Contra la intolerancia de los perseguidos
Dicen las agencias que más de 100.000 manifestantes protestaron en Jerusalén contra el plan del primer ministro israelí, Ariel Sharon, de evacuar todos los asentamientos judíos de Gaza y algunos de los de Cisjordania, y pidieron que la retirada hebrea sea sometida a un referéndum nacional. Sharon ha expresado que la retirada fortalecerá la presencia israelí en las áreas de Cisjordania donde viven la mayoría de los colonos, pero los líderes de estos advierten de que una vez que el Estado judío comience a evacuar los asentamientos, la presión internacional forzará a su país a que se marche de todos.
Ocultan que muchas de esas “áreas de Cisjordania en donde viven la mayoría de los colonos judíos” no les pertenecen porque son fruto de una invasión militar y de una anexión injusta denunciada por el Consejo de Seguridad de la ONU. El paso del tiempo no podrá legitimarlas ni podrán aducir que ya habían construido colonias israelíes en ellas. Y mucho menos aducir el pretendido derecho de defensa, no reconocido en derecho internacional ni en el de guerra, como tampoco lo es el de guerra preventiva. Esa fue la torpe excusa de los invasores de pueblos que querían conquistar: hablaban de “fronteras naturales” o de “espacio vital” o de “garantizar nuestras fronteras o nuestra seguridad”.
Es preciso llamar a las cosas por su nombre para saber de qué estamos hablando. No es lo mismo judío que israelí. Judío-hebreo-israelita son sinónimos. Dice relación a una tradición cultural-religiosa-histórica, no a una pretendida raza. Israelí es el ciudadano del Estado de Israel que puede ser judío, cristiano o musulmán; de izquierdas o de derechas, ortodoxo excluyente o liberal o socialista.
Estar en contra de la política del actual gobierno del Estado de Israel no significa ser antisemita. Aparte de que semitas también son los árabes y otros pueblos de la zona, es posible estar en desacuerdo con una política del más extremista sionismo sin por eso tener que padecer sus ataques orquestados y su reacción de intolerancia. Estudiosos, académicos y profesionales podemos disentir y denunciar las políticas de conquista por Estados cristianos de toda América, de África y de muchas zonas de Asia sin que por eso nos sometamos a otros juicios que a los del debate limpio y documentado. La fuerza que tenemos para juzgar las persecuciones de los judíos en diversas ocasiones nace de la libertad y del derecho que tenemos como ciudadanos. La gran operación de marketing que han puesto en marcha desde hace unos años corre peligro de afectarles en boomerang por empacho y por la pretensión de ser las únicas víctimas de la historia.
Parece que nada puedan reclamar los millones de indígenas americanos explotados, asesinados y destruidos en sus propias raíces, los centenares de millones de africanos que padecieron durante siglos la opresión injusta de los colonizadores europeos en nombre de su religión y de su cultura. Los pueblos de Asia sometidos por holandeses (Indonesia) Francia (Indochina) Gran Bretaña (India ente otros muchos)o Portugal (Indico, además de Angola, Mozambique y Brasil) o que padecieron la opresión china o japonesa están en espera de la reparación debida. La pretensión de considerarse a sí mismos como “pueblo elegido” sólo puede ser respetada en el ámbito de sus conciencias o de sus relaciones privadas. Nunca imponerla a las demás sociedades. Que no se trata de raza alguna lo demuestra que hay judíos rubios y blancos, morenos y de ojos negros, de piel negra y pelo ensortijado o lacio, creyentes y ateos, agnósticos y extremistas. La ciencia moderna nos dice que no hay más que una raza, la raza humana. No existen razas superiores, como pretendieron los arios en la península indostánica o en la Alemania nazi. Ni religiones superiores a otras y con derecho a imponer sus creencias. Hay que decir basta a las pretensiones de israelitas, de cristianos o de musulmanes así como a iluminados movidos por otras ideologías. Al igual que a un pretendido laicismo que olvidase que la laicidad es otra dimensión que no pretende imponer nada ni perseguir a religión o creencia alguna.
Es hora de reconocer con toda honestidad que los judíos no son las únicas víctimas de la injusticia, del terror o del exterminio. Pretender que en los Parlamentos de Europa se distinga entre víctimas es peligroso. ¿Cuándo se celebra en esos parlamentos el día de las matanzas de Ruanda y de Burundi, del apartheid, de la esclavitud, del exterminio de indígenas y de tantas y tantas atrocidades? Mucha gente de bien piensa que se están pasando en su campaña de relaciones públicas. Los campos de concentración y los exterminios son condenables, todos y en todo tiempo y lugar.
Nadie puede imponernos la creencia en el mito cultural de la elección de un pueblo o raza, porque ese es el origen del racismo más pernicioso. Unos, elegidos y los demás, todos los demás, goyyim, extraños al pueblo elegido.
Deberíamos de preguntarnos por qué en contextos tan diferentes ha habido incomprensiones, intolerancias y excesos abominables. Entiendo que debemos de buscar entre todos la luz que brota del debate, del estudio y de la búsqueda de la verdad y de la justicia y no del apasionamiento y de la prepotencia. Ese fue el mensaje de sus más preclaros profetas.
Y es obvio reconocer que el personaje histórico que más admiro es un judío llamado Jesús de Nazareth.
José Carlos García Fajardo
Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
Director del CCS