Comunica, comunica, que algo queda… aunque no sea lo que esperas
Los cambios en el área de comunicación y propaganda del Estado empiezan a notarse, y no son mera casualidad. La sobredosis de seguridad tampoco. Pero, ¿esos cambios cambiarán algo para el Presidente Hugo Chávez y para el chavismo? Es extraño que no se ponga al frente del área a un estratega experto en comunicación, sino a un militar gerente de confianza. Por ahí empieza la falla. La otra falla es olvidar –o no conocer- que las mejores campañas no necesariamente son las más caras.
El sistema de estudio con varios monitores de pantalla plana, cámaras con mayor agilidad, y la tecnología de videoconferencia instantánea, conforman una clara estrategia –comprensible, dicho sea de paso- no sólo en busca de la superior eficiencia en la comunicación gubernamental –la comunicación del Presidente, fundamentalmente- sino en procura de una estrategia de rescate de la credibilidad y la popularidad duramente cuestionadas.
Rescate indispensable tanto para fortalecer respaldo popular en caso de realización del referendo revocatorio –sean votos que rechacen revocar, sean abstenciones, ya veremos- como para enriquecer unas eventuales elecciones generales, como simplemente para revigorizar ese respaldo popular que se tambalea y decrece a ojos vista.
Sin embargo, un solo palo, no importa cuán tecnológicamente avanzado sea, hace montón. La falla comunicacional del Presidente Chávez y de su gobierno, sin excepción, ha sido estratégica. El Estado chavista ha abusado, y en consecuencia debilitado, de la emoción sin respaldo de la acción; ha usado en exceso –hasta el fastidio y el desgaste- a su principal arma, el mismo Presidente, nada es peor para un recurso comunicacional que la repetición y la previsibilidad; ha tratado demasiados temas al mismo tiempo en cada mensaje, y los mensajes han sido excesivamente largos –los programas, alocuciones y cadenas presidenciales- longitud y contenido excesivos que los convierten en difusos y en consecuencia confusos y de baja efectividad; ha abusado de frases hechas, refranes, citas de personajes, que enredan el mensaje real y lo difuminan y hacen perder fuerza; ha presentado al Presidente en formas y personalidades diferentes: el Presidente ha sido simpático, ha sido amenazador, ha sido refranero, ha sido ordinario, ha sido pedagogo, ha sido antipático, ha sido estadista, ha sido pelotero, ha sido demasiadas cosas y al final termina por no ser nada.
El gobierno está aparentemente rearmando una estrategia de presentación de hechos que avalen su gestión, y de relanzamiento de la figura de Hugo Chávez como centro fundamental y gran conductor. Con lo cual cae nuevamente en el error estratégico de esperar demasiado del agradecimiento –siempre mucho más presunto que real- por las obras que realiza, de confiar en que las obras mostradas alimentan la esperanza y la paciencia de quienes siguen sin recibir beneficios concretos de la revolución ofrecida, y de aislar aún más al Presidente. Asumiendo él mismo la máxima responsabilidad, poniendo a los ministros como simples asistentes, puede que gane toda la gloria de pocas cosas comprobables, pero sin duda también todo el reclamo de lo no realizado, que siempre es más, y de la frustración que a diario alimentan quienes siguen sin trabajo, sin recursos económicos, sin vivienda cómoda y digna, sin adecuada atención a su salud, sin protección contra la violencia.
Por eso, aunque el gobierno necesita con urgencia extrema una eficiente estrategia comunicacional, el nuevo estilo de programas audiovisuales no es la solución. En comunicación –publicidad, propaganda, información- lo que cuenta es el fondo, no la forma, la canción, no el cantante. Olvida el gobierno, como lo han olvidado todos los gobiernos de este país desde tiempos del Presidente Leoni, que los caudillos y las causas se elevan por emociones –frustraciones, decepciones y esperanzas- y se derrumban por el desfallecimiento de esas mismas emociones que no pueden ser alimentadas por hechos sino por vacíos, por ausencias, por esperanzas renovadas. Emoción, siempre la emoción.
