Ciudad y comercio
En torno a la actividad comercial en la ciudad, el caso del Sambil de La Candelaria ha originado opiniones que merecen ser comentadas. Entre las más comunes se encuentra la de que los grandes centros comerciales serían ele-mentos negativos en la ciudad, que generan insolubles conflictos de tráfico y ahogan su vitalidad. Ocurre sin embargo que esa modalidad de organización comercial nace justamente con la ciudad moderna, a fines del siglo XVIII: es en el París reestructurado por Haussmann que aparecen los primeros “grandes almacenes”, algunos de los cuales han prosperado hasta hoy con volúmenes de construcción que duplican los 26 mil metros cuadrados del caso que nos ocupa, localizados tan cerca unos de otros que en algunos casos apenas los separa el ancho de una avenida. También Manhattan cuenta de antiguo con grandes centros comerciales entre los que destaca Macy’s, con 200 mil metros cuadrados de superficie comercial y una media de 100 mil visitantes al día, lo que hace de él la tercera atracción turística de la ciudad. Sin embargo, los ejemplos mencionados y otros que el espacio no nos permite citar, no han im-pedido el florecimiento en sus alrededores de la actividad comercial dispersa ni han generado conflictos de tráfico: ellos se localizan en ciudades con eficientes sistemas de transporte público que hacen innecesario el uso del vehículo pri-vado por sus clientes, excluido de hecho como medio para accederles.
Tampoco el socialismo real fue inmune a los encantos de los grandes centros comerciales: los almacenes GUM, inaugurados en Moscú a fines del siglo XIX y rescatados por el gobierno soviético en 1954, con una superficie de más de 90 mil metros cuadrados, se localiza en el corazón mismo de la patria rusa: en plena Plaza Roja, frente al Kremlin y el Mausoleo de Lenin.
Está claro entonces que, pese a su sedicente omnisciencia, el cuartelero asentado en Miraflores no entiende de cuestiones urbanas y confunde el efecto el Sambil- con la causa: el abandono al que diez años de “bolivarianismo” han sometido al Municipio Libertador. Para no quedarse atrás, su Alcalde, eviden-temente influenciado por el más severo pitiyanquismo el mayamero- ha decre-tado que ese tipo de centros comerciales no se debe construir en la ciudad sino en la periferia, donde la mayoría no poseedora de vehículo privado quedará automáticamente excluida; en contrapartida proclama que en su municipio sólo se construirán centros comerciales para buhoneros, con lo cual, suponemos, aspira a redondear la faena de su predecesor, que no conforme con la fuga de las sedes bancarias y de otras empresas, logró la proeza de impulsar también la fuga de los ministerios y otras oficinas públicas hacia los más gratos, aunque “escuálidos”, municipios vecinos. Lectura recomendada: La Habana: ruinas y revolución, de la Grange y Rico, Letras Libres, enero 2009.