Con morochas, sin morochas
Escribimos esta nota el miércoles 26 de noviembre del sexto año y ocho meses de la era chavista. Lo primero que debemos anotar no sin cierta sorpresa, es que a diferencia de la Revolución francesa que dividió el año en meses de treinta días y cada uno de esos meses con un nombre alusivo al clima, a la siembra, a las cosechas, etcétera; estos ochenta meses transcurridos desde el arribo de Chávez a la silla presidencial podrían -en la práctica- reducirse a tres de ciento veinte días cada uno: 1º Pluvioso, el de los deslaves, vaguadas, derrumbes, inundaciones, damnificados y hundimientos de carreteras y autopistas. 2º Termidor, el del calor que sancocha, sobre todo a los vendedores informales que ofrecen sus mercancías bajo el sol ardiente y que cada vez son más y 3º Brumario, el de brumazón y negros nubarrones que lo envuelven todo y no dejan ver ni un rayito de sol a futuro.
Como los matemáticos que armaron aquel calendario no supieron qué hacer con los cinco días que les sobraban cada año, los destinaban a fiestas. Esos cinco días sobrantes recibieron entonces dos nombres: unos los llamaron epagomenos copiando el término del calendario griego antiguo; otros más comprometidos con el proceso los denominaron sansculótidos, para destacar que aquella era la revolución de los sans culotte o sin bragas. Los sansculótidos de la revolución bolivariana, más de treinta en lo que va del período, han sido destinados a festejar el día en que nació el Ché Guevara, el día en que Fidel Castro entró en La Habana, el aniversario de la revolución bolchevique, el de la llegada al poder de Kim il Sung en Corea del Norte, el de la visita de Chávez a Sadam Hussein, y por supuesto a reivindicar la fallida, fallosa y falluta asonada militar de Chávez y su combo el 4 de febrero de 1992.
Pero volviendo al principio, hoy miércoles 26 de octubre continúa la discusión política sobre las consecuencias que tendría una decisión del Tribunal Supremo de Justicia que, en un sorpresivo arranque de independencia y sin haberse cuadrado de frente y firrrr ante el Máximo; declarara inconstitucional el método electoral oficialista denominado “las morochas”. Ese que elimina la representación proporcional de las minorías consagrada por la Constitución Nacional chavista. Si algo nos ha ocurrido a los oposicionistas u opositores en estos seis años y ocho meses, es que creemos que si a Chávez le da una descomposición intestinal o una gripe rompe huesos, estamos a un paso de verlo fuera del poder. Lo peor es que hay algunos capaces de reclamar para sí los méritos de la diarrea o de la virosis presidenciales. Vivir de ilusiones, cegarse ante lo que no se quiere ver, hacerse el sordo ante lo que no se quiere oír, es ignorar que aquella Venezuela donde un máximo Tibunal podía destituir a un Presidente de la República electo democráticamente, ya no existe. En la de ahora -la participativa y protagónica- no se mueve una hoja que Chávez no sople. De manera que si el TSJ dice si a las morochas da exactamente igual que si dice no, siempre estará respondiendo a las conveniencias, estrategias y cálculos del Presidente. Y, como de costumbre, la oposición tendrá que comenzar de cero a recomponer su unidad pegada con saliva y a ver cómo debe actuar ante la sorpresa. Nadie hasta ahora en la oposición ha sabido cómo enfrentar el juego predilecto de Chávez: el del gato y el ratón, a pesar de los seis años y ocho meses de ser los ratones del juego.
Lo más sensato que sería retirar todas las candidaturas y negarse a participar en un proceso viciado por donde se lo mire, es mucho pedir a quienes también se creyeron muy vivos inventando sus propias morochas. Los mendrugos que caen de la mesa presidencial bastan para alimentar algunas ambiciones.
Quienes se niegan a participar en la degollina anunciada, tampoco presentan un frente único porque una cosa es promover el retiro unitario y total de las candidaturas de oposición al Parlamento, que sería la más dura denuncia contra los abusos y trampas del régimen; y otra muy distinta promover la desobediencia civil que se ampara en el artículo 350 de la misma Constitución Nacional chavista. Tengo el mayor respeto y admiración por el Cardenal Castillo Lara quien por su honorabilidad y por su trayectoria única como latinoamericano en la Santa Sede, podría ser perfectamente el símbolo de la protesta democrática ante la malandrocracia que se ha posesionado del país. Pero ¿qué es la desobediencia civil, cómo se practica, cómo se pasa del dicho al hecho o de la teoría a la práctica? Para decirlo con las palabras de un dirigente popular de Caucagüita que habló en el acto donde el Cardenal fue la figura central: ¿Cómo y cuándo se salen de los salones con aire acondicionado en los hoteles de cuatro o cinco estrellas, del obsequio de croissants, canapés, café, refrescos y jugos servido por atentos mesoneros, para ir a los barrios donde viven los sectores D y E y llevarles un mensaje a los anti chavistas que los hay por cantidad y cuyo número crece día a día? Lo peor es que la única manera de interpretar ese llamado es la que ha aprovechado el chavismo para denunciar como golpistas a sus promotores: la repetición de la guarimba y otras ridiculeces con las que hace dos años los opositores al régimen nos metimos un autogol. Hasta ahora lo que tenemos ante nuestros ojos -en vez de ánimos para rebelarse- es una población cada vez más amedrentada, que baja la cabeza ante cada edicto protofidelista del heredero de Castro. Se convenció de que aquí Chávez es la única ley, el único juez y el único Tribunal Supremo.
Y ha sido también la Asamblea Nacional, sin necesidad de tener las dos terceras partes o mayoría calificada de la misma. El Reglamento interno y la Constitución han sido violados y pateados todas las veces que el Comandante ha querido. Claro que resulta de lo más democrático a los ojos del mundo, que de vez en cuando se pueda ver y oír a algún diputado de oposición oponiéndose y hasta a punto de entrarse a puñetazos con un oficialista. ¿Ha servido eso para algo? ¿Ha tenido el más mínimo escrúpulo la mayoría simple del oficialismo para imponer su voluntad por encima de los mandatos constitucionales y legales? ¿Les ha dado vergüenza -como para indignarse- a los parlamentarios oficialistas cuando una orden presidencial, como en el caso de los crímenes del Estado Guárico, los obliga a engavetar el expediente que elaboraron y que incrimina al Gobernador de ese Estado?
La verdad es que defender la presencia más que minoritaria de la oposición en la Asamblea Nacional carece de sentido: con la mayoría de un solo diputado este gobierno seguirá haciendo lo que le venga en gana y si las cosas se le ponen duras, cierra la Asamblea y muerto el pollo sin necesidad de gripe aviar. Si se retiraran todos a una sería un golpe en la mera testa del régimen, la más contundente denuncia de verdades ya inocultables ante el mundo. Pero tenemos una oposición Penélope que teje y desteje sus mismos errores porque es incapaz de comprender que ya no hay juego político ni diálogo ni concertación ni posibilidades de entendimiento ni tolerancia democrática como ocurría en el pasado. En ese pasado en el que tres diputados de la Causa Radical hacían más ruido y recibían mayor atención que la aplastante mayoría a la que confrontaban. Hoy Venezuela es otra, tan otra que la Serie Mundial de béisbol que ha concluido hace media hora, con la victoria de los Medias Blancas de Chicago y el papel estelar de dos venezolanos en ese triunfo, mañana será convertida por Chávez en otro logro de la revolución bolivariana. Y muchos se lo creerán.