Opinión Nacional

¿Choque de trenes?

 

El ejercicio de la política no es nada sencillo. Particularmente, por razones que hacen de las relaciones entre miembros de una sociedad un entramado de intereses diferenciados y enfrentados que adquiere connotación toda vez que los procesos de comunicación entre estos, en tanto que factores activos de la política, acuden a sentimientos que casi siempre rayan con el egoísmo, la insolidaridad y la suspicacia. Más aún, cuando hay carencia de una cultura política que entienda la tolerancia, el pluralismo y la ecuanimidad como condiciones en medio de las cuales se magnifica la ética, la moralidad y el civismo.

El reducido lapso de campaña electoral presidencial, en el cual deberían restablecerse las visiones de un país sucumbido por una crisis de Estado que arrastra tanto una crisis del tipo de acumulación como una crisis del tipo de dominación vigente, podría convertirse en un espacio de descarnadas consecuencias. Y no hay duda de que así fuera por cuanto los escasos días que los candidatos tienen para convencer a sus electores, más que abrir posibilidades para discernir racionalidades asociadas a las necesidades de desarrollo económico y social de cara a las exigencias del entorno, le cerrarían oportunidades de conducción política y de viabilización de procesos de mediación de conflictos que terminarían confundiendo escenarios de activación política, movilización social y de funcionalidad económica. Fundamentalmente, por el hecho de ser éste un momento bastante sui géneris en el que las emociones, equivocadamente, se sobrepondrán a la razones. Es lo que pudiera llamarse una campaña “a cuchillo”.

Y en un contexto delimitado por variables de este tenor, todo lo que provenga de propuestas atadas a creencias, espectros o fantasmas, no garantiza la consolidación de objetivos alineados a propuestas de consciente veracidad. Aunque lo peor de tal situación, deriva de la creación de comandos de campaña u oficinas de coordinación de las respectivas actividades proselitistas bautizados con nombres que descarnan susceptibilidades. Pero no tanto por el trabajo que compromete sus actuaciones, como por lo que significa haberse acudido a apelativos que tocan sensibilidades extremas. Es así que haberse utilizado los nombres de Simón Bolívar y el de Hugo Chávez para apellidar los correspondientes comandos, apunta a exacerbar todavía más la rivalidad entre los actores políticos que compiten por la presidencia de la República. Principalmente, porque el sector del oficialismo ha pretendido arrogarse la propiedad del ideario bolivariano para adjetivar su proyecto político-ideológico de gobierno. Como si ello garantizaba el éxito inmediato de la gestión pública emprendida hace catorce años.

En la delicada coyuntura que vive el país, la idea de formalizar comandos político-electorales bajo nombres cuyo empleo incita tirantez y hasta arrebatos de furia, deja ver el grado de infecunda polarización que caracteriza el enfrentamiento entre estos adversarios (si es que así pueden llamarse en la mitad de la presente diatriba): Maduro y Capriles. Cualquier posibilidad de limar asperezas, aunque pueda sonar paradójico, requiere de la necesidad de arbitrar espacios políticos evitándose así que no derrapen gruesas contradicciones que hoy siguen convirtiéndose en motivos de violencia y banales divergencias. Todo ello luce como potencial razón para incitar una innecesaria pugna ideológica entre “Bolívar” y “Chávez”. Es decir, un choque de “trenes”.

VENTANA DE PAPEL

MADURO ESTÁ INMADURO

Hasta en política, se suceden cambios a partir de los cuales la praxis política adquiere nuevos matices y formas de realizarse. Una campaña electoral de las democracias decimonónicas, difiere profundamente de las actuales realidades. En principio, se acogen a conceptos que exaltan la naciente teoría moderan de la organización, la planificación y la coordinación de actividades proselitistas que, desde luego, consideran el respeto, la tolerancia y la compostura como recursos de entendimiento y confianza que son base del estilo de discurso empleado.

La breve campaña electoral cuyo culminación se verá caracterizada por las votaciones para elegir el presidente de la República dada la ausencia absoluta del extinto presidente (re)electo el pasado 14 Octubre, ha tendido a marcarse por la virulencia que los estamentos del poder político nacional le ha impuesto. La ofensa ha servido al candidato del oficialismo para endosarle cualquier epíteto como resultado del desprecio que deja ver una oratoria cargada de insultos.

 

El candidato gubernamental se vale de cualquier ocasión para agraviar y agredir a su contendiente sin ninguna razón que justifique el contenido de su discurso. No tiene alguna idea del significado de una campaña electoral en tiempos de la globalización y del dominio tecnológico alcanzado. Sin duda que el candidato oficialista vive un realismo obsoleto. Ante las exigencias políticas del siglo XXI, indiscutiblemente que Maduro está inmaduro.

UNA ESTRATEGIA CASI “PERFECTA”

Todavía sigue ocultándose toda información que devele la crisis de salud que padeció el presidente Chávez. A varios días de su deceso, por demás lamentable, el secretismo con el cual los jerarcas del régimen envolvieron su penosa enfermedad, tenía un propósito perversamente marcado. La intención de circunscribir su situación a un plano no terrenal, permitiría crear a su alrededor un haz de virtudes capaces de proyectarlo diferente al resto de las personas. Sobre todo, por su condición de líder único de un proceso político cuyos usufructos se han administrado con sectarismo a fin de garantizarle a ciertos actores políticos una renta suficiente como para suponer de que en socialismo se vive mejor.

Ahora el régimen procura construir su propia épica a partir de una nueva historia que ha venido elaborando con el empeño de apuntalar un mito que sirva para su consolidación. La pretensión de mantenerse en el poder, incita y excita ideas y acciones. Por eso, el régimen se ha dado a la tarea, de cara al proceso electoral, aprovecharse del recuerdo de Chávez sembrándolo a través de unos funerales no sólo exagerados en cuanto al tiempo, sino cargados del sentido propagandístico que requiere la tentación de atornillar en el poder a Nicolás Maduro.

Para eso, se forzaron en adelantar la idea de mantener al presidente alejado en su enfermedad a riesgo de que empeorara por la precariedad de la asistencia médica cubana. Aún así, tomaron tal decisión cuyo manejo requirió siempre de manipular la situación a fin de ir preparando el ambiente en caso de que la salud del presidente no tuviera retorno, como en efecto sucedió. Ahora sólo falta que, en medio de la triste situación conocida, suplanten a Bolívar o al mismo Jesucristo por Chávez a quien han comenzado a llamar “Libertador” y “Redentor”. Pero a pesar de lo cuestionable que ha resultado todo ello, pareciera que fue producto de una estrategia casi “perfecta”.

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