Constitución 1999: el salto atrás
La nueva Constitución refuerza el personalismo y disfraza el régimen autoritario, hegemónico y populista que, en definitiva es, a la larga, el verdadero objetivo del proyectista supremo de esta carta constitucional. Quienes esperaban que el debate constituyente concluyera con la adopción de un texto constitucional capaz de promover y garantizar el proceso de cambios que la sociedad venezolana reclama en orden a la reconstrucción de la República dentro de parámetros democráticos de avanzada, se habrán sentido decepcionados con el producto final obtenido.Una verdadera avalancha de opiniones negativas en referencia a dicho texto se han podido conocer a través de los medios de difusión, todas coincidentes en que los diferentes sectores de la población, unos más otros menos, confiaban en que la nueva Constitución sería el instrumento idóneo para transformar el país dotándolo de instituciones modernas como lo exige la dinámica del nuevo siglo.
Lo que en un comienzo pareció un capricho, como eso de rebautizar la República añadiéndole el calificativo de «bolivariana», acabó siendo una imposición, pese al parecer contrario a tal despropósito de entidades de tanta significación en ese campo específico, como la Academia Nacional de la Historia. Episodio que sirvió, además, para que el jefe del Estado, una vez más, desplegara toda su «artillería verbal», disparando «plomo grueso y parejo» contra todos aquellos que se habían pronunciado sobre el tema en términos negativos.
Por otra parte, una rueda de prensa ofrecida por cuatro de los asambleístas independientes, sirvió para que la opinión pública conociera de primera mano las razones que todos ellos expusieron acerca del particular a fin de promover el NO en la jornada comicial para el referendo convocada para el entrante 15 de diciembre.
El presente comentario no pretende un análisis puntual de todas y cada una de las críticas que merece el texto en cuestión, puesto que ello desborda los límites del medio utilizado que, por su propia naturaleza, privilegia la síntesis en vez de la argumentación extensiva. Pero, sin duda, una reflexión sobresale al examinar cuidadosamente el asunto: la Constitución que se presentará al soberano para que éste decida si le imparte o no su aprobación a ese instrumento jurídico de carácter fundamental, en vez de mejorar el régimen constitucional vigente da un salto atrás al consagrar el militarismo en sustitución del poder civil; establece un período presidencial excesivo que, con reelección inmediata, anula en la práctica el principio de la alternabilidad republicana; concede a la institución armada un rol privilegiado dentro del Estado, convirtiéndola en un virtual partido político; desnaturaliza el federalismo al cercenar las competencias regionales; y, entre otros temas, mixtifica el proceso de democratización al eliminar la doble vuelta para la elección presidencial. Todo ello para reforzar el personalismo que, evidentemente, contribuirá a que el país del porvenir, en el comienzo del nuevo siglo, sin duda presentará, temporalmente, una fachada pseudodemocrática con el propósito de disfrazar el régimen autoritario, hegemónico y populista que, en definitiva es, a la larga, el verdadero objetivo del proyectista supremo de una carta constitucional que no tiene de ningún modo asegurada la necesaria duración en el tiempo para aspirar a que, por la vía de su admisión, se establezcan las bases sobre las cuales se erija, en el lenguaje oficialista, la «refundación de la República».