Comparar para darnos cuenta
Hay un relato de Kafka sobre un jinete que intenta con terca tenacidad superar los límites del territorio en el que ha sido confinado. Capturado por enviados de un remoto soberano e interrogado sobre el destino al que intenta dirigirse responde:”Salir de aquí, ese es mi destino” MI cita no es literal, pero el empeño de escapar por escapar me impresionó siempre hasta el punto de haber convertido esa frase, palabras más, palabras menos, en referencia permanente.
Todos hemos tenido en algún momento el deseo de salir de una situación, de un medio que sentimos que nos oprime o nos limita. Hoy esa parece ser la sombra que se proyecta sobre muchos venezolanos que reflexionan sobre lo que aquí ocurre y sobre todo sienten el peso de una atmósfera política marcada por la mediocridad, la irresistible tendencia al retroceso y la sensación de que se va perdiendo una vez más una gran oportunidad. Hay quienes disfrutan de los privilegios reservados a los amigos del régimen, y muchos, más numerosos, que colman sus aspiraciones con el dinero que en una situación como la nuestra se cuela por las rendijas de un sistema político dispendioso y granuja. Guardan silencio calculado y se adhieren a la insostenible pero conveniente idea de que vivimos una etapa intermedia y vendrán mejores días de primavera “revolucionaria”, o a la muy venezolana actitud de que aquí siemprelas cosas han sido de esta manera y poco importa lo demás. Pero la generalidad de los venezolanos que buscan cultivar su espíritu (deseo burgués y egoísta para los ideólogos del Poder) siente con fuerza el impulso a salir del lamentable cerco que se ha tendido sobre Venezuela.
Ese deseo de salir del cerco puede hacerse realidad física o simplemente psicológica pero en ciertas circunstancias adquiere una fuerza paralizante que hay que neutralizar. Cada uno de nosotros”sale de aquí” a su manera.
Y a veces podemos hacerlo viajando, como hicimos mi mujer y yo en las semanas anteriores. Y regreso con el deseo de conectarme con los que nos leen, en plan de especulaciones y no de constataciones; y a ello vamos a dedicarnos durante varias semanas. Comienzo hoy.
Siempre que “salimos de aquí”, como soy arquitecto, termino preguntándome al impulso de las comparaciones, porqué en Venezuela se cede constantemente a la tentación de considerar las exigencias que la gran ciudad impone, como una carga inaceptable para la totalidad de la sociedad, como si se tratase de un impuesto que le quita a lo no urbano (la cultura del campo, lo natural, lo que se supone esencial) lo que le corresponde. Es una visión dualista que fue propia de las discusiones sociológicas del siglo diecinueve y comienzos del veinte y que hoy se ven como un viejo defecto propio de un pasado inmaduro. Y sin embargo entre nosotros sigue vigente.
Como siguen vigentes tantas cosas superadas en otras partes, con el mismo carácter dualista: lo privado contra lo público; lo nacional contra lo universal; la calidad contra la cantidad, lo bueno contra lo necesario, la alta cultura contra la cultura “popular”… oposiciones que a estas alturas de mi vida no dudo en verlas como manifestaciones de atraso cultural cuyo principal exponente sería el “corpus” ideológico del régimen que nos gobierna.
Luchar contra esa tendencia al dualismo que oculta una tosca hipocresía, moralista de la peor forma, me parece la principal tarea que hoy en Venezuela podría plantearse cualquiera que aspire a dar un testimonio en momentos tan pobres (que ya venían desde antes, no hay que dejar de decirlo) y con ello contribuir en pequeño, con el logro de una mayor lucidez.
En la forma como debatimos sobre la ciudad entre nosotros hay mucho de este dualismo. Los candidatos a Alcalde ceden a la tentación de lo inmediato porque piensan que la gente lo prefiere. O se refugian en generalidades salidas de las encuestas que siempre suenan a “politiquería”. Al hacerlo no son conscientes de que están contribuyendo a la permanencia de un modo de pensar lo público que se vincula directamente con el populismo. Cualquiera podría decirme que en cualquier parte del mundo el discurso político tiene inevitables ribetes populistas, a lo cual respondo que eso es cierto pero también lo es que los líderes que producen los cambios son los que se separan de este vicio a base de convicciones y de afirmación de una personalidad. Es curioso constatar a este respecto que el discurso de nuestro Gran Conductor, en los tiempos electorales que lo llevaron al Poder, era menos populista que el de su opositor, tal como ocurrió hasta cierto punto también en las elecciones para su segundo período (¿no era “mi negra” el más puro populismo?). Siendo su práctica política una exacerbación de los peores vicios del populismo latinoamericano, cuando irrumpió en la escena política hizo una crítica del populismo tradicional. Que eso haya sido pura hipocresía, como lo ha demostrado a lo largo de estos años, no oculta el hecho de que los venezolanos apoyaron un discurso que parecía distanciarse de los vicios (populistas) de la Cuarta. ¿No debería esto hacer reflexionar a la oposición de hoy? Se trata, tiene que tratarse, de construir liderazgos basados en ideas, no en simple voluntarismo que busca apoyarse en el descontento.
Muy fresco tengo el recuerdo de los sesudos “programas de gobierno” de tiempos de la Cuarta. Participé en alguno con entusiasmo cuando tenía treinti pocos años. Nunca sirvieron para gran cosa. Porque el país no tiene los recursos institucionales ni la mínima coherencia para llevarlos adelante de modo sistemático. Hoy la situación no es mejor. Por eso pienso, simplemente, que además de demostrar que gobernar es construir y no dilapidar y edificar con palabras vacías, como hace el régimen, de lo que se trata es de hacer un puñado de cosas de valor emblemático. Y si se trata de la ciudad, más allá de lo esencial es imprescindible construir lugares y fragmentos urbanos que sean en sí mismos logros para el ejercicio de la ciudadanía. Ni más ni menos.
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La ciudad histórica europea heredó múltiples fragmentos que le dan hoy calidad de vida.