Comunismo salvaje
Existe el capitalismo salvaje? Sí existe, con todos los crímenes que se le atribuyen, y peor, porque no se limita a aquellos tiempos de Dickens en su Oliver Twist, sino hoy, no sólo en los países más atrasados de Asia sino hasta en los bolsones de miseria de los países más adelantados.
¿Existe una manera de combatirlo? Sí existe, y es el comunismo. Pero no cualquier comunismo, sino un comunismo parejamente salvaje ¿Y ese comunismo, ha existido alguna vez? Sí. ¿Dónde? En la Rusia de los primeros tiempos de la Revolución, cuando los leninistas que habían tomado el Palacio de Invierno debieron enfrentarse a la guerra europea, a la guerra civil, a la peste y la hambruna. Fue el propio Lenin quien lo calificó, entre justificativo y autocrítico, «ese particular comunismo de guerra».
La guerra y el botín
¿En qué consistía ese «comunismo de guerra»? En el despojo de los «burgueses» (todo signo exterior o semiescondido de riqueza era la muestra de esa clase) para repartirlo entre las masas hambrientas, confiscaciones, cierre y despojo de bancos (donde según la prensa popular de Occidente, estaban «las joyas del Zar» que Lenin repartió entre sus secuaces de Occidente para promover la Revolución Mundial), ley de la calle, represión, fusilamientos.
De todo esto, lo que más nos interesa en el cuadro de estas notas, en la intensidad, las formas y la celeridad que tomaron los ataques contra la propiedad privada: apropiación o si no, destrucción. «Del pasado hay que hacer añicos» reza un verso de la Internacional. El destino de todo eso era una distribución apresurada y autoritaria, en la forma de una igualación por abajo.
Fuera de eso, ¿se ha dado alguna otra vez? Sí : en cualquier guerra. Sólo que no se le ha llamado «comunismo» sino con una palabra más corta: «botín».
Otras dos veces
En cualquier guerra. De modo que eso también ha sido practicado en Venezuela, sobre todo a partir de las que Gil Fortoul llamó «las guerras federales», y cuya síntesis teórica más acabada se expresó en el famoso discurso de Tiburcio, el adivino de Martín Espinoza, en la iglesia de Paso Real, que Zamora le abrió para que predicara: … «matar a todos los ricos, a todos los blancos, a todos los que sepan leer y escribir».
Lenin lo llamó pues, «comunismo de guerra». Habría que preguntarse si hay alguna otra circunstancia donde eso sea posible, aparte de la guerra. Hay por lo menos dos veces en que eso se ha intentado aplicar en un país pacificado: por Stalin para construir, decía él, «El socialismo en un solo país» con millones de muertos, y en China, donde Mao y «la banda de los cuatro» lanzaron la «Gran Revolución Cultural Proletaria», una de cuyas primeras decisiones fue la de prohibir ¡las estadísticas! Lo cual es un bello ejemplo de suprimir la realidad antes que obligarse a verla.
Gerontocracia y despotismo
No creo que haya nadie, hoy por hoy, que exalte esos ejemplos, salvo acaso la gerontocracia dinástica cubana y el despotismo oriental también dinástico coreano. Ni siquiera Lenin, quien después de haber matado el tigre, se asustó del cuero y lanzó la llamada «Nueva Economía Política», la muy famosa NEP, que no era sino la restauración del capitalismo, «por ahora».
Esta última frase nos lleva a donde queríamos rematar: con ella dio inicio a su carrera política un hombre que ha querido enmendarle la plana a Bolívar y al mismísimo Lenin. A Bolívar, quien tuvo el pésimo gusto de morirse para complacer al imperio. Lo dijo tal cual en algún momento: «a mí no me harán lo mismo que a Bolívar en 1830» que en tal fecha murió flaco y tuberculoso. Yo estoy y estaré con mis pulmones enteros, gordo como ahora y no me voy a morir en 1930, sino si posible nunca. Y a Lenin, quien restauró el capitalismo con su maldita NEP. Yo no voy a restaurar el capitalismo sino a destruirlo.
Las tres divinas personas
Y no este piche capitalismo venezolano, sino el capitalismo mundial, lo que Lenin no pudo con todo y su Tercera Internacional.
En el actual régimen, sólo tres personas parecen tener claro cómo hacerlo, cómo aplicar el «comunismo salvaje»: el propio Presidente, Jorge Giordani y Jesse Chacón. El primero con su frase inapelable: «ser rico es malo». El segundo cuando expresa su convicción de que el comunismo salvaje (o sea «el socialismo del siglo XXI», como sigue llamándolo pudibundamente) solo lo puede entender o recibir complacida una sociedad de pobres. Y Chacón cuando expresó una gran verdad: que al mejorar su calidad de vida así sea por medio de la dádiva, sus antiguos electores se vuelven reaccionarios, escuálidos, etc.
Por lo tanto, hay que evitar a toda costa que como dice la tonta esa, cinco millones de venezolanos sigan siendo pitiyanquis. Para sintetizar todo eso, una frase que alguna vez sólo se creía del arsenal de la derecha: este comunismo, como todos los otros, es la igualdad en la miseria.
Hay que precisar algo; el comunismo de guerra leniniano se produjo en un país arruinado por la guerra internacional y civil. Este de ahora, en un país que se debe arruinar.
Un periodista calificó este régimen como «narciso-leninista». Hace muchísimos años, el rey que echó a los moriscos de España dijo que prefería vivir en un desierto antes que en un país donde viviera gente que no fuese cristiana. Nuestro reyezuelo prefiere volver este país un desierto para dedicarse a cuatro manos al vicio solitario del narcisismo.