Con su propia medicina
Luis Tascón saltó a la palestra pública cuando difundió entre los ministros, gobernadores, alcaldes y demás funcionarios chavistas, una lista en la que aparecían con pelos y señales todos aquellos quienes habían firmado para respaldar la convocatoria de un referendo revocatorio contra Chávez.
Si usted creía que el Presidente lo estaba haciendo mal y que debía usar el derecho que la Constitución le da para promover la suspensión del mandato de ese funcionario, se exponía a perder su empleo, a que no le tramitaran el que estaba solicitando, a que le rechazaran la solicitud del crédito agrícola o industrial que requería para sacar adelante su empresa, a que le suspendieran o le negaran la beca a usted o a quien llevara su mismo apellido, y a que el Seniat de golpe y porrazo le hiciera unos cuantos reparos fiscales porque se percataron de la noche a la mañana de que usted era mala paga.
Usted se convertía así en un proscrito en su propio país. Tascón no “hizo” la lista. Era un documento al que cualquiera podía tener acceso. La lista la hicimos quienes firmamos, al colocar nuestras rúbricas y cédulas de identidad para respaldar la solicitud de referendo. El mérito de Tascón, al menos así lo consideraba hasta hace poco la dirigencia política chavista, fue haberle hecho pagar a cada solicitante del referendo el precio de su osadía. El diputado tachirense se dio a la tarea de repartir en cada parroquia del país la fulana “lista” para que ningún funcionario cayese en la gravísima falta de favorecer a algún “enemigo” de la revolución. El gobierno, pues, no era para servir a los venezolanos, era para recompensar la lealtad de los camaradas y para hacer ver lo costoso que resultaría no ser un incondicional.
La “lista de Tascón” llegó a ser una herramienta disuasiva de mayor calado que los discursos ofrecelotodo del Presidente. La lista convencía más que las propias misiones. Nadie quería aparecer en ella. Como por arte de magia aparecieron manifiestos y documentos de los más extraños orígenes, mediante los cuales miles de personas denunciaban que sus firmas habían sido forjadas por algún tracalero de la oposición.
Para los subsiguientes eventos electorales, la abstención creció, no sólo como consecuencia de la necia tesis según la cual con las máquinas “captahuellas” estaríamos todos al descubierto sin la protección del secreto del voto, o por la multimillonaria campaña que llamaba a “deslegitimar al régimen” quedándose todo el mundo en sus casas. También hizo lo suyo Tascón. Centenares de miles de votantes prefirieron abstenerse antes que verse sometidos a las morbosas persecuciones del chavismo y, así, en “defensa propia”, la misma oposición le hacía un inmenso servicio al gobierno, al dar la sensación (según todos los “registros oficiales”) de que el chavismo constituía una abrumadora mayoría política en el país.
Hoy, Luis Tascón es de nuevo noticia de primera página, pero no por perseguidor sino por perseguido. Sólo falta que Cilia Flores y Diosdado Cabello ordenen imprimir afiches con la foto del diputado y el remoquete de “se busca”. Y todo porque denunció el montaje de un negocio con sobreprecio en un despacho público dirigido por uno de los Cabello. ¿Qué le hubiera pasado al pobre hombre si en vez de meterse con el sencillo se hubiese metido con la morocota?