Opinión Nacional

Claudicó la coherencia

Nadie en su sano juicio puede negarse al recurso civilizatorio del diálogo, ni siquiera en condiciones adversas. No es un tema de ingenuos ni de sumisos dialogar, es un tema de seres responsables.

El diálogo es el lubricante esencial de las relaciones humanas, mientras dialogamos nos civilizamos: mientras más diálogo más humanidad; mientras menos diálogo más barbarie.

En una democracia el diálogo es la costumbre, es el día a día; no es noticia, es lo cotidiano. Los políticos discuten, debaten, intercambian ideas, cotejan visiones y al final construyen acuerdos a través del diálogo.

La democracia hilvana el tejido social de la nación dialogando. El diálogo no sólo nos civiliza; nos humaniza. Hay que dialogar.

En dictadura, en cambio, el diálogo es lo excepcional, lo extravagante, lo excéntrico. Si se da, es un espectáculo, un hecho noticioso.

En dictadura, y su permanente monólogo, el diálogo estorba. Es la disidencia, como víctima, perseguida, secuestrada o torturada, quien lo promueve pues aspira evitar el choque de los rinocerontes políticos; se empeña en impedir el mutuo aniquilamiento nacional.

Pocas veces lo logra debido a que en dictadura el diálogo es más bien un ejercicio propagandístico y legitimador del régimen, sólo aspira reconocimiento y sumisión por parte de la disidencia opositora, que, de más está señalarlo, no claudica ni se humilla si dialoga, se ennoblece (siempre y cuando mantenga la dignidad y el honor).

Es enternecedora la súplica de diálogo por parte de la víctima política. Nos conmueve porque sabemos que el verdugo siempre, tarde o temprano, dejará caer la guillotina. Es su naturaleza. Pero hay que insistir, no se puede dejar de dialogar, incluso en una dictadura.

Eso sí, insistimos, manteniendo la dignidad y el honor.

Una dictadura boba, regordeta y nueva rica

El diálogo de Miraflores fue extravagante y excéntrico, fue un hecho noticioso básicamente porque en Venezuela se sufre una dictadura.

Una dictadura boba, regordeta y nueva rica, pero una dictadura.

Fue kitsch -espectacular en su cursilería y mal gusto- el diálogo porque además la dictadura venezolana es un reality show que se trasmite en vivo y en directo, y las risas, jaladera de bolas y futilidad de algunos oficiantes, obviamente a tono con la vergonzosa puerilidad de Nicolás que un día insulta y el otro besa, nos ridiculizaron aún más de lo que estamos como sociedad.

El diálogo fue inútil como generalmente ocurre cuando se dialoga con una dictadura, porque ésta sólo buscaba reconocimiento y sumisión de parte de la disidencia, y la obtuvo con facilidad.

El reality show dictatorial alcanzó una audiencia y reconocimiento insospechados, hubo hasta quien en vivo y en directo agradeció la buena voluntad del dictador.

Patético.

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