La gran ventaja de la oposición a Hugo Chávez está en que todas esas emociones que ella misma no ha sido capaz de transmitir adecuadamente, están ya en la mente y el corazón de la gente. Han estado siempre ahí. La frustración, la decepción, la esperanza, la rabia, las ilusiones, las lleva cada hombre y cada mujer opuestos a Chávez. Han accionado y reaccionado, les han dado fuerzas y voluntad para seguir instrucciones de dirigentes diversos, pero esas emociones no fueron producidas por Pedro Carmona ni son ahora de Enrique Mendoza, por sólo poner dos ejemplos. Son de las personas, y eso es lo grande de la llamada sociedad civil y de la democracia. Las personas seleccionan sus líderes, les confían las decisiones, y si éstas no les satisfacen, la confianza es retirada. Las armas y la fuerza sólo pueden imponer líderes ficticios. Por eso, cuando han existido motivos realmente importantes, esas personas han actuado decididamente; cuando los motivos han flaqueado, las personas han disminuido. Quien inició en este país la fuerza del movimiento opositor, no fueron ni Fedecámaras ni la CTV ni Enrique Mendoza, mucho menos Henrique Salas Römer ahora prudentemente silencioso, ni siquiera Primero Justicia, un grupo joven en constante aprendizaje que hay que tomar muy en cuenta. Esa fuerza comenzó, y sigue estando, en la gente. Los grandes dirigentes recibieron la confianza de esa gente porque es natural que los grupos humanos busquen instintivamente liderazgo. Pero como aquél refrán “Dios lo da, Dios lo quita”, ese liderazgo que no es más que la confianza generada por la admiración, la gente lo da y la gente lo quita. Lo mantuvieron por décadas adecos y copeyanos, y lo dejaron escapar, lo tuvieron tan ampliamente que con él vencieron la subversión de derecha y de izquierda y difundieron convincentamente la democracia, pero creyeron que les pertenecía, que emanaba de ellos mismos y de la teoría democrática, y lo fueron perdiendo casi sin darse cuenta. Lo la gente y lo entregó a Hugo Chávez porque admiró al líder que se atrevió a retar al poder constituido que defraudaba las expectativas y necesidades de los dueños del poder, el mismo líder que ofreció compartir ese poder con el pueblo. Pero ¿qué es poder para el pueblo? Para unos pocos es mandato, es el “póngame donde haiga”. Para las grandes mayorías poder no significa más que satisfacción de sus necesidades. Y allí, justamente, es donde Hugo Chávez y su gobierno vienen fracasando ostensiblemente. No ha resuelto los problemas, ha creado otros. Ha tratado de manejar políticamente el arma estratégica que le hubiera permitido resolver los problemas y convertir su proceso revolucionario en una máquina formidable: la economía. Quizás hablar de economía en un país sin recursos sea una tontería. Pero utilizar con inteligencia la economía en un país con una gran renta petrolera, con una estructura comercial e industrial fiable y en plena operación, es lógico y es un rápido reproductor de riqueza. Una economía bien llevada, respaldada por una estrategia política adecuada, hubieran convertido a Hugo Chávez en el líder más popular y sólido en la historia del país. Si en algún país ha podido desarrollarse la primera y originalísima revolución con éxito económico y social, fue en la Venezuela que recibió Hugo Chávez.
En cambio, ha desatado una política de frases altisonantes pero sin profundidad realista y una estrategia económica que ha fracasado en todos los países y en la misma Venezuela. Por eso está perdiendo su batalla, y esta derrota no hay estrategia comunicacional que pueda disimularlo.
Ahora ya no hay regreso. La decisión y la emoción están nuevamente en manos de la gente. De ella saldrá el nuevo liderazgo, que no tiene por qué ser el que aparece actualmente todos los días en las noticias y en las entrevistas. La organización de un partido político es un proceso mucho más complejo y lento que el que habitualmente se imagina la gente. Y el nacimiento y fortalecimiento de un líder es igualmente lento. Nadie salta a la popularidad porque un día amaneció con buena suerte. Los líderes aparecen con las circunstancias de un día, pero ya venían cruzando esquinas y caminando calles a lo largo de mucho tiempo.
Como muy bien sabe Enrique Mendoza.