Chile y Venezuela frente a la transición
1.- La víspera de la asunción de mando de Sebastián Piñera y luego de ser recibidos por el presidente electo, nos dirigimos con el alcalde metropolitano de Caracas Antonio Ledezma y Agustín Berríos a la residencia del ex presidente Patricio Aylwin. Tener el privilegio de conversar sin cortapisas con el responsable de haber llevado a buen puerto el dificilísimo tránsito de su país de la férrea e institucionalizada dictadura militar del general Augusto Pinochet a la democracia civilista de la Concertación chilena, sin haber derramado una sola gota de sangre y respetando las reglas del juego del régimen dictatorial es algo insólito y verdaderamente inolvidable.
No tomé nota de esa larga y amena conversación como para arriesgar reproducirla en detalles. Pero lo hablado da pautas para intentar resumirla en pocas palabras. Según el ex presidente, lo esencial para explicarse el éxito de la oposición democrática frente a la crucial elección plebiscitaria, fue la unidad. Una unidad suprapartidista, supra individual, una unidad existencial. Con un solo objetivo estratégico: vencer a la dictadura. Y en la que todos los intereses confluyeron en un único propósito esencial: la victoria del NO al continuismo.
En esas fructíferas dos horas nos habló de los esfuerzos, las contrariedades, las gigantescas dificultades a enfrentar por las fuerzas democráticas dada la inexistencia de padrones electorales – destruidos por la dictadura a poco hacerse con el poder total – y los devastadores golpes recibidos por los partidos en su lucha clandestina contra el más feroz de los regímenes dictatoriales hasta entonces conocido por los chilenos. La falta de medios y de libertad de expresión, la pobreza de quienes enfrentaban a un Estado omnipotente, altamente disciplinado y dispuesto a jugar todas sus bazas para preservar la dictadura. Al frente del cual un general prestigiado, con honda raigambre nacional y una popularidad nada desdeñable. Sin duda, la personalidad política más relevante del Chile de los últimos 15 años. Un desafío aparentemente insalvable.
No es del caso puntualizar las razones de su propio éxito, cuando fuera nominado a disputar la presidencia. Pero sí de señalar la que según Patricio Aylwin habría sido la causa de su nominación y su victoria electoral: haber sido el principal promotor y gestor de esa unidad. “Fui elegido presidente”, recalcó con énfasis, como para que no lo olvidáramos, “porque hice de la Unidad mi principal motivo de vida”.
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En los prolegómenos de nuestro Referéndum Revocatorio del 15 de agosto de 2004 habíamos recibido suficiente información de los causales del éxito de la oposición de parte del entonces encargado internacional de la DC chilena, Tomás Jocelyn-Holt y de uno de sus máximos líderes, Gutenberg Martínez. Ambos coincidieron en destacar la rigurosa disciplina, el alto grado organizativo y el sentido de la conciencia histórica con que el centro – incluido sectores de derecha – y la izquierda chilenas habían enfrentado el compromiso de salir de la dictadura y emprender el reinicio de la Nación por su senda democrática. Un compromiso del que sólo se marginaron el Partido Comunista y los sectores de la ultraizquierda chilena, que sólo creían posible derrotar a la dictadura sobre el terreno del enfrentamiento armado, contando para ello con el pleno respaldo en armas, en dinero y en know how de Fidel Castro. Y cuyo accionar fue, asimismo, de inmensa relevancia, como lo acaba de señalar el Secretario General del Partido Comunista chileno, Jorge Teiller en entrevista con el periódico chileno La Tercera (31 de marzo de 2013): «Usted escucha a Ricardo Lagos, que dice que aquí derrotamos a la dictadura con un lápiz y un papel. Mentira. Si no hubiera existido todo este sacrificio del pueblo, de lucha, no habría sido posible». Se refiere, principalmente, a los cotidianos enfrentamientos callejeros entre obreros y jóvenes estudiantes en las barriadas populares y particularmente al cruento atentado contra Pinochet: “esas luchas y el atentado a Pinochet dejaron al descubierto las debilidades de la dictadura y ayudaron a dar una salida política”.
No se dejó un solo detalle al azar. El control del proceso comicial fue absoluto y total, pese a no contarse para entonces con medios de comunicación rápidos y expeditos. Pero sin ninguna duda asegurados los sectores democráticos de la buena fe, la decencia y la transparencia de que haría gala el ente comicial del régimen. La oposición había decidido manejar las cifras de los resultados electorales de manera directa e instantánea y darlos a conocer de inmediato a todos los sectores sociales, económicos y políticos del país. Incluidos, por supuesto y en primerísimo lugar, el generalato de las FFAA y sobre todo los propios miembros de la Junta Militar de gobierno. De los que se suponía, y la historia demostraría que con absoluta razón, cierta autonomía de criterios respecto de la conveniencia de la continuidad de las fuerzas armadas en el mando político del país. Ello no hubiera sido posible si la dictadura hubiera contado con un control electrónico y directo del curso del proceso electoral, privando a la oposición del inmediato resultado de la misma, como hoy es de rigor en nuestro país. Una diferencia nada desdeñable.
Y allí radica una de las claves que hicieron posible una victoria que correspondía a las necesidades históricas de un país esencial, radicalmente distinto al nuestro. Amén de la alta disciplina de la sociedad civil, Pinochet, en 1988, estaba derrotado por las circunstancias, pues las razones que habían empujado al abismo del gobierno de Salvador Allende hacia tres lustros planteando la necesidad de una dictadura militar ya habían sido superadas: la grave crisis existencial que provocara la llegada al Poder de la Unidad Popular había sido resuelta estructural, sistémicamente por la propia dictadura. De la cual su jefe y cabecilla, el cruento general Augusto Pinochet, había terminado por convertirse en un estorbo para el ulterior desarrollo del país.
Es este hecho objetivo el que lleva a la conciencia general de la necesidad de regresar el país a la normalidad democrática y cerrar el trágico ciclo de violencia, terrorismo y subversión que desatara los demonios de la Unidad Popular abriendo la Caja de Pandora de los peores fantasmas de la sociedad chilena. Superar la dictadura se había convertido en una imposición de las circunstancias. Que encontró su justa expresión política en la voluntad democrática y unitaria de la racionalidad política nacional a través de la conformación de la CONCERTACIÓN DEMOCRÁTICA y la indirecta colaboración de las propias fuerzas políticas de un sector del pinochetismo.
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El resto es historia conocida. El general Fernando Mathei, comandante de la Fuerza Aérea y miembro de la Junta de Gobierno, no tuvo empacho en reconocer el triunfo de la oposición la misma noche del plebiscito, lo que impidió cualquier intento por desconocer posteriormente los resultados electorales por parte de Pinochet. Se abrió con ello el período transicional hacia el proceso electoral en que Patricio Aylwin derrotaría a Augusto Pinochet un año más tarde, abriendo el curso de la sociedad chilena hacia su reencuentro y reconciliación nacional. La pesadilla había terminado.
Un detalle explicado detalladamente por Patricio Aylwin en ese inolvidable encuentro tuvo que ver con la reacción del dictador ante un cambio tan radical de las circunstancias, pues siendo el Comandante en Jefe y líder indiscutido de las Fuerzas Armadas chilenas, continuaría al mando del principal factor de poder y estabilidad del Estado chileno. Por ello y creyendo plantear una exigencia hondamente sentida por la sociedad democrática, en su primer encuentro luego de ser investido de su alta magistratura, Aylwin le solicitó su inmediata renuncia. A lo que el general Pinochet, primera autoridad militar del país, le respondió que le obedecería todas sus órdenes, pues hacerlo era su obligación constitucional. “Salvo esa orden, Sr. Presidente, que no obedeceré. Pues si no soy yo, ¿quién le asegurará la obediencia total, el orden y la disciplina de las fuerzas armadas bajo su mando?”.
No fue una relación fácil. Zafarse un poder dictatorial de honda raigambre nacional no podía llevarse a cabo sin graves roces, desacuerdos y conatos de rebeldía de parte de quienes tenían el monopolio de las armas. Y el resentimiento de sectores sociales y políticos fuertemente castigados por la sangrienta represión llevada a cabo por el régimen dictatorial. Pero lo esencial coadyuvaba a la estabilidad democrática y al reencuentro nacional: la dictadura había resuelto los graves problemas estructurales que empujaran a la sociedad chilena al abismo. El orden público había sido plenamente restablecida y la economía liberalizada por un nuevo modelo económico bajo una nueva relación entre el Estado, la sociedad civil y la sociedad económica comenzaba a dar sus frutos. El país había alcanzado a partir de 1975 un punto de despegue que 20 años después pondría a Chile en la primera línea del desarrollo regional, ya al borde de ingresar al exclusivo club de las naciones más desarrolladas del planeta. En 1975, bajo el proyecto estratégico del régimen, el PIB salía del abismo en que lo hundiera el gobierno de Salvador Allende para remontarse de manera dramática hasta reducir drásticamente los índices de pobreza y elevar simultáneamente los índices de competitividad hasta el primer lugar de la región.
¿Puede compararse el caso chileno con el venezolano? ¿Nos encontramos a las puertas de una salida de fuerza a una grave crisis existencial como en los postreros momentos del allendismo chileno o, muy por el contrario, estamos a punto de repetir la proeza de la salida política y civilizada a una dictadura ya innecesaria en manos de la Concertación Democrática?
De la correcta respuesta a esta interrogante depende nuestro futuro. El debate está abierto.