Compasión y compromiso
En España acabamos de padecer un terrible atentado que anuncia una hecatombe a la vista de la impunidad y de la eficacia con la que actúan los terroristas. Está claro que este fenómeno de nuestro tiempo no se puede combatir con guerras sino con inteligencia, diálogo y erradicación de aquellas situaciones injustas que pudieran servir de caldo de cultivo para masas que no tienen nada que perder. La política del equipo de Bush ha resultado un fracaso tan sangrante como el de los gobernantes de Israel. Si el porvenir que nos aguarda consiste en encerrarnos en un túnel construido por nosotros mismos, más vale afrontar la situación poniendo todos los datos sobre la mesa ya que el pueblo español ha demostrado con su espléndida reacción y ante las urnas que no precisamos de Patriotic Act ni de recortes de libertades para procurarnos unos regímenes políticos más justos, plurales y solidarios.
Porque no vivimos sólo con sentimientos, es preciso actuar. Pues si lo único que nos mueve es la compasión, lo abandonaremos ante cualquier dificultad. La compasión no produce la fuerza suficiente para perseverar.
Hoy se entiende por solidaridad el sentimiento del que se considera unido a la causa de otro. Ser solidario es hacer propias las necesidades ajenas. Uno se siente interpelado y movido a la acción. Es la intuición de que se está cooperando con la justicia más radical.
Ante los atentados en Madrid, la sociedad civil ha dado un ejemplo de generosidad impresionante, los voluntarios sociales se multiplicaron sin histerias ni destemplanzas y con una eficacia asombrosa junto a médicos, autoridades, bomberos en servicio de las víctimas y luego de sus familiares.
El auténtico voluntario social, cuando supera la fase de emotividad, sentimiento, compasión y ansia de consolar ante el dolor percibido como injusto, apuesta por el compromiso con propuestas alternativas.
Somos seres naturalmente sociables que podemos mejorar el bienestar de la comunidad y el propio. Por eso, la mutua solidaridad incrementa lo mejor de cada uno para el servicio de la comunidad. La unidad hunde sus raíces en la naturaleza y alcanza su plenitud en el ejercicio de la ciudadanía.
Las religiones monoteístas hablan de fraternidad, para indicar la misma génesis. Se expresan mediante la caridad y la benevolencia, incluso con el desconocido, por el hecho de compartir la condición humana. Desprendida en la época moderna de sus connotaciones religiosas, se afirma su dignidad en la común naturaleza, pues la asociación con los demás es requisito indispensable para desarrollarse como personas.
Al rescatar el término solidaridad con un significado nuevo y profundizar en su dimensión antropológica, la acción solidaria se expresa como una necesidad de restaurar la unidad de derechos originaria. Porque tomamos conciencia de que nadie es más que nadie por naturaleza sino que podemos actuar mejor al ejercer valores y virtudes que entendemos necesarios.
No es de extrañar que el voluntariado, se plantee como plataforma de reivindicación de justicia, pues contribuye a que la solidaridad sea algo real. Contribuye a que los demás no eludan responsabilidades sino que se comprometan en acciones solidarias desde su peculiar circunstancia personal y social. Sin esperar a que se lo imponga o facilite el Estado ni a que se lo reconozca un partido político o se lo premie “a futuros” ninguna confesión religiosa.
La regla de oro para distinguir el auténtico voluntariado social de otras formas de altruismo reside en comprobar que la denuncia y la propuesta alternativa son consecuencia de la pasión por la justicia. La compasión no basta, aunque sea esencial para el compromiso. Una vez más, no se trata sólo de lo que hacemos sino de cómo lo hacemos.
Es ante casos tan espantosos como los padecidos por las víctimas del terrorismo como surgen esos frutos de una concepción de la vida que supera el enfrentamiento, los egoísmos y la soledad enquistada para producirnos como auténticos ciudadanos del mundo en busca de otro mundo mejor, que es posible porque lo sabemos necesario.
José Carlos García Fajardo
Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
Director del CCS