Continuismo y guerra
En Europa la reelección, sin dejar de ser continuismo, no implica perpetuidad salvo en dolorosos casos del pasado. En esas sociedades los contrapesos de poder funcionan a cabalidad. Si un gobernante traspone los límites constitucionales es destituido sin temores, y si el parlamento hace inviable la gobernabilidad, se activan los mecanismos que garantizan la estabilidad democrática y el Presidente, el Primer Ministro o Jefe de Gobierno lo disuelve y convoca a elecciones anticipadas en procura del necesario equilibrio que, seguramente, darán como resultado la ampliación de su fuerza parlamentaria o su defenestración y la consecuencial entrega del “testigo” a la oposición, sin dramáticos traumas.
En América la sociedad, incluyendo la del norte que por algo limitó a una la reelección y nunca más, funciona de diferente manera. Los gobernantes ungidos con el voto, atrapados por la parafernalia militar que los rodea, contrariando todo precepto legal asumen la divina intangibilidad, la cual acatan sus aduladores y crispa a quienes los adversan cuando surgen situaciones límite. De allí que los de formación castrense, como tales desafectos a las prácticas democráticas, junto con jurar sometimiento a la Constitución se dediquen a buscar la mejor forma de violarla para perpetuarse en el poder. La reforma, cónsona con la virtud, es utilizada para hacerse del poder ilimitado en facultades y tiempo mediante la reelección continua. La dictadura constitucional que la cohorte de lambiscones a su servicio acoge alborozada y, de entre ellos, desvergonzados tinterillos cubren de alguna juridicidad el texto elaborado más de puño que de letra por el hegemón.
En épocas pasadas el continuismo fue el primer fogonazo que desató los demonios de la guerra. Por ello en 1892, Crespo se alzó en armas contra Andueza y, en 1899, Cipriano Castro viene guerreando desde San Antonio hasta Valencia y entrar a Caracas escoltado por los militares que no pudieron cerrarle el paso. A Pérez Jiménez se le voltearon las barajas en su intento continuista de 1957 y huyo en enero de 1958. Ahora bien, como quiera que las heridas inferidas por el continuismo tarden decenios en cicatrizar, es imperativo ciudadano levantar la voz y accionar en contra de quien lo pretenda. El continuismo es el umbral de la tiranía y ésta, por más que la pregonen dizque socialista, es sinónimo de atraso y desconfiguración social.
Por ello es menester decir NO a la reforma, con ella nos arrebatan la libertad… se nos va la vida.