Compromiso de juventud
Recientemente, tuvimos la ocasión de compartir con un valioso conjunto de estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, procedentes de más de treinta escuelas. Conforman la Democracia Cristiana Universitaria, la cual ha sobrevivido en los últimos años a pesar de la crisis inocultable que experimentó el partido con el ascenso de Chávez al poder.
Un rico intercambio de opiniones fue la característica de la reunión. Inevitable, volvieron los recuerdos de nuestra experiencia juvenil, sobre todo lo que significaba el esfuerzo de integrar un comité ejecutivo de la DCU, el de la Católica, por ejemplo, al principiar los ochenta, porque –así como todavía acontece en la UCV- no entendemos un elenco de noveles dirigentes sin la votación democrática de los integrantes y simpatizantes de una causa que no está colonizada por los inmediatos intereses partidistas, tal como lo reclaman los principios que nos inspiran y que nos hemos permitido refrescar a propósito de la universidad y el humanismo cristiano (www. pdccopei. org).
Es otra de las diferencias esenciales que tenemos respecto los grupos que forman parte del circuito oficialista en la Central, pues, el tristemente célebre M-28, como se ha dado en llamar, irrumpió en la vida universitaria a través de un acto todavía incomprensible de fuerza, está subsidiado y adiestrado en ciertas artes por el gobierno, no goza del mínimo apoyo electoral en el estudiantado y, por si fuera poco, sus miembros no logran balbucear una idea coherente en torno al país y a la propia institución de educación superior. Probablemente, esto se deba a la dudosa condición estudiantil de quienes lo integran, muchos de ellos privilegiados holgazanes que desvirtúan el ejercicio ciudadano a través de aventuras que sólo son posibles cuando se tiene a una madre o a un padre que las costea. Y seguramente responde a la csrga de dinamita que ha instalado el chavismo sobre el oficio político, pretendiendo restarle todo cuanto significa de noble servicio público en aras de una buhonerización irresponsable, de una informalidad sólo concebible cuando pocos desean capitalizarlo según sus caprichos.
Lo anterior es parte de una alevosa política de dislocación en la que el gobierno ha confiado sus escasos recursos de juventud, permitiéndose toda suerte de demagogia con los pobres, a quienes les inventa una universidad que tenga por sede –incumplida- Miraflores, sin reparar en la inmensa crisis que padecen instituciones públicas como la UCV. Por cierto, nos enteramos que la aprobación de una de estas universidades “bolivarianas”, contó con el apoyo del rector Gianetto, mientras que negó un representante estudiantil del chavismo en el CNU negó el voto.
Las generaciones recientes recibirán un país hecho trizas, descartado todo privilegio. Hay una semejanza con la nuestra que apareció en escena cuando los últimos capítulos de la Venezuela dineraria colmaba a los “miameros” empedernidos: las actuales están en el deber y en la urgencia de repensar el destino común, cuestionando y actualizando con audacia los valores que nos informan. El compromiso político es –valga la redundancia- ciudadano, pues a nadie le podemos aceptar la renuncia u omisión, cuando es el país el que reclama el concurso de todos para superar y cualesquiera de la crisis que aparecerán el horizonte, más aún cuando se accede a sendas herramientas académicas en contraste con las grandes mayorías. Y constituye una oportunidad para balancear una definitiva vocación política que, más adelante, podrá expresarse en la propia realización integral de una profesión, en el campo gremial, si no se sincera en el partidista, siendo lo más importante –en el ciclo del aprendizaje formal- adquirir un sentido de responsabilidad ciudadana que evite estos traspiés de la hora.
Un mínimo consenso
La conflictividad no desaparecerá del paisaje venezolano por largo tiempo, aconsejando un mínimo de acuerdos para dirimirla sin sacrificio de la libertad, del esfuerzo de generar riquezas y de la urgida equidad social. Podemos mirar hacia pactos como los de La Moncloa, Los Olivos o Punto Fijo, como bien le recordó el presidente Toledo a Chávez en una oportunidad, a objeto de perfeccionar un mecanismo de concordia que nos evite estas huídas costantes al siglo XIX, pleno de escaramuzas, reyertas y guerras civiles.
Al caer la dictadura de Pérez Jiménez, los jóvenes afiliados a los partidos, por entonces e independientemente del curso histórico que tomó, llegaron a un acuerdo –todavía- aleccionador. José de la Cruz Fuentes (por la Juventud Revolucionaria Copeyana, Gumersindo Rodríguez (Juventud de AD), Ramón Delgado (Vanguadia Juvenil Urredista), Manuel Alvarez (Juventud de Integración Republicana), Héctor Rodríguez Bauza (Juventud Comunista) y Néstor Avila (Juventud del Partido Socialista de los Trabajadores), suscribieron un llamado a la unidad nacional que entendían como a “coincidencia y la acción conjunta en torno a objetivos que son comunes a todas las colectividades políticas y a la inmensa mayoría de las fuerzas económicas y sociales” (El Nacional, 22/11/58).
Siete objetivos trazaron aquellos líderes juveniles necesarios de actualizar de cara a las circunstancias que ha perfilado el llamado “chavismo”: consolidación de la democracia y conquista de un gobierno constitucional, realizando las transformaciones sociales y económicas mediante “luchas, coincidencias y acciones que no excluyen la existencia de posiciones divergentes entre las diversas corrientes”; una tregua política, privilegiado el “tono siempre afirmativo” alrededor de los principios ideológicos y programáticos (“los votos deben ser conquistados exaltando los valores de cada parcialidad y no disminuyendo los de los momentáneos adversarios”); instar a la elaboración de un programa unitario entre los partidos; respetar los resultados electorales; alcanzar un gobierno de integración nacional; unirse frente a toda conspiración; y sacar la lucha política (partidista) de los recintos educacionales.
Lo que se ha denominado la tecnología de los pactos, no debe sacrificar la visión y la esperanza de país muchos albergamos prestos al debate. No basta con redondear una mesa para ponerse de acuerdo, pues, quisimos en el pasado hacerlo preservando una versión del mundo tan exacta a la que nos condenó y sirvan de ejemplo el “Manifiesto de Porlamar” de la CTV (1980) o el “Pacto Social” de Lusinchi (1984).
La muchachada despierta en una Venezuela donde se ha sembrado el odio. Desterrarlo significa concordar los caminos, reivindicando el esfuerzo organizado y coherente para realizar los valores y principios democráticos. Vale decir, no temiendo hacer, sanear e innovar la política: un compromiso de juventud.