¿Contra quién militarán las milicias?
Las milicias –llamadas de forma eufemística por el Gobierno “reservas”, para equipararlas con las que existen en países sin ejército convencional como Suiza, o con una sólida fuerza armada como Francia- no persiguen enfrentar a los Estados Unidos ni a ningún otro país en una guerra asimétrica. El brazo armado del chavismo, dirigido por los generales Melvin López Hidalgo y Julio Quintero Viloria, bajo la conducción suprema del teniente coronel Hugo Chávez, apuntan hacia dos objetivos básicos en los que ya se ha insistido bastante. Uno, aplastar la oposición en el caso, que ahora luce lejano, de que se forme un nuevo liderazgo capaz de reactivar y conducir el movimiento de masas que, tras la búsqueda del rescate de la democracia, ponga en peligro la supervivencia de la revolución bolivariana. El otro, se orienta a mantener un contingente paralelo a la Fuerza Armada Nacional, con capacidad para enfrentar cualquier insubordinación o golpe de Estado que provenga de oficiales, que no estén dispuestos a aceptar la destrucción de la democracia y del propio ejército. Chávez sabe que su control de la FAN luego de los sucesos de abril de 2002 es amplio, más no absoluto. A partir de la teoría del caos, imagina a la institución castrense como una inmensa caja negra en cuyo interior puede ocurrir cualquier desplazamiento imprevisto. Si de algo sabe el comandante es de conjuras y aquelarres. Él mismo los practicó durante años dentro de una institución que se creía, por su nivel de prefesionalismo, estaba completamente subordinada al poder civil y curada de madrugonazos y asonadas. Por lo tanto, la lucha contra el imperialismo norteamericano no es más que una excusa poco refinada para constituir una guardia pretoriana, y para poner en funcionamiento el esquema ceresoliano según el cual el verdadero poder revolucionario reside en ese triángulo conformado por la relación indisoluble entre el caudillo, el ejército y el pueblo.
Sin embargo, hay un aspecto de la creación de las milicias en el que ni la oposición ni el oficialismo han reparado debidamente. La primera, porque no le incumbe. El segundo, porque por temor o ignorancia relega. Me refiero a que la milicia (y todo el resto del aparato de seguridad del Estado) podrá actuar como un factor para contener, atemorizar, disuadir o reprimir los elementos disidentes dentro de los factores que en la actualidad respaldan a Hugo Chávez. La historia del comunismo proporciona abundantes lecciones acerca de cómo los autócratas, una vez consolidados en el poder, se ocupan tanto de destruir la oposición que los adversa como la disidencia interna que se plantee leves giros de rumbo o simples relevos generacionales. Una vez barrida la oposición, los déspotas apuntan con ferocidad hacia sus correligionarios que no demuestren sumisión total o que sólo quieran asomar la cabeza para decir ¡epa, aquí estoy yo!
Stalin , el temible “Koba”, acabó con varias generaciones de dirigentes del partido bolchevique. Por la guillotina del Secretario General pasaron Trotski, Bujarin, Kamenev, Zinoviev. Toda la vieja guardia de la organización fundada por Lenin, fue masacrada por quien en sus inicios como militante comunista no pasaba de ser un segundón, al que los grandes líderes veían con indiferencia o con menosprecio. La menor sospecha de rivalidad o competencia con el amo absoluto del poder, conducía a la “purga” implacable a cualquier dirigente, no importaba cuán encumbrado se encontrara, pues las jerarquías eran establecidas a capricho por el dictador. Mao Zedong no fue diferente. Su colaborador más cercano durante largo tiempo, Lin Piao, fue despachado al otro mundo junto con su familia cuando el antiguo compañero de ruta demostró una vocación distinta a la de siervo. La Guardia Roja, bajo la conducción directa de Mao, no fue armada para arrasar la oposición, para la época inexistente, sino para aniquilar toda manifestación de descontento dentro del Partido Comunista Chino. La Revolución Cultural, con los guardias rojos como ariete, fue una inmensa y monstruosa operación concebida por el “Gran Timonel” para desaparecer del mapa todo vestigio de disidencia interna, claro que con la excusa de acabar con ese “tigre de papel” que era el imperialismo yanqui. Fidel Castro, para ir esta vez al trópico, no dejó con hueso sano a sus antiguos compañeros de Sierra Maestra o a quienes, más tarde, sobresalieron en la lucha en África.. Huber Matos, Carlos Franqui Arnaldo Ochoa, Norberto Fuentes, fueron execrados de las filas de la revolución y enviados al cementerio, a la cárcel o al exilio, según los casos, cuando mostraron los primeros síntomas de autonomía. Desde que ocurrió, se dice que el “accidente en el que murió Camilo Cienfuegos, actuó la mano larga de Fidel. Sólo han sobrevivido quienes demuestran a diario una fidelidad perruna al doctor Castro. En todas estas experiencias las milicias, las guardias pretorianas, enlazadas en un intrincado aparato de seguridad, se han colocado al servicio de la permanencia del caudillo en el poder.
En el comunismo, así sea neocomunismo (el posterior al derrumbe de la URSS), el “terror rojo”, el “terror revolucionario”, se ejecuta por etapas que pueden sucederse o coexistir: primero liquidan a la oposición, más tarde a la disidencia; o actúan simultáneamente en ambos frentes. De allí que los militantes del MVR que hoy celebran la formación de las milicias, pero anidan algún sentimiento democrático, pecan de ingenuidad. No les espera un destino mejor que el de la oposición. Así es que Diosdado y Jesse, por su seguridad, piensen en relevar a Chávez mucho más allá del 2021.