Opinión Nacional

Contra la abolición de la historia

Al inicio del nutridísimo libro de Manuel Caballero: Contra la abolición de la historia (Caracas: Alfa, 2008.195 p.) debemos colocar su observación: “Mi afán es el de comprender la sociedad que hemos vivido, la sociedad que vivimos; cómo somos y por qué somos hoy como en efecto somos” (p.180-181). Es por ello que examinar “la palabra escrita y hablada(es) nuestra inquietud primera”(p.58). Y lo hace siempre desde un apotegma: “no estudiar períodos sino problemas”(p.58). Y además lo hace consciente de que “El historiador es un hombre del presente, y se ocupa sobre todo, al contrario de lo que se cree, de los problemas que el presente le plantea”(p.179).

Sustancial y sustancioso es el ensayo central, el que le da título a este tomo. Este fue su Discurso de Incorporación a la Academia Nacional de la Historia(julio 28,2005) y circuló en el opúsculo correspondiente(Contra la abolición de la historia. Caracas: La Academia, 2005. 51 p.). Es por ello que Caballero anota que es un contrasentido, un imposible: “abolir la historia para suplantarla por un batiburrillo ideológico donde poco o nada importa a la búsqueda de la verdad histórica” (p.40). Y se interroga: “¿es posible que haya quien sea tan descocado como para pretender que se pueda abolir la historia, que se pueda tapar el sol con un dedo?” (p.30).

Y es la comprensión de esta imposibilidad lo que lo lleva al espléndido estudio sobre seis frases del Libertador que han sido malinterpretadas y tergiversadas. Por ello apunta al examinarlas: “intentaremos analizar algunas de las interpolaciones de lo que podríamos llamar los copistas de la Historia Sagrada del Bolivianismo” (p.14). Estos dichos son “Si la naturaleza se opone, lucharemos con ella y haremos que nos obedezca”(marzo 26,1812); la parte principal del juramento de Roma(agosto 15,1805); “Nosotros somos un pequeño género humano” de la Carta de Jamaica(septiembre 6, 1815); “Mi delirio sobre el Chimborazo”(¿1822?), posiblemente no escrito por el Libertador, nunca se ha encontrado el manuscrito original, aunque es sin duda también un bellísimo poema en prosa, de cariz hondamente político. Si es de 1822, como se supone, de hecho existe un manuscrito hecho en Loja, Ecuador, el 13 de octubre de 1822, día que Bolívar estaba en esa ciudad, es anterior a la “Alocución de la poesía” de Andrés Bello(abril 16,1823) y así sería el primer poema venezolano como nos los hizo ver Ida Gramcko(1924-1994); “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias en nombre de libertad”(agosto 5,1829) y “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos”(diciembre 10,1830). Los análisis que de cada una de ellas hace Caballero son en todo sentido precisos y preciosos.

Poro sobre las frase relativa a los Estados Unidos creemos, ni negar el juicio de Caballero, que es necesario, pasados ciento ochenta años de haber sido dictada, tener en cuenta esta observación de Octavio Paz(1914-1998): ”(los Estados Unidos) cada vez que han visto en peligro sus intereses; según su conveniencia, han ayudado a las rebeliones o han fomentado a la tiranías…los Estados Unidos han sido uno de los mayores obstáculos con que hemos tropezado en nuestro empeño por modernizarnos…Desde el siglo XVIII la modernización ha querido decir, para nosotros, democracia e instituciones libres…los Estados Unidos han sido, en América Latina, los protectores de los tiranos y los aliados de los enemigos de la democracia”(Citado por Enrique Krause: El poder y el delirio. Caracas: Alfa, 2008,p.324). En esto se ha cumplido aquella frase de Bolívar, ojo avizor siempre, analista político de lo que veía el suceder de cada día y lo por venir. Con esta observación no pretendemos negar el hondo análisis de esta frase, tan citada por el chavismo fuera de contexto, hecha por Manuel Caballero aquí sino añadir una observación más, vista la oración de Bolívar más allá de la circunstancia de 1829 y a la luz de los actos de América del Norte en América Latina desde la Independencia, desde cuando actuó como lo indica el maestro Paz, haciendo siempre verdad aquello que dijo el Secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles(1888-1959) en Caracas en 1954: “Nosotros no tenemos amigos sino intereses”. Fue durante la Décima Conferencia Interamericana, en ella se preparó el derrocamiento del gobierno democrático que en Guatemala presidía Jacobo Arbenz(1914-1971). Pero los ejemplos se podrían ampliar. Y siempre el Libertador seguiría teniendo razón.

El segundo ensayo de Contra la abolición de la historia es su certero estudio sobre el siglo XX. Este tuvo antes una edición original en folleto: Maldición y elogio del siglo XX. (Caracas: Celarg, 1998. 73 p.). En el teje una serie de reflexiones sobre esta centuria en nuestro espacio histórico, tiempo que estaba por terminar, le quedaban tres años más, cuando Caballero pronunció esta disertación en la “Cátedra Rómulo Gallegos” del “Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos”, precisamente en 1998, año muy fructífero intelectualmente para él, año en que se definió también, para nuestra desgracia, otro camino para nuestros avatares políticos.

En esta conferencia se propuso Caballero examinar al unísono hechos mundiales acaecidos en el siglo XX para así mejor interpretar los venezolanos. Quiso especialmente “no estudiar períodos sino problemas”(p.58), “no estamos hablando de sucesos, sino de procesos”(p.78) acota. Y define su trabajo al escribir: “Estas páginas no habrán sido escritas en vano si ellas contribuyen a reconciliar a los venezolanos con su siglo veinte, siglo de la paz y del descubrimiento de la democracia”(p.108). Desea ver al siglo XX “con su acumulación de grandezas y bajezas, de fortalezas, de condena y absolución”(p.56).

Para Caballero el siglo XX se sucede entre la Revolución Bolchevique(noviembre 7, 1917) y la Caída del Muro de Berlín(noviembre 10,1989). Entre el nacionalismo y la democracia. Fue la revuelta leninista la que “disparó la eclosión de los nacionalismos del siglo XX”(p.64); período que tiene a la Segunda Guerra Mundial(1939-1945) como su acontecimiento más sombrío, “la guerra mas sangrienta de la historia”(p.4); tiempo en el cual a partir de 1945 se inició “uno de lo más largos períodos de paz”(p.56) y la “extensión o cuando menos la aceptación generalizada de la democracia como el mejor régimen posible”(p.69-70).

Lo han marcado, repetimos, dos tendencias: nacionalismo y democracia, “Opuestas y combinadas, ellas han llevado al siglo a sus más terribles pero también a sus mejores momentos; a las más mortíferas guerras que haya conocido la humanidad, pero también a un largo período de tregua relativa, que un realismo escéptico pero generalizado prefirió no llamar paz, sino “guerra fría”(p.57).

Como en la sociedad del nacionalismo se produce aquello que se ha llamado “la vanidad del mal”(Hanna Arendt) en la guerra fría se realiza “el mal absoluto”: la bomba atómica, los horrores de Pol Pot(1928-1998) en Camboya, las matanzas en África, el integrismo musulmán, la derecha sionista que ha impedido que progrese la instauración de la paz en el Medio Oriente, los desaparecidos en el Cono Sur latinoamericano; el terrorismo de los movimientos islamistas, llevados a su máxima potencia con el estallido de la “Torres gemelas” de Nueva York(septiembre 11,2001). Pero también es de nuestro tiempo la perversión de la democracia que no es otra cosa que la demagogia; se han impuesto la intransigencia, la intolerancia y el integrismo, aunque existe ya “la conciencia…de que el fanatismo es el mal, y la tolerancia y la razón le son superiores”(p.72-73).

La primera mitad de la centuria vivió la “exacerbación de un nacionalismo enfermizo y tendenciosamente opresor, que culminó en la gran tragedia del Holocausto…A partir de 1945, los problemas del nacionalismo pasan a un segundo plano en Europa, pero se convierten durante los próximas tres décadas en el centro de atención de los países periféricos, las antiguas colonias y semicolonias entre los cuales dos, India y China, son los países más poblados de la tierra”(p.57).

Después de 1945 también “la liquidación de los imperios coloniales y la emergencia de los nuevos países que, sobre todo en Asia(China, India) entraban a la historia con ese nombre propio que les había sido borrado u oculto por siglos de dominio y opresión”(p.57).

Este tiempo ha sido testigo de amplios avances científicos y tecnológicos, “pero también de su utilización perversa…es imposible decir si el grado de crueldad, de insania, de perversidad haya sido mayor que en épocas anteriores”(p.58).

En Venezuela el siglo XX es presentado a partir del hecho de haber sido el nacionalismo el que precedió a la formación del Estado-Nación durante la independencia, la cual “mas que una guerra nacional…(fue) guerra social, una guerra de clases”(p.59).

Así el Estado-Nación fue una creación del siglo XX, nacida bajo una dictadura “porque los cambios históricos verdaderos rara vez son consecuencia directa de una revolución”(p.60), muchas veces, apunta, “el producto inmediato de una revolución sea llevar la sociedad a una situación peor que la que se quería corregir”(p.61); en cambio “nuestro siglo XX…ha conocido la transformación…mas radical de toda su historia sin disparar un solo tiro”(p.61).

En Venezuela el pueblo, que es entre nosotros, recalca Caballero, sinónimo de Nación, conquista un régimen libre el cual le ha permitido vivir “desde hace casi sesenta años casi siempre en democracia”(p.59). Aunque a este período “podemos maldecirlo y elogiarlo con igual fuerza”(p.60) como anota Caballero.

El fin del siglo XIX encontró al país en honda crisis en la que prácticamente el país se disolvió: guerras civiles, partidos políticos enfrentados, deuda externa, disolución ética.

En cambio el siglo XX, explica ampliamente Caballero, es una de las tesis centrales de su meditación histórica, expresada en varios libros y en muchos artículos, nuestras mayores conquistas fueron la paz(julio 21,1903) y la democracia(febrero 14,1936). La segunda no fue la “culminación de un proceso, sino(el)comienzo de otro”(p.79) la cual nos llevó a un siglo sin guerras. Por ello para Caballero el siglo XX se divide en dos: antes del 14 de febrero de 1936 y después de ese día, fecha en que se instala el “proyecto nacional democrático”(p.60).

Esto lo hizo posible otro proceso: el de la conquista de la unidad nacional: suceso, para él, desde el 9 de diciembre 1902, el de la proclama de Cipriano Castro(1858-1924), redactada por Eloy G. González(1873-1950), “La planta insolente del extranjero”, durante el bloqueo de nuestras costas por naves extranjeras, momento en que el país se cohesionó más allá de partidos y banderías personales. Fue uno solo. Y la práctica se arraigó. Así el camino hacia la integración estaba trazado. Gómez lo lograría dejar plantado gracias al Ejército Nacional que “Más que para defender al país frente a un hipotético enemigo…se forma para mantener la paz al interior de las fronteras”(p.82).

El petróleo será el gran aliciente de numerosos cambios, especialmente, dice Caballero, a partir del 31 de julio de 1914, cuando se tuvo certeza de su existencia en grandes cantidades. Para él la corrupción administrativa “no la engendra el petróleo, sino el dinero”(p.90).

La crisis más fructífera del siglo XX, como lo enfatiza varias veces, fue el 14 de febrero de 1936. Ese día “la calle pide la palabra”(p.95), “afloró la mentalidad democrática”(p.96). Su resultado “se extiende hasta hoy: así como nadie quiere volver al viejo país de las guerras civiles, todo el mundo quiere vivir en democracia”(p.97), aquel día “se enterró…el terror a la represión y…(al) despotismo, sino también (a) la anarquía y la guerra civil”(p.97), por ello fue un “día ejemplar”(p.99). Así democracia y paz ha habido a partir de allí, incluso en los dos días de 1992, dice Caballero, en los que los insurgentes(4 de febrero y 27 de noviembre) creían contar con el apoyo de la mayoría por ser en aquel momento “un pueblo desilusionado y enfurecido”(p.101). Pero nadie salió a respaldar a los golpistas. Las calles estaban vacías. La mortandad de ambas fechas es imperdonable. Tanto del lado de los que estaban armados como de lado del gobierno. No se puede olvidar la masacre de los presos del “Retén de Catia” perpetrada la noche del 27 de noviembre de 1992.

Los otros tópicos que toca en Contra la abolición de la historia son: el relativo a la igualdad y a la libertad; el sentido de ser latinoamericanos; las figuras de Bolívar y Betancourt. Se cierra el volumen con una conversación de Caballero, otra vez sobre nuestro siglo XX, en donde deja trazado el esquema para la realización de un libro que debiera titularse Venezuela en el siglo XX, nadie mejor preparado para escribirlo que el propio Caballero. Ese palique forma parte de ese grande esfuerzo de comprensión de nuestro siglo XX, dirigido por el economista Asdrúbal Baptista, es la obra Venezuela siglo XX: visiones y testimonios(Caracas: Fundación Polar, 2000. 3 vols) en el que habrá mucho que meditar porque es un libro que nunca se termina, que nos acosa con sus lúcidos interrogantes. Allí se insertó por vez primera el diálogo con Caballero(t.III,p.453-477).

Sobre los términos libertad e igualdad vuelve Caballero a la meditación en torno a la democracia que ha sido uno de los puntos focales de su reflexión como historiante, como le gusta llamarse(p.112), en estos años trágicos, “vivimos un momento de gran confusión”(p.117) dice con razón. Y ese tópico es a la vez reflexionar sobre la democracia, en particular en las virtudes de la venezolana y sobre todo hacerlo de forma sustancial, distinta a los “discursos largos e insustanciales”(p.110). La meditación sobre este tópico, con los elementos de la historia en las manos es fundamental porque la democracia es el sistema de vida de los venezolanos, modo de existir contra el cual se viene conspirando desde el 4 de febrero de 1992 pero muy especialmente desde el 2 de febrero de 1999 cuando el neo-caudillo entró en el Palacio de Miraflores, vino aquel día por el único camino por el que anda, y andará, Venezuela: el constitucional, el electoral y por lo tanto pacífico que él ha intentado disolver desde la casona de Misia Jacinta. No hay otro entre nosotros desde el 21 de julio de 1903. Y ello pese a grave ruptura de la paz que se viene sucediendo en el Alto Apure, sitio tan lejano a Caracas que aun no hemos reparado en aquellos terribles sucesos, a la alianza allí entre el gobierno, la guerrilla colombiana y el narcotráfico. Esto nos lo ha permitido ver en todas sus connotaciones el periodista Juan Carlos Zapata en su angustiante libro, una novela-verdad, Doña Bárbara con Kalasnikof(Caracas: Alfa,2008. 239 p.).

En su trabajo anota Caballero: “la cultura democrática tiene en el mundo apenas dos siglos, y así como en nuestro país el autoritarismo comienza con nuestra historia, la cultura democrática comenzó a extenderse hace apenas sesenta y cinco años”(p.113). Y subraya: “el autoritarismo suele referirse al dominio de un solo hombre y la democracia a una participación cada vez mayor del colectivo”(p.113).

Democracia “no significa una sucesión de gobiernos democráticos o pretendidos tales, sino la conciencia social de una libertad-liberación y de una igualdad-liberación que no dependan de la voluntad de los de arriba, sino de los de abajo, de la sociedad todo”(p.117. Subrayado nuestro).

Y sobre el segundo punto escribe: “Se suele decir que la historia de nuestro pueblo, particularmente en el siglo XX, es la historia de la lucha por la libertad. Eso es cierto sólo en parte. Lo que caracteriza nuestra historia es una lucha por la libertad y la igualdad; pero eso no siempre va junto, y muchas veces ambas aspiraciones se encuentran y hasta se oponen”(p.114). Y explica porque: no basta enunciar la libertad en los textos legales(los del Preámbulo y los artículos 1-9 de la Constitución de 1999 son hermosos pero nadie, ni siquiera el gobierno los cumple, son un montón de mentiras y escorias), “la libertad no tiene sentido sino logra resultados tangibles y terrenales y se impone por la voluntad y la acción del conjunto de la sociedad…igual cosa podría decirse de la igualdad. Si la libertad otorgada no es libertad(pues está condicionada a la voluntad de quien la otorga; lo mismo puede decirse de la igualdad. Una igualdad otorgada no tiene ningún sentido si quien otorga)”(p.116). Y ello porque “Hasta ahora las únicas libertades reales y sólidas han sido las conquistadas por los pueblos. También se puede decir pareja cosa de la igualdad”(p.116).

Remata Caballero señalando: “En la historia de Venezuela, mientras se estuvo luchando a ciegas por la igualdad, sólo se conoció la guerra, la anarquía y la ruina. Solo a partir del momento en que, ya en el siglo XX, se comenzó a comprender que la lucha por la igualdad era inseparable de la lucha por la libertad…se pudo avanzar en la consecución de ambas cosas; y con todas las imperfecciones, las injusticias y los atrasos, la libertad y la igualdad han dado pasos muy grandes, si comparamos la situación con la del siglo XIX…”(p.118). Aquí la historia, como siempre lo es, es faro que ilumina el camino, claro, siempre que sea crítica y que no se salga de los fueros que le son propios.

Y el deseo una y otra vez aparecido en las tertulias de sobremesa de los venezolanos, hombres y mujeres, angustiados por nuestro futuro, “Y esa igualación por arriba sólo se consigue a través del desarrollo de la educación, de la formación intelectual, del trabajo tesonero”(p.118). No hay otro camino: las mismas luces y virtudes sociales que pedía don Simón Rodríguez(1769-1854), el sabio a quien nadie ha hecho caso. Hoy los que están en el poder lo proclaman como uno de sus santos laicos: pero no lo han leído. Si lo hubieran hecho y hubieran tomado algunos de sus consejos políticos gobernarían de otra manera. Pero don Simón sigue sólo, aislado, en su isla, como lo vio el maestro Arturo Uslar Pietri(1906-2001), quien también habitó en la suya: sus admoniciones nunca fueron escuchadas.

En los dos capítulos que siguen examina a Simón Bolívar(1783-1830) y a Rómulo Betancourt(1908-1981). No hay que olvidar que el historiador norteamericano Robert Alexander escribió que el guatireño había sido el venezolano más importante después del Caraqueño.

Lo que más le interesa aquí a Caballero es mirarlos a los dos como figuras históricas, hijos ambos de un proyecto bien formulado antes de la acción y luego puesto en práctica.

Cuando seguimos a Caballero, siempre agudo y zahorí al explorar sus temas, mirando a Bolívar y a Betancourt compremos la relevancia de estos y su observación: “que un acontecimiento se revele histórico…lo es si desencadena o revela un proceso que impacte a la sociedad entera” (p.149). Y estas dos personas, polos de la acción de Venezuela lo fueron. El uno al crear la independencia política, el segundo al perfeccionar el proceso democrático que tiene como fechas polos: 1810: independencia, 1863: Decreto de Garantías, 1936: parto de la democracia, marcha y protesta, pero escuchada por el mandatario, quien esperó a sus líderes en Miraflores. El general Eleazar López Contreras(1883-1972), con quien el país tiene deuda impagable, él sabía que la primera obligación del que tiene poder es escuchar. Y lo hizo aquella tarde, una de las horas estelares del país, y del conductor de aquel levantamiento de voces: Jóvito Villalba(1908-1989).

En cuanto al hecho de que ambos, el Libertador y Betancourt, tuvieron un proyecto antes de gobernar nos lleva Caballero también en su exposición por senderos que insinúan otras meditaciones: tuvieron proyectos pero estos a la larga resultaron frustrados. Veamos: a Bolívar le siguió José Antonio Páez(1790-1873) quien, pese al gran valor de lo que significó el “régimen deliberativo”(1830-1847), terminó dándole la espalda al proyecto e insurgiendo contra él. Y escogió mal a su sucesor: José Tadeo Monagas(1784-1868). Y Rómulo, con ser lo que fue, cosa que hoy comprendemos más, que fue un político agónico en su amor por Venezuela, el del “fiero amor” que dijo Ibsen Martínez, como lo fue el Libertador, “Venezuela es el ídolo de mi corazón”(noviembre 26,1829) escribió a un amigo(Cartas del Libertador. Caracas: Fundación Vicente Lecuna/Banco de Venezuela,1969,t.VII,p.393). Betancourt no pudo lograr poner frente a la corrupción administrativa y escogió mal al sucesor: Carlos Andrés Pérez, en cuyas manos, al final del año fiscal 1977, años antes de que Chávez apareciera, frustró el proyecto de 1958(p.190) y comenzó el deterioro. Fue el final del proyecto formulado desde los años veinte por Betancourt en el exilio, 1931 y 1932 pueden ser fechas características: por el Plan de Barranquilla y por Con quien estamos y contra quien estamos. Ya en Venezuela encontró el aliado perfecto: Rafael Caldera. Fueron un binomio, con ellos nació la democracia contemporánea, cosa bien reconocida hoy internacionalmente. Pero la mediocridad, la falta de ideales, del pupilo sin formación acabó con todo. Los de Caldera, Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz, porque no llegaron a la presidencia nada malo pudieron hacer, aunque Álvarez Paz fue un magnífico gobernador del Zulia. Y ante ellos tuvo razón el viejo líder socialcristiano: no están preparados, no han madurado aun, decía. Acertó.

Por esto hay que pensar creemos en la meditación personalísima, producto de muchas cavilaciones nuestras, que sigue: Debemos utilizar aquí la palabra “tragedia”, para tratar el punto, porque quien estudie la historia de los presidentes del país, la forma como han fracasado en Venezuela cada uno de los mandatarios que se prepararon para actuar y llegaron a la presidencia formados y con un proyecto de acción. Si el grave concepto lo aplicó Tomás Polanco Alcántara(1927-2002) a Antonio Guzmán Blanco(1829-1899), quien quiso convertir el desierto que éramos en un vergel, es válido también para José María Vargas(1786-1854) y Rómulo Gallegos(1884-1969), este último fue quien esbozó, en 1909, en las columnas de la revista La alborada, el programa de la Sociedad Civil. Y luego para Rómulo Betancourt y Rafael Caldera quienes pese al proyecto de acción, acompañado con el testimonio de vida, no lo pudieron realizar porque todo lo insano de la sociedad venezolana se les impuso, fue la presencia de los mediocres, de los malos hijos de Venezuela los mismos que antes frustraron el proyecto de Guzmán, especialmente aquel personajito que fue el doctor Raimundo Andueza Palacio(1846-1900) en cuyas manos se perdió en 1892 la paz de la república cuidadosamente e implacablemente lograda por el general Guzmán Blanco quien sabía que sin paz nada se podría construir sólido, de allí el elogio de paz que hace Caballero en un pasaje de este estimulante libro(p.9). El proyecto de la democracia, que logró ser, desde 1985, el régimen político más longevo de toda nuestra historia, se perdió en quienes no comprendieron el “proyecto Betancourt-Caldera” que lo sostenía. Y la democracia se perdió en los brazos de la corrupción y en las manos de los adecos y copeyanos que creyeron que siempre gobernarían, que nadie escucharon, ni siquiera las voces más sensatas del país democrático que se alzaron desde al menos 1980 para llamar la atención sobre la necesidad de un cambio de brújula. Y así se perdió otra vez dramáticamente lo pensado y estructurado por el dúo Betancourt-Caldera, cosa ya hoy reconocida internacionalmente desde la pluma del gran historiador británico Hugh Thomas cuando escribió: ”La democracia venezolana es una gran creación de la década de 1960, y tiene en sí algunos elementos de plutocracia, a pesar de lo cual es un sistema con muchos méritos que honra a sus creadores Rómulo Betrancourt y Rafael Caldera”(Una historia del mundo. Barcelona: Grijalbo, 1982,p.576, nota). Todo esto fue posible porque lo que ha estado presente siempre en Venezuela es el “realismo atroz” al gobernar, al cual se refirió, con esas palabras, Francisco Herrera Luque(1927-1991) en Los cuatro reyes de la baraja. (Caracas: Grijalbo, 1991,p.49), esto es la aplicación de lo que nosotros hemos denominado el anti-maquiavelo criollo. Sin previsión, sin prudencia se ha gobernado, que fue el gran consejo del florentino. Así sólo la mano durísima, con el látigo en la mano, del general Juan Vicente Gómez(1857-1935) ha logrado crear sólidamente y establecer el Estado Moderno en el país, sus sólidas acciones de “padre bueno y duro”, que dijo el doctor José Gil Fortoul(1861-1943), fue lo que permitió dos de los gobiernos más creadores que ha tenido Venezuela: los de los generales López Contreras(1936-1941) y Medina Angarita(1941-1945). Luego el 18 de octubre de 1945 se rompió la institucionalidad y al parecer, pese a los esfuerzos de dúo Betancourt-Caldera no se logró reestablecer, pese a lo hecho, pese a las constituciones de 1947 y de 1961. Y por ello estamos en donde estamos: gobernados hoy por el hijo ruin de la “Cuarta república”, quien no desea sino permanecer en el poder. Nada más. Tiene diez años en la silla presidencial y nunca ha gobernado, nada constructivo a hecho, solo destruir lo construido por los venezolanos en los últimos setenta años, ha llevado al país al libertinaje ético y desde el pasado 28 de noviembre de 2008 a la disolución constitucional, al no acatar el veredicto popular en las elecciones de ese día. Esta es la razón es esta larga apostilla sobre la palabra “tragedia”, de tanta resonancia para el estudio y comprensión del pasado venezolano. Y de tanto para los que padecemos el dolor de Venezuela, el “mal de Venezuela” que no es otra cosa que la angustia por su bien.

Escolio de toda esta dolorosa y adolorida exposición nuestra, a la cual nos ha llevado estos escritos de Caballero, es lo que él testa al señalar, después de referirse al parricidio cometido contra el Libertador el año treinta, a la culpa permanente que hemos llevado los venezolanos a cuestas, espléndidamente expresada por el cardenal José Humberto Quintero(1902-1984) en un día de recuerdo al Héroe impar(diciembre 17,1980) la cual ha sido mal entendida y utilizada para agraviar el recuerdo de aquel arzobispo, gran estudioso de Bolívar siempre: no lo podemos llamar bolivariano, como él le hubiera gustado, porque eso hoy es una consigna política.

¿Y será ese parricidio, y volvemos a las expresiones del purpurado de Mucuchíes, la que no nos ha permitido andar y nuestra historia luce como detenida. En tales condiciones, leemos aquí “En tales condiciones, si la política y la historia plantean sólo un ideal moral es que es por definición inalcanzable, la única solución es la muerte, sea ella por el suicidio social de la revolución permanente, o, más seguro, a través de la permisividad que es la inevitable contrapartida del rigorismo ético…hundida en el pantano de la corrupción, la sociedad espera el escobazo moralizador, el cual a su vez termina hundido hasta el mango en una nueva corrupción, dando origen a otro movimiento de salvación nacional y así hasta el infinito”(p.131).

Y aunque en este ensayo “Un hombre, no un Dios” propone una comprensión histórica de la figura del Libertador, la única posible de hacer porque es a esa ámbito al que pertenece el gran intuitivo de Venezuela, no deja de llamar la atención de que “el culto a Bolívar ha jugado un innegable papel positivo, al servir de elemento unificador de la nación venezolana: la ha dotado de ésa unidad de creencia”(p.134). Y no hay que olvidar aquí, lo que subraya Guillermo Morón, que en los momentos más graves del país, sobre todo durante el siglo XIX, sobre todo desde 1859 en adelante, lo que salvó a la nación de desaparecer fueron “las profundas raíces de la unidad de la cultura popular, la igualación social del viejo mestizaje y los nexos del idioma español…tal vez también por el culto a la heroicidad, la sombra de Bolívar, el recuerdo de los héroes epónimos, un patriotismo a la antigua, convocó en las plazas públicas, en las pocas escuelas, en la voz de algunos hombres ejemplares y en la tradición popular, las escasas fuerzas de la soberanía histórica”(Breve historia de Venezuela. Madrid: Espasa Calpe,1979,p.181-182. El subrayado es nuestro). No sabemos tampoco si esto que señalamos a continuación ha sido visto: en medio de las guerras civiles varias de las mejores escuelas del país se llamaron “La paz”, “El salvador del mundo”, “La Concordia”, “La esperanza”.

