Chávez y la oposición después del 26-S
No es poca fatalidad para el chavismo saber ahora -porque lo confirmó el propio Consejo Nacional Electoral oficialista-, que pasó a ser una minoría política obligada a aprender que, solo por la vía del diálogo y el consenso, alcanzaría la gobernabilidad necesaria para terminar los dos años que le restan en el poder.
No son, sin embargo, evidencias que puedan asomársele siquiera a una de las últimas sectas fanáticas, teocráticas y fundamentalistas que quedan en el continente, creyente de las simplezas que encarna aquella seudofilosofía política que se llamó o llama el marxismo, uno de cuyos dogmas irrenunciables reza que la revolución es un mandato histórico a cuyo influjo es imposible que escape su principal beneficiario: el pueblo.
Y no importa que en tiempos no lejanos, a finales de los 80 y comienzos de los 90, fueran los pueblos de la URSS y de los países de Europa de Este los que salieron a las calles a luchar por el fin de décadas de dictadura marxista y comunista, o que en Nicaragua votara mayoritariamente por el fin del sandinismo, y que ahora mismo en Cuba es el que más clama por el regreso de la libertad y la democracia, pues para los marxistas naúfragos, irredentos e incorregibles se trata de conspiraciones diabólicas disparadas desde los centros de poder capitalistas o del espacio exterior.
No es de ahora, de los años en que se derrumbó el comunismo, sino desde sus mismos orígenes, que se oyó decir que los marxistas, los llamados filósofos y políticos “de la praxis”, estaban dispuestos a aceptar cualquier praxis, menos la que los contradijera, y una corroboración de este aserto cuenta que la tuvo el filósofo francés, Jean-Francois Revel, el 4 de diciembre de 1997 en el programa de televisión parisino “La Marche du Siecle”, de Jean Marie Cavada, oyendo a una dirigente comunista proclamar:
“¿Hemos cometido errores? En absoluto. Es la historia que ha cambiado de dirección”.
O sea, comenta de seguidas Revel: “Que esta izquierda prefiere juzgar a la historia por haberse equivocado, antes que juzgarse así misma, porque ella, la izquierda, estuvo y sigue estando en el camino correcto” (La grand parade. Essai sur la survie de l´utopie socialiste”. Libraire Plon. 2000)
En otras palabras: que de una vez sostengo que Chávez y el chavismo insistirán en imponerle a Venezuela un sistema político y económico de inspiración stalinista y castrista, que no introducirán cambio alguno en la forma de conducir al país con que han amenazado y que instrumentarán todas las triquiñuelas y marramucias posibles para autoconvencerse de que no fueron derrotados en las elecciones del domingo pasado y que es el pueblo el que exige y clama porque el proceso sea radicalizado.
De modo que, no cabe sino advertir a los diputados opositores electos y a quienes votaron por ellos, que la lucha no se detiene sino que continúa, que no se aplaca sino que arrecia, y que no entender que los resultados del 26-S es el ingreso a una fase más enconada de la actual confrontación, sería incurrir en un error de consecuencias incalculables.
Fase en la que Chávez empleará una cantidad ingente de recursos del estado para centuplicar la política clientelar, multiplicar y extender las misiones, aumentar el reparto de beneficios y prebendas, y recuperar para su gobierno y el socialismo esa máscara de gestión y sistema salvador que tuvo hasta hace aproximadamente 2 años.
Pero también –no nos engañemos- habrá inversión y gastos en servicios públicos colapsados casi desde que Chávez asumió el poder en 1999, en infraestructura olvidada, deteriorada y devaluada, en una cierta mejoría del empleo y el poder adquisitivo del bolívar y en que la economía abandone el sitial de perdedora, que como consecuencia de la caída del crecimiento económico, vía el descenso de los precios del petróleo y la lenta recuperación de la recesión global, ha mantenido hasta ahora.
Planes, programas, estrategias, que adolecerán del trauma original de la inviabilidad del socialismo y de su segura conversión en la corrupción, incompetencia y despilfarro ínsitas al sistema, pero que secundados con una hábil propaganda, podría dejar en las masas de votantes la impresión, la sensación, de que Chávez y el socialismo “no son tan malos”.
De modo que, aterrizando en el otro escenario que nos interesa, el de la oposición y la fracción de diputados que acaba de obtener, caemos de inmediato en la cuenta que sus tareas y responsabilidades no son pocas, ni convencