Opinión Nacional

@Chavezcandanga se muere. ¿Y Entonces?

 ¿Dejaremos una vez más que la violencia se imponga sobre la paz y la irracionalidad sobre la sensatez? Venezuela ha ingresado a un grave estado de excepción. El diálogo entre las partes se ha hecho más perentorio que nunca. Como pedía el libertador próximo a su hora final: ha llegado la hora de los hombres sensatos. Si existen, tienen la palabra.

1.- Si se atiende a la esencia de las cosas y se deja descansar a los murmullos, Venezuela se encuentra empantanada en una situación aparentemente insoluble. Hoy por hoy nadie está en capacidad de responder de manera fehaciente y sin sombra de dudas a la pregunta acerca de quién gobierna a nuestro país. Del que a estas alturas ni siquiera sabemos si es realmente nuestro, soberano y propietario de sus destinos. Flota en el limbo de la incertidumbre y los mecanismos decisorios del poder se han reducido a unos mensajes de 140 caracteres despachados Dios sabe desde dónde por un personaje llamado @chavezcandanga. En los que se dictan decretos, se prometen soluciones y se asegura que el personaje al que sirve de metáfora vive, está acompañado por su hija dilecta y su respectivo yerno y recibe la visita permanente del ex presidente de Cuba, ex presidente de su partido y ex jefe supremo de sus fuerzas armadas y hoy hermano carnal del presidente, Fidel Castro.
            No existen precedentes en la historia universal de repúblicas independientes gobernadas desde el exterior y por medios tan insólitos. El Imperio Romano podía y debía permitirse el lujo de ser gobernada de forma itinerante: sus confines eran tan extendidos y distantes, que Adriano bien podía ejercer su mandato desde Alejandría, Pérgamo o la Cisjordania. Felipe II atravesaba Europa y bien pudo haberse permitido el lujo de atravesar el Atlántico y haber gobernado desde la Nueva España, cosa que jamás pasó ni siquiera por su mente. Pero pudo haberlo hecho: como rezaba el lema de su Imperio, sobre sus posesiones jamás dejaba de brillar el sol.
            Las satrapías y los imperios y naciones coloniales se sirvieron de gobernadores generales, capitanías, sátrapas y virreyes. Pero desde que la nación fuera adjudicada a un territorio específico y sus autoridades a los estrictos límites pertinentes, a nadie se le ocurrió gobernar a distancia. A no ser y por razones de extrema fuerza mayor, delegando el Poder en un encargado, un vicepresidente, un compadre. Lo cual, por cierto, le costó perder el cargo, el país y su nacionalidad a don Cipriano Castro. Muerto en Puerto Rico muchos años después de salir a tratarse de un riñón con un afamado nefrólogo berlinés.
            Pero de eso hace más de un siglo y el precio fue tan costoso, que nadie, ni siquiera Juan Vicente Gómez, el compadre, osó siquiera alejarse más de cien kilómetros del asiento del Poder. Fue hasta su muerte en su hacienda maracayera un hombre que con sabiduría campesina gobernó según el proverbio que reza que “al ojo del amo engorda el caballo”. ¿Tan a jamelgo desconyuntado se ha venido el corcel bolivariano como para dejarlo entregado a la torpe voracidad de sus eventuales testaferros?
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El hecho es que desde que una molestia en su rótula lo obligara a usar bastón, hace ya casi un año calendario, el presidente de la república no sólo se hizo habitué del CIMEQ, la clínica de la privilegiada Nomenklatura castrista a cuyas herméticas instalaciones no penetran ni los cubanos, sino que hizo de dicha clínica el despacho habitual desde el que aparenta dirigir los asuntos públicos que por obligación constitucional le atañen. Sin otra asesoría que la que le brindan “desinteresada y altruistamente” los hermanitos Castro. Decretos con fuerza de leyes orgánicas, decisiones aparentemente juradas y sacramentadas en el Tribunal Supremo de Justicia en fechas y ciudades imaginarias, alzas de salarios, precios de venta al público de productos varios, ascensos y descensos en el interior del aparato armado de la república: todo un sinfín de asuntos de la más rigurosa competencia presidencial son aparentemente asumidas, dictadas y transmitidas desde La Habana por lo medios que a bien tenga disponer el Señor Presidente. Que para los efectos sólo dispone del twitter y del teléfono.
Todo lo cual, sea dicho en honor a la más rigurosa y estricta verdad, sin que nadie sepa de qué mal padece, cuál es el diagnóstico de las ciencias médicas, cuál la necesidad de que sea tratado en Cuba y no en Venezuela, cuál el estado real de su enfermedad, tiempo y expectativas de su tratamiento, ventajas de efectuarlo en el exterior y particularmente en el CIMEQ y así una retahíla de sanas y justas objeciones que nadie parece dispuesto a plantear y menos a responder. El más importante de los temas es un tema tabú para los venezolanos. Dios nos asista.
