Opinión Nacional

Cinismo de Estado

Padecemos un estatismo sin Estado o, para no exagerar tanto, con lo que queda de él. Signigfica el desarrollo extremo de una vocación intervencionista, subsidiada por lo que – también- va quedando de la renta petrolera, sincerada ya en los horizontes del autoritarismo.

Las instancias de la administración pública están teñidas de una ineficacia e ineficiencia que, junto a la pérdida de legitimidad del régimen, hacen la ingobernabilidad. Disminuyen galopantemente los atributos pastorales del poder y sólo la amenaza de un empleo directo y brutal de los tanques y cañones, podría servirle de soporte.

Las instancias estatales están confiscadas por un elenco que las trepó electoralmente, cuando pocos años antes quiso hacerlo por la fuerza. Y, ahora, consecuente con sus posturas difíciles de ocultar, se resiste a una actualización comicial.

La razón de Estado, por lo poco que va quedando de él, deviene personal urgencia de quien lo encabeza. El aparato estatal queda reducido a los afanes de supervivencia de Hugo Chávez. Los recursos disponibles, presentes y futuros, están supeditados a una extensa y complicada táctica de mantenimiento en palacio que dice legitimarlo. La poca variación conceptual y estilística del discurso, a sabiendas que el del reconocimiento de las solicitudes referendarias fue una torpe simulación, tampoco ayuda a armonizar siquiera a los más fieles seguidores.

A los setecientos u ochocientos millones de dólares dispensados por PDVSA, olvidado el BCV, se suman los montos derivados del endeudamiento público. No aparecen en cartilla presupuestaria alguna, lanzados al vacío de un festín del poder que se deshace. Y queda, como respuesta, la mentira sistemática

La versión presidencial de lo que acontece, inmediatamente es asumida por otros órganos del Poder Público, con la obediencia necesaria para intentar la diaria e interesada reconstrucción de la realidad. Los únicos reprimidos, heridos y muertos, son los que reclamen su adscripción chavista, prontamente asistidos por una Fiscalía o Defensoría del Pueblo que maldice el disenso. A la ficción de un gobierno victimado, perseguido, presionado y amedrentado por quienes paradójicamente no lo ejercen, contribuye el trío dominante del CNE, compensando el descrédito alcanzado por la dependencia parlamentaria. No hay corrupción administrativa en Venezuela, a juzgar por el silencio tan mal articulado del Contralor General, como si fuésemos ciegos, sordos y mudos.

El cinismo de Estado resulta de una penosa construcción quinquenal que ya no resiste los embates de la realidad e, intentando forzar una unidad emocional y de propósitos, está destinado a los más ingenuos seguidores del oficialismo, quienes están cada vez más temerosos que el imperio de la necesidad invocado por el citado elenco y la lógica de las transgresiones, los alcance.

La manipulación de los lapsos del revocatorio y la propia emboscada tecnológica que se intenta, en un CNE que ha hecho de la dilación y el disfrute vacacional un estandarte, convertida la pregunta revocatoria misma en un problema cuando el texto constitucional no asoma dudas, guarda correspondencia con las “misiones” que están muy distantes de solventar el drama de la exclusion social, la deliberancia a título de inventario de la institución armada, u otras manifestaciones que construyen gramaticalmente a un Estado que ha dejado de serlo, a menos que exprima la pólvora de la que dispone. Sin embargo, violada la Ley de Desarme, un grueso del armamento de guerra está fuera de sus arsenales, ateniéndonos a a los medios de comisión utilizados por el hamponato común.

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