Hay en Contra la abolición de la historia un escrutador ensayo dedicado a Betancourt en donde Caballero lo mira no como hombre que hizo la historia sino que también la escribió: es el examen del modo que Betancourt concibió y escribió su obra mayor Venezuela: política y petróleo(México: Fondo de Cultura Económica, 1956. 887 p.), que es el libro más importante escrito por un primer mandatario venezolano del siglo XX. Ello no es poco porque también el general López era escritor y el doctor Caldera es un scholar universitario, cuyas contribuciones tanto al conocimiento de Andrés Bello, al derecho laboral y constitucional, al pensamiento democristiano y al análisis de la escena internacional latinoamericana no son pocas. Dijo Rómulo del líder socialcristiano: “Si Rafael no se ocupara tanto de Andrés Bello ya sería presidente”. Caldera demostró que no había oposición entre el cultivo de la inteligencia y la militancia política, sus gobiernos fueron los de la alianza de la inteligencia con la política. Caldera ha sido el presidente que gobernó, por elección popular, durante más años en el siglo XX.

Pero Rómulo Betancourt, y por ello escribió Venezuela: política y petróleo, examinó el medio en que iba actuar, con los instrumentos del historiador, cosa que demuestra muy bien Caballero. Y lo escribió después de aprender las lecciones del trienio octubrista y el deslizamiento de la democracia, otra vez, hacia las manos de los conservadores.

Caballero inicia este recorrido señalando quien a su entender es una personalidad “grande en términos históricos…aquellos cuya acción comporta en su ejecución pero sobre todo en sus consecuencias la intervención del coletivo; que rompen una tradición y a la vez inauguran otra”(p.143).

Para Caballero el Betancourt histórico lo revelan, desde 1928, año de su aparición en la política, su “lucha contra el personalismo”(p.144) y “el aborrecimiento del militarismo”(p.145). Sus otros hitos son el Plan de Barranquilla en 1931, en 1941 la fundación de Acción Democrática y la promulgación del Estatuto Electoral(marzo 15,1946), que permitió votar por vez primera, para la elección de los diputados a la Asamblea Constituyente de 1946 a todos los venezolanos, hombres y mujeres, mayores de diez y ocho años, así no supieran ni leer ni escribir. Ese documento concedía también, por vez primera, el derecho al voto a las mujeres: este fue el camino de nuestras féminas para obtención de los derechos políticos en la Constitución de 1947.

La singularidad de Plan de Barranquilla estriba para Caballero, en que “señala, en el terreno teórico, el inicio de la modernidad en la historia de nuestro país. Porque contiene el propósito de fundar la Venezuela moderna, la cual verá la luz a lo largo de los próximos setenta años, desarrollando y completando los principios esbozados en el Plan, pero sin abandonarlo en lo esencial”(p.145).

Hemos señalado más arriba que en el texto titulado “Visión y testimonio del siglo XX”, que es hecho una entrevista(1999), medular por cierto, expone Caballero las bases para la redacción de un libro sobre el siglo XX venezolano.

Sus bases serían, si seguimos sus palabras, son:
“nunca el venezolano…o…nunca los venezolanos ha vivido tan bien como en los sesenta años largos que van de la muerte de Gómez hasta el presente…Yo no estoy comparando esos sesenta años con otros sesenta años cualquiera…sino con todos los 440 años de la otra historia venezolana, que va desde el descubrimiento hasta la muerte de Gómez”(p.163). Aquí creemos que la expresión “440 años” podría ser una errata: en verdad habían transcurrido, en el momento en que Caballero conversó con sus cultos interlocutores, 501 años desde que llegó Colón a Macuro, a las 9 de la mañana, el mismo lo dice así, del 3 de agosto de 1498.

El siglo XX venezolano “es un siglo que, con todos sus problemas…arroja un balance positivo…No puede haber mayor mentira que esa idea de que perdimos el siglo XX…hemos tenido en este siglo dos grandes conquistas: la paz y la democracia”(p.163. El subrayado es de Caballero).

Ha sido tiempo, dice, de grandes mutaciones: “las dos grandes revoluciones sociales de Venezuela en el siglo XX…La primera…es el trasvase poblacional del campo a la ciudad…la urbanización…aproximadamente el 90% de las personas vive en ciudades…la inmensa mayoría de la gente que vive en las ciudades no ha vivido antes en el campo, no conoce sino la ciudad…Hasta ahora no se conoce un solo ejemplo en el mundo donde eso haya sido reversible, es decir, que la gente que vive en la ciudad se vaya vivir a campo”(p.165); ”La segunda gran revolución venezolana de ese siglo…la conquista de la calle por la mujer…Esta es una revolución de inmensas consecuencias: la mujer decidió buscar por sí misma el sustento en la calle y equipararse al hombre, o sea, dejar de ser dependiente. Cierto es que ello arranca de las clases medias”(p.166)
Se producen también, indica, “dos grandes revoluciones silenciosas, pero no por ello menos profundas…la conversión de Venezuela en un país capitalista…y el fracaso de la idea de sembrar al petróleo”(p.168).

