Ciudad y crimen
No hace demasiados años Nueva York tenía bien ganada fama de ser una de las ciudades más inseguras del mundo. Es apenas de 1980 aquella aterradora película de Brian de Palma, Vestida para matar, donde una madura y todavía muy sensual Angie Dickinson es asesinada a puñaladas en el ascensor del edificio donde reside. Y también de la misma época son las viñetas de la revista satírica Mad representando a neoyorquinos histéricos, encerrados bajo siete llaves en su propia casa y armados hasta los dientes incluso mientras ven la TV. Ficción por supuesto en ambos casos, pero fundada en la angustia de los habitantes de una ciudad asediada por el crimen.
De un reciente aunque breve viaje a esa ciudad se regresa hoy con una sensación completamente diferente: una metrópoli desmesurada pero viva, llena de actividad y espectáculos hasta altas horas de la noche a los que la mayoría del público acude a pié y en transporte público. Pero para un caraqueño la sensación más interesante es, sin duda, alojarse en un enorme hotel de más de 900 habitaciones al cual se puede acceder a cualquier hora por una entrada secundaria, que comunica directamente con los ascensores pero en la cual no hay ninguna vigilancia perceptible.
El vuelo de regreso a Caracas sufrió un notable retardo, de modo que ya en el aeropuerto se anunció que llegaría a Maiquetía hacia las 3:00 a.m.; esto bastó para desatar el pánico entre unos viajeros aterrorizados de tener que recorrer el trayecto desde el aeropuerto hasta sus casas en la madrugada caraqueña.
Los funcionarios supuestamente responsables por nuestra seguridad insisten en que hay una percepción subjetiva de la población en la materia, por lo cual, según ellos, los caraqueños tenderíamos a magnificar el problema. Pero esas “percepciones subjetivas” no son meras especulaciones paranoicas, sino que siempre están basadas en hechos reales: con poco más de 3 millones de habitantes, el índice de homicidios de Caracas supera hoy los 120 por 100 mil habitantes, mientras que en Nueva York, con 8 millones de habitantes, el mismo índice está por debajo de 8: aunque en las últimas décadas nunca hemos estado realmente bien en esta materia, la verdad es que hemos empeorado dramáticamente frente a las ostensibles mejoras registradas por Nueva York. Y no se trata sólo de las diferencias en los ingresos económicos de ambas ciudades, que son sin duda una componente no desdeñable: las colombianas Bogotá y Medellín, que no hace muchos años estaban peor que Caracas, hoy nos superan cómodamente como resultado combinado de su mejor desempeño (aunque todavía insatisfactorio, ya se mueven entre 20 y 25 homicidios por 100 mil habitantes) y el increíble deterioro caraqueño: ¿podía esperarse algo distinto de una década de irresponsabilidad e incitación al odio?