Construir la República
Cuando un régimen político dicta órdenes militarmente, azuza a sus hordas armadas para atacar a los que piensan distinto, calificándolos de golpistas y criminales, amenaza y maltrata a los estudiantes que valientemente afirman los derechos constitucionales, cuando el gobierno lleva al país al despeñadero económico, social y político, es necesario que los demócratas de diverso signo tomen en serio la reconstrucción de la República.
Tras once años en el poder, las bellas promesas ya no pueden ocultar la terrible realidad de una política que declara la guerra a más de medio país, elimina a los empresarios y frena su inversión, empuja al exilio a miles de profesionales y jóvenes con su preparación y creatividad, y perpetúa la pobreza sin esperanza de prosperidad de millones, anestesiados con la limosna del oro petrolero.
Roscio escribió en 1814 en la cárcel española El Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo, contra el “derecho divino” de los reyes. Tres años antes fue el autor (junto con Iznardi) del Acta de la Independencia con impecable argumentación democrática a favor de la naciente República venezolana.
La democracia y la superación de la pobreza necesitaban entonces -y echan de menos hoy, todos los talentos y brazos para construir la República. El ingreso petrolero bien usado sería la palanca poderosa para crear un sistema educativo de calidad para capacitar y formar los talentos de todos; pero más de 60% de nuestra población en edad de trabajo carece de buena educación y está desempleada o subempleada.
Los otros dos puntos imprescindibles para la prosperidad son abundante iniciativa privada dinámica y competitiva con otros países e inversiones, creadoras de crecientes oportunidades para el trabajo productivo, y un Estado con leyes e instituciones que garanticen la justicia y la libertad para todos y con una gestión eficiente. Nada hacemos con duplicar el número de empleados estatales con los más deformados criterios clientelistas y sectarios y con una gestión corrupta e ineficiente.
La Asamblea Episcopal Venezolana (en contraste con el país aturdido con otros lamentos) inició el año con una profunda reflexión cristiana que invita en nombre de Dios a todos los venezolanos a convertir este año Bicentenario en un tiempo privilegiado para el discernimiento y para retomar la voluntad de reconstruir la República en libertad y justicia. Los obispos nos recuerdan que guerras y dictaduras durante más de un siglo nos quitaron la posibilidad de vida y prosperidad en paz. Los últimos 90 años con abundancia petrolera (nuestro oro) han hecho patente la escandalosa convivencia de un Estado “rico” con una sociedad pobre y poco productiva: oro no es prosperidad.
La democracia inaugurada en 1958 hizo realidad indudables anhelos sociales; pero con los triplicados precios petroleros de 1974 las élites se dejaron deslumbrar, y vivimos veinte años en los que el país fue perdiendo el rumbo, la corrupción hizo estragos, los partidos se distanciaron de la población y los pobres se sintieron traicionados.
No bastaba un simple cambio de gobierno y Chávez puso a los pobres y su frustración en el centro de su palabra. Luego su gobierno, con el reparto irresponsable del “oro” estatal petrolero, empezó a comprar apoyos (dentro y fuera), lo que trajo el hundimiento de la producción, aumentó la corrupción y el fracaso nacional. Ahora para perpetuarse en el poder le estorba la Constitución bolivariana y busca una carta blanca estatista, centralizada y sumisa a su voluntad de perpetuidad.
Los obispos nos recuerdan que “sin la firme voluntad de reconstruir la República para todos, no habrá Venezuela digna y libre para nadie” (n.34) y nos invitan: “Vamos a construir juntos, en unión de corazones, de ideales y esperanzas, una Venezuela de hermanos, entregada con trabajo y responsabilidad a transformar los inmenso recursos con que Dios la ha dotado, para convertirlos en salud, educación, seguridad, vivienda digna y sobre todo en oportunidades de trabajo productivo, pilar fundamental del desarrollo integral para todos” (n.33).