Consenso y discenso en Venezuela
La democracia está edificada y emplazada inequívocamente en un vasto campo de tensiones. Su progreso no depende únicamente del avance de los derechos y de la aceptación de los principios democráticos, sino también de la forma en que pueden ser procesados y canalizados los desacuerdos y críticas. De los antagonismos estamos convencidos pueden fluir también el progreso, y no estamos pensando en términos de conflicto de clases, sino más bien en la idea de que el poder –como dice Dahrendorf no sólo genera desigualdad sino también conflicto, porque crea intereses en el cambio de la misma manera que origina intereses en el statu quo.
En este orden de ideas el maestro Raymond Aron, ha precisado que la democracia significa “aceptar los conflictos, no con el fin de apaciguarlos, sino de prevenir que se conviertan en belicosos” lastima que nuestra clase política no lo entienda así por su miopía y mucho menos el presidente Chávez. En consecuencia, no sólo se defiende a la democracia desde la organización del consenso. Tampoco hay que olvidar que el consenso implica en alguna medida exclusión, y que el consenso total puede significar la clausura del espacio democrático.
En definitiva, cabría preguntarnos se el conflicto desestabiliza. No necesariamente, el disenso y la disconformidad pueden también afianzar a la democracia. Al mismo tiempo que los ciudadanos pretenden con justa razón evaluar la calidad de la democracia, e sus clases dirigentes y de las propias instituciones, y por ello la ciudadanía manifiesta legítimamente en la organización del espacio público sus desacuerdos. El problema grave esta en situaciones de Bloqueo Institucional como sucede en Venezuela, donde las instituciones están venidas a menos y a merced del ejecutivo quedándonos a los ciudadanos un margen muy limitado de actuación.
En este orden de ideas apoyándonos en Hirschman, quien ha trabajado ampliamente las tesis de dos estudiosos de la cuestión democrática como Marcel Gauchet y Helmut Dubiel, es categórico al afirmar que el conflicto social puede ser un sostén de la democracia. Pero no se trata de cualquier clase de conflicto. Hay algunos géneros de conflicto que se deben considerar constructivos para la consolidación de la democracia, a diferencia de otros que son destructivos. Es el caso de la transición española con Adolfo Suárez y el Pacto de la Moncloa o el mismo caso de Romulo Betancourt, Jovito Villaba y Rafael Caldera en la transición venezolana de 1958 y el Pacto de Punto Fijo. Estos casos son representativos de que a través del discenso y el conflicto bien guiados la gente aprende a discutir a fondo las cosas y de esa manera el conflicto actúa como un “productor eminentemente eficiente de integración y cohesión”.
Como todos sabemos, la democracia organiza la capacidad de convivir que manifiestan los hombres. Una democracia pluralista tiene que dar cabida al disenso y a los diversos intereses en lucha, en la medida en que esa forma democrática está emplazada, como decíamos, en un campo de tensiones entre consenso y disenso. Una tarea fundamental de la política democrática, dice Chantal Mouffe, es crear instituciones que permitan transformar el antagonismo (relación con el enemigo) en agonismo (relación con el adversario). No hay que identificar al oponente como un enemigo al que se debe eliminar sino como un adversario de legítima existencia esta es otras de la máximas que nuestro presidente no asume y tal vez por ello es su discurso hostil y patriotero.
Los venezolanos debemos darnos una oposición exigente, crítica y leal a unos ciudadanos que exigimos un cambio en todos los ordenes, esta oposición tienen que con contar con un claro sentido de compromiso. Reconociendo esta dimensión agónica de la democracia venezolana, se podrá captar la amplitud del compromiso y de la tarea de gobierno que vendrá y que debe estar básicamente consagrada a la resolución pacífica de los conflictos muy por el contrario a las ejecutorias de la V República. Los desafíos presentes están vinculados también a las reformas en la política, en las instituciones y en la concepción de democracia.
La voluntad y soberanía popular son incuestionables e inconculcables, en este mundo globalizado es imposible mantenerse en el gobierno recurriendo a tretas o tecnicismos jurídicos. La intención de voto y de firma esta por encima de esa nociva interpretación de las llamadas planillas planas. No hay CNE que dure cien años ni pueblo que lo resista.
(*) Politólogo – Magíster en Ciencia Política