Todo lo cual ha llevado a la insólita, asombrosa y desconcertante situación en que nos encontramos y que puede ser formulada sin una pizca de mala intención ni el más mínimo deseo de poner en aprietos a quienes ni siquiera pretenden darse por entendidos con la sencilla pregunta: ¿quién o quiénes gobierna o gobiernan en Venezuela mientras el presidente, supuestamente, divaga, duerme, vegeta, se desmaya, vomita, se retuerce, sufre atroces dolores, padece de sed, de insomnio, de llantos y estremecimientos y no dispone de más consuelo que las caricias de su hija, las reposadas palabras de su yerno y la caricia oportuna de su padre putativo, a falta del verdadero que ni siquiera falta le hace?
Las restantes interrogantes que esta elemental falta de gobierno debe estar provocando en Venezuela, pueden ser fácilmente imaginadas. De las cuales, la más urgente, por estúpidamente obvia es la más inmediata: ¿Y si se muere? ¿Querrá morirse en Cuba el presidente de la república? ¿Habrá designado un sucesor o una sucesora? ¿Qué hacer con las elecciones pendientes, a las que parece estar quitándole el cuerpo tanto como le sea posible? ¿Será el candidato a la reelección, como parece quererlo su partido, como necesita con auténtica urgencia y desesperación que sea según los Castro, como dictan las necesidades de la boliburguesía? ¿Correrá la arruga tanto como le sea posible, vale decir hasta el 10 de junio, fecha límite para inscribir las candidaturas en el CNE? ¿Cuáles son los escenarios que se le abren al impenetrable futuro venezolano en caso de que así no sea?
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            Sea como fuere, el hecho real y objetivo es que el país se encuentra sin gobierno ejecutivo. Lo cual, en un sistema que ha exacerbado el presidencialismo hasta las honduras de la autocracia, significa que se mantiene a flote más por inercia que por voluntad del poderoso. Si quien ha impuesto las decisiones por las que se rigen ministros, altos funcionarios, gobernadores, alcaldes, jueces, diputados y hasta periodistas del oficialismo se halla postrado en una cama de una clínica habanera, al libre arbitrio del omnímodo propietario de esa hacienda privada llamada Cuba, lo elemental es deducir que toda esa Nomenklatura siga actuando por osmosis o efectuando leves ajustes a la carta de navegación según indicaciones de la presidencia cubana. Lo cual, a juzgar por el proyecto nunca abandonado expresamente de crear la República Socialista Unida de Cubazuela, o Venezuba, correspondería a los más ínclitos deseos de unos y otros: del enfermo y sus enfermeros.
            Pero estemos claros: una situación de suspensión sine dia del ejercicio presidencial es absolutamente insostenible. Más aún si median unas elecciones que podrían echar por la borda a toda la tripulación de este barco hoy aparentemente a la deriva, con carta de navegación marxista leninista y todo. Acaba de parapetarse el llamado Consejo de Estado, un organismo que de ser estrictamente consultivo podría pretender convertirse en un órgano colectivo de gobierno. Asunto que atropellaría la Constitución y constituiría un golpe de estado seco. Por mojadas que fueran sus consecuencias.
            Tampoco se ha decidido mecanismo sucesorio alguno en caso de un fatal desenlace, salvo que se observe y cumpla lo pautado constitucionalmente. Nada se dice sobre el candidato supletorio, si el presidente se ve impedido de presentarse a la magna contienda. Sólo está claro que todo está absolutamente oscuro: las pugnas internas entre los distintos factores de poder militar y civil, los enfrentamientos soterrados en el interior de las instituciones y el terror que cunde en las filas oficialistas ante la firmeza con que la oposición democrática se mantiene en sus trece: ir a las elecciones del 7 de octubre con su candidato, electo democráticamente y con un respaldo de más de 3 millones de ciudadanos. Y ganar el proceso en buena lid, decidido a defender el triunfo con los medios que sean pertinentes a tan sagrado cometido.
            ¿Permitiremos que el barco siga a la deriva, sin timonel ni capitán? Permitirán los factores en liza que el control de los acontecimientos se les escape de las manos? ¿Dejaremos una vez más que la violencia se imponga sobre la paz y la irracionalidad sobre la sensatez?
            Venezuela ha ingresado a un grave estado de excepción. El diálogo entre las partes se ha hecho más perentorio que nunca. Como pedía el libertador próximo a su hora final: ha llegado la hora de los hombres sensatos. Si existen, tienen la palabra.
         

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