Con las uñas afuera
La revolución bonita, la bolivariana, la participativa y protagónica, la de la Constitución más democrática del mundo, la que llegó para combatir la corrupción y todos los otros vicios de los cuarenta años de gobiernos adecos y copeyanos, ha decidido que ya basta. Las revoluciones blandengues no
avanzan, una revolución de verdad no solo tiene que lograr adhesiones ideológicas y sentimentales sino combatir la disidencia por cualquier medio ¿Cómo puede todo un país, con sus veinticinco o más millones de habitantes, aceptar el socialismo si no se emplea la fuerza y si no se administra algo
imprescindible en todo proceso de naturaleza revolucionaria: el miedo? Se acabó el tiempo en que millones de dólares del presupuesto nacional eran invertidos en promover la imagen de Chávez en los cinco continentes y presentarlo como el campeón de las reivindicaciones sociales y de los derechos humanos. La volteada de tortilla que el régimen dio a los sucesos del 11, 12 y 13 de abril de 2002, permitieron presentar a Chávez como la víctima de una oposición golpista y criminal capaz de asesinar a su propia gente que manifestaba en contra del gobierno. Chávez era un fenómeno de popularidad no solo en Venezuela sino en cada capital del mundo y hasta en pequeñas ciudades donde nunca antes se había oído mencionar a nuestro país.
Gracias a ese singular personaje erigido en el vengador de todos los pobres y discriminados del mundo, el nombre de Venezuela aparecía a diario en decenas de periódicos de todo el planeta. Los viajeros venezolanos que se oponían a los métodos y rumbos del militar presidente, debían soportar los elogios y alabanzas de taxistas, mesoneros, vendedores en tiendas y profesores y estudiantes universitarios de izquierda, todos convencidos de que Chávez era la reencarnación de Lenin, Fidel Castro y el Ché Guevara en una misma persona. Mientras tanto, los Círculos Bolivarianos regados por
el mundo y financiados con dinero sustraído a los venezolanos, se encargaban de inflar la figura del presidente militar y de sabotear cualquier acto que intentara la Oposición para hacer conocer la verdadera catadura del personaje.
Ahora, cuando todo eso es cosa del pasado y cuando la revolución bonita empieza a sacar las uñas y a mostrar su verdadero rostro desfigurado y monstruoso, debemos lamentarnos -aunque parezca un contrasentido- por el fin de esa farsa internacional del Chávez demócrata. La misma era una cierta
garantía para nuestra integridad física porque había límites que el gobierno no se atrevía a traspasar y apariencias que se empeñaba en guardar. La derrota del proyecto chavista el 2 de diciembre de 2007 provocó un cambio de planes y métodos. Casi diez años de simulaciones había tenido que soportar
el teniente coronel para imponer su dictadura por la vía del voto y no pudo. Por otra parte, el mundo está lleno de sátrapas a los que nadie toca ni con el pétalo de una margarita. El bielorruso Lukashenko, el iraní Ahmadinejad, el zimbabuense Mugabe y hasta el ruso Putin son ejemplos de cómo pueden
patearse los derechos humanos y burlarse todas las leyes internacionales, sin que nada les suceda. Y resulta que todos son amigos y socios del presidente venezolano.
El cierre de Radio Caracas Televisión en 2007 fue una de las razones que, según todas las encuestas, contribuyeron a la derrota del proyecto socialista de Chávez en diciembre de ese año; sin embargo cada vez hay más razones para pensar que el gobierno está dispuesto a liquidar el único canal
de televisión independiente y opositor que queda en el país, Globovisión. No se sabe cuándo ocurrirá y cuáles serán los argumentos pero hay una sentencia de muerte pendiendo sobre un medio de comunicación que les pone cada día una piedrita en el zapato. El acoso permanente a los periodistas ya no se esconde, ahora se les agrede abiertamente creándoles situaciones incómodas y hasta violentas cuando salen del país o regresan a él. El fotocopiado de los pasaportes o su anulación como en el caso del profesor Heinz Sonntag, no se entienden sino como métodos de presión por la vía del miedo.
Nada hay que asuste más que lo incomprensible e inexplicado: si uno supiera cuál es el objeto del fotocopiado de los pasaportes y si estuviera advertido de que eso es una norma, nada ocurriría. Es la arbitrariedad impune, aquella de la que uno no puede quejarse ante nadie, la que desestabiliza al más
equilibrado. Hasta los momentos hay cinco militares y un número indeterminado de civiles privados de su libertad por el presunto proyecto de magnicidio contra Chávez. Salvo sus familiares, nadie sabe cómo son sus facciones porque no se ha publicado una sola fotografía, el país ignora
cuáles son las evidencias que los llevaron a la cárcel y en qué consistían sus planes siniestros. Esto también es parte de la guerra psicológica, mañana el imputado por un crimen inexistente puede ser cualquiera de los que se oponen al régimen. Un mensaje publicitario en Venezolana de Televisión
(el canal de todos los venezolanos pero chavistas) condena la conspiración y el intento de magnicidio y mientras la voz del locutor se explaya en ese discurso, van pasando las imágenes de Antonio Ledezma, Antonio Rosales, Leopoldo López, William Ojeda, candidatos opositores a cargos de elección
popular unos y dirigentes de la oposición otros.
¿Nos moriremos de miedo? ¿Abandonaremos nuestros espacios de lucha y de protesta asustadísimos por lo que los esbirros cubanos, rusos y de quién sabe cuáles otras nacionalidades, enseñan a los policías y militares criollitos? Hasta ahora la respuesta ha sido la solidaridad militante de las
personas que han presenciado los atropellos a periodistas en el aeropuerto y continuidad en la línea opositora de los medios amenazados por el gobierno y el malandraje chavista (perdonen la redundancia) Y así seguiremos hasta las elecciones del 23 de noviembre, las mismas que un asustadísimo Chávez y sus aterrorizados candidatos quisieran impedir.