Contra la “estética” chavista
Con todo respeto hacia aquellas personas que se reivindican, honestamente, partidarios de ostentar el adjetivo que desde hace una década intenta, vanamente, regir las relaciones perceptivas y sensoriales de la artisticidad en nuestro país; dificulto que “la vanguardia cultural” de la “revolución” bolivariana haya leído sesudamente, con metódico ardor y pasión intelectual, las reflexiones de Pisarev, por ejemplo, sobre arte y literatura, dudo mucho que el Ministro veterinario de (in)cultura conozca, en profundidad, el respetable legado estético que heredó el país de aquellos “alegres desahuciados” integrantes del Techo de La Ballena, Tabla Redonda, o La Pandilla L`autremont. Podría sintetizar el asunto así: De “lectores” mediocres de manualitos “revolucionarios” tipo Las cinco tesis filosóficas de Mao Tse Tung, o de librejos tóxicos como Los principios elementales del materialismo histórico, no puede obviamente salir una idea que más o menos valga la pena ser tomada en serio.
La noción de arte que se intenta implantar desde el andamiaje institucional del país a todas las esferas de la sociedad venezolana en nombre de la libertad de creación, está más cercana a una tautología dogmática y ortodoxa legataria de los apolillados manuales seudomarxistas tristemente editados por la desaparecida Academia de Ciencias de la URSS que la idea de creación artística que recorre las aceras del orbe en estos tiempos complejos y vertiginosos del homo informaticus y homo videns de la sociedad planetaria McLuhaniana. Cada día que transcurre en Venezuela la idea de arte endógeno se revela más inviable e impertinente para la comprensión de las urgentes y desafiantes aristas que plantea nuestra compleja realidad socio-antropológica local. Nunca los particularismos esencialistas y rabiosamente fundamentalistas que reclama para sí eso que se asume con el gaseoso nombre de chavismo devino salud psíquica y anímica para un colectivo de dimensiones nacionales. Ni Bolívar, que bebió de las egregias fuentes político-filosóficas del enciclopedismo voltaireano. A todas luces, ¿qué gana un país mirándose el ombligo narcisistamente en nombre de un chovinismo patriotero, cerrando sus fronteras a los libros y bienes culturales producidos en el mundo europeo y anglosajón con el endeble argumento de proteger la industria editorial nacional? ¿Cuál?
No me cabe la menor duda; el recientemente inventado experimento improvisado “Plan Revolucionario de Lectura” lleva la impronta de su consubstancial fracaso, pues el goce estético y espiritual del “fablar con los muertos” no es tarea del Estado; máxime cuando el carácter de este último es vocacionalmente totalitario y fascista aunque se atavíe con oropeles ideológicos y banderines “bolivarianos”. Como dice Pierre Clastrés en su siempre vigente obra “La Sociedad contra el Estado”, mientras el Estado representa unos intereses inconfesables, la sociedad comporta unos diametralmente opuestos.