Confucio
Luego que el Estado voraz amarró el mundo al antidesarrollo hasta los ochenta, década del despertar universal, y de que en la miserable Cuba, última mohicana del comunismo, Castro hable de ir al «modelo chino», en Venezuela se expropian apartamentos, fábricas de frascos y hectáreas de cebolla? ¿Cómo se explica el exabrupto? ¿Será que nuestro Archibaldo de la Cruz, el sobreviviente de tantos atentados imaginarios, no sabe lo que pasa en la isla? ¿Desconoce el programa de reforma «neoliberal» cubano?; ¿el plan de estímulo a capitales extranjeros y locales, ajuste fiscal y la reforma del Estado, que celebra como «una revolución en la revolución» Alfredo Guevara, el histórico fundador del ICAIP y amigo íntimo de Fidel? Claro que lo sabe.
Claro que sabe que las expropiaciones conducen al desempleo, la inflación y la miseria, pero ese es el aspecto menor para él. El mayor es que el naufrago británico que lo asesora -una figura folklórica de un movimiento folklórico como el trotskismo- después de andar toda la vida vagando por las entretelas de la utopía calenturienta, consigue un país de tercermundistas cretinos a cuyo mandamás puede asesorar «para controlar el poder», como un paisano suyo «se halló» a Idi Amin.
Difícilmente hay algo más nocivo que recibir asesoría de un Confucio lunático (considera a Jaua de derecha), el Confusio que según la miss Colombia, fue el inventor de la confusión. La tesis es que hay que amarrar los controles del poder para ganar o enfrentar el reto electoral del 2012. ¡Después veremos qué se hace con la economía! Sin llegar al ridículo patetismo de los que mojan las columnas de prensa con desahogos, llantos, amarguras, quejas e indignación moral, se puede afirmar que eso es un crimen contra la ciudadanía, y contra los tantos chavistas que creen en lo que están haciendo.
Como para cualquier dirigente revolucionario, la gente concreta no vale nada frente a las palabrotas vacías como «dignidad», «revolución» «justicia», «pueblo», acordes para darle dignidad a la usurpación del poder. La única diferencia entre dos baldes de tripa podrida, Chapita Trujillo y Castro, es que éste es «un revolucionario», está forrado con el Manifiesto Comunista.
La asesoría de este testigo de Jehová, Woods, va a llevar la vaca ilusionada al matadero electoral. Y ni Rangel Silva ni Pablo Escobar ni Salvatore Mancuso ni los Rodríguez Orejuela ni el Cártel de Sinaloa, lo van a impedir, porque si no meten la pata en el ínterin, las fuerzas de la democracia y la decencia cuentan y contarán con suficiente poder civil y militar para bajarle los humos a cualquier intento de arrebatón. Esteban dice que la revolución es pacífica pero está armada. La Constitución también.