Opinión Nacional

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Hasta el año de 1858—hace apenas 150 años—los seres humanos no teníamos ni la menor idea que explicase el origen de la vida; tanto la del ser humano, como la de todas las especies de virus, bacterias, hongos, hierbas, algas, arbustos, árboles, líquenes, plantas epifitas, peces, anfibios, reptiles, aves o mamíferos—sólo existían las explicaciones religiosas—de las que habían—y aún hay—miles de explicaciones diferentes—que no pueden ser confirmadas científicamente; y por lo tanto ninguna de ellas es cierta.

Eso comenzó a cambiar en Europa durante el siglo 17, en la época llamada Era de la Ilustración, cuando un grupo de pensadores europeos se puso de acuerdo para llevar a cabo la tarea de recopilar todo el conocimiento producido por el ser humano—excluyendo específicamente al producido partiendo de creencias religiosas—y que hubiese sido producido estrictamente haciendo uso del raciocinio (el uso de la razón) y siguiendo el método de investigación científica (que consiste en plantear una hipótesis para luego comenzar a investigar y experimentar, hasta probar o refutar esa hipótesis—y en caso de que la hipótesis haya sido probada como cierta, éste debe ser posible de ser probada nuevamente como cierta, por otros científicos distintos)—y hasta el sol de hoy la ciencia ha seguido ese camino altamente exitoso y productivo, como lo prueba un pequeño vistazo a nuestro derredor, para ver todo lo que el ser humano ha sido capaz de crear desde que la ciencia comenzó formalmente durante esa Era de la Ilustración.

Y en 1858 el naturalista británico Charles Darwin publicó su obra magistral titulada On the Origen of Species by Means of Natural Selection (Sobre el Origen de las Especies Mediante la Selección Natural). En ese libro; Darwin, hizo un magnífico resumen de los hallazgos y de sus análisis hechos a lo largo de toda su vida, y en pocas palabras nos explicó que puramente al azar ocurren de cuando en cuando en la naturaleza, accidentes genéticos, llamados mutaciones (en la ya conocida por nosotros, molécula de ADN), que provocan que un individuo en particular (animal, vegetal, etc.) posea una o más características diferentes a los demás individuos de su propia especie, y si esa mutación convierte a ese individuo en mejor adaptado para sobrevivir en su ambiente natural; con el tiempo los descendientes de este individuo mutante superarán en número a los descendientes de los demás miembros de su especie, hasta que estos últimos se extingan y los mutantes se conviertan en una nueva especie—este proceso comenzó a ocurrir en el mismo instante en el que hace 35 millones de siglos apareció la primera forma de vida: las cianobacterias—y ese largo camino de mutaciones al azar, es lo que ha producido la aparición de todas las formas de vida que han existido en nuestro planeta (como los dinosaurios del Período Geológico Jurásico), hasta todas las que existen hoy.

Es decir, nuestro archi-recontra-super-tatarabuelo fue una cianobacteria—toda la vida terrícola desciende de ellas.

Y la Teoría de la Evolución de Darwin; no sólo ha sido—y sigue siendo cada día reconfirmada, por decenas de miles de científicos de todo el mundo, sino que es hoy la más sólida y fundamental de las teorías científicas que existen—y ella afecta muy directamente a casi todos los demás campos del conocimiento humano—los que están obligados a corregir cualquiera de sus postulados que contradiga o no pueda ser explicado por la Teoría de la Evolución.

En cuanto a nosotros; los seres humanos—modernos y actuales, llamados científicamente Homo sapiens sapiens (así; con el sapiens repetido), llevamos viviendo en la Tierra; aproximadamente, unos 600 siglos—y evolucionamos a partir de otras criaturas anteriores—que no eran seres humanos, y de las cuales la más antigua descubierta hasta ahora vivió en la Tierra hace entre 80 mil y 130 mil siglos y se llama “popularmente” Simio de Rama, y científicamente: Ramapithecus brevisrostris—las otras criaturas no humanas que existieron entre el Simio de Rama y nosotros, se llaman: Sahelanthropus tchadensis (hace entre 60 mil y 70 mil siglos); Orrorin tugenensis (hace 60 mil siglos); Ardipithecus kadabba (hace 58 mil siglos); Australopithecus ramidus (hace 44 mil siglos); Australopithecus anamensis (hace entre 39 y 41 mil siglos); Australopithecus bahrelghazali (hace 35 mil siglos); Australopithecus afarensis (hace 31 mil siglos); Australopithecus boisei y Homo habilis (hace 18 mil siglos); Australopithecus africanus (hace entre 10 mil y 20 mil siglos); Homo erectus (hace entre 8 mil y 12 mil siglos) y el “más joven” de nuestros antepasados no humanos, se llama Sinanthropus pekinensis, y caminó sobre la tierra hace entre 2 mil y 5 mil siglos.

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