En el terreno político: “democratización de la sociedad y del Estado venezolano…en lucha permanente con su contrario: el autoritarismo y el militarismo…La democratización tiene para mi dos vertientes: en primer lugar, lo hago arrancar desde 1936…solo a partir de 1936…esas ideas que conforman un proyecto nacional las refrenda el apoyo popular”(p.169). Y acota: “es falso que la democracia venezolana de ese siglo comience el 23 de enero de 1958. También es falso que comienza el 18 de octubre de 1945…la democracia nace en el momento en que quienes son sus actores fundamentales se dan cuenta de que ellos son o pueden ser poder y lo imponen de una forma u otra, y yo creo que ese proceso se dio el 14 de febrero de 1936…(cuando) la gente creyó que eso era un triunfo suyo”(p.169. Subrayado de Caballero).

La descentralización: sus orígenes no los encuentra Caballero en 1989 sino en 1936 cuando se inicie el proceso de arrancarle pedazos “de la autoridad del Estado para dárselos a la sociedad…el primer elemento descentralizador es la formación de los partidos políticos”(p.170) con sus casas y seccionales a todo lo largo de nuestra geografía: otra de las tareas a las cuales se entregó Betancourt con constancia desde su regreso del exilio chileno en 1941. Y eso hizo que en 1945 Acción Democrática fuera un partido nacional, con autoridades en todos los sitios. No era el 18 de octubre de aquel año el partido pequeño que han dicho los medinistas.

No hay que soslayar en ningún momento al Ejército Nacional, a las Fuerzas Armadas, como “primer paso hacia la creación del Estado Venezolano”(p.170): obra de Gómez, quien impuso “que los militares activos no deben estar meterse en cargos civiles…no deben meterse en política…(Gómez) no se mezcló jamás en los procesos internos del ejército”(p.171).

Y hay que detenerse al trazar la historia de nuestro siglo XX en “la formación de elites como nunca ha tenido Venezuela en toda su historia”(p.172).

Así “Venezuela es hoy, un Estado-Nación con todas sus características y con una conciencia nacional relativamente sólida….Venezuela es una invención de los conquistadores. Los venezolanos no existían; a Venezuela la inventaron los españoles, especialmente a partir de Carlos III(1716-1788), quien unió las tres provincias que constituyen lo que es hoy el grueso del mapa venezolano”(p.172-173).

Fue aquel un país que hizo énfasis, al menos desde 1928, explica Caballero, en lo colectivo y no en lo individual, “oponer el nosotros al yo”(p.173).

Sabemos que esta reseña ha sido larga pero es la que a las que nos ha empujado un libro tan sugeridor como este de Manuel Caballero. Pocas veces un volumen de menos de doscientas páginas puede ser tan estimulante para la reflexión a partir de la historia, que es lo mejor que podemos hacer en estos días en que “la tónica de la discusión política actual, la tónica de la discusión entre todos los terrenos, es muy pesimista”(p.181) y llena a los venezolanos de esa autoconmiseración tan perversa que siempre nos ha perseguido, “no valemos nada, no servimos para nada”(p.192) Y, anota Caballero, “la verdad es que así no se va muy lejos”(p.192). “Autoacusación “ denominó a este fenómeno don Augusto Mijares(1897-1917). En cambio Contra la abolición de la historia es un libro positivo, llena de esperanza, centrado en el análisis certero que es el único sitio desde el cual pueden proyectarse los días mejores que los venezolanos deseamos para esta patria tan malquerida no sólo desde 1992 sino desde 1974: todos sabemos quien sembró el mal hoy: no precisamente los altos precios del petróleo, que lo que venían a hacer era a ofrecernos progreso y desarrollo, sino aquel dirigente que no supo administrar, que actuó sin criterio. Hoy lo que necesitamos, con urgencia, para no seguir llorando, es de amor al país, laboriosidad y valor moral, volver a ser los ciudadanos que fuimos, volver a practicar el vigor intelectual y la energía de carácter.

No podemos negar que todo esta larga recensión ha sido escrita más con transpiración que con inspiración porque lo que aquí tratamos duele hondamente a nuestra sensibilidad, siempre estamos traspasados al hacerlo por el “mal de Venezuela” que no es otro que el deseo por su bien, la permanente angustia por su destino, hoy tan incierto.

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