocas veces nos percatamos que los votos automatizados, confiables y transparentes que permitieron a Chávez pisar Miraflores, también sirvieron en noviembre de 1998 para una conformación más equilibrada, quizá más sensata y de nervio abierto de las bancadas parlamentarias que luego destruyó el afán plebiscitario de un régimen que tiene una particular visión de la democracia. No olvidemos tampoco que, en la configuración de las directivas y comisiones permanentes y especiales del extinto Congreso, podían destacar aquellos partidos que no habían obtenido un relevante éxito electoral, por lo que –incluso, a sabiendas que no hay manifestación humana monolítica y compacta- sectores internos de determinados partidos podían hacer sus aportes al equilibrio global de fuerzas. Es más, ¿no estamos presenciando un proceso de descomposición del oficialismo hasta ahora frenado de un modo artificial?.

Para concluir, recuerdo una de las obras de Javier Tusell en la que comprobaba históricamente el golpe de Estado por etapas que propinó Francisco Franco en los treinta, aún cuando originalmente Burgos se dijo una reacción vocacionalmente republicana. Creo que estamos haciendo una contribución a las modalidades de ascenso autoritario, pues, el celebérrimo “goteo” corresponde más al chavismo que a sus opositores en el contexto de lo que el referido autor llamó el Estado Campamental y la teoría conspiratorial de la historia.

Hipótesis con las que debemos lidiar para que algún día la claridad toque a nuestras puertas, pues, ya son muchas las sombras que disfrutan de un imaginario colectivo que, apenas, rompe fuentes. ¿Requeriremos de Pilar Ternera, la adivinadora del pasado de “Cien años de soledad” de García Márquez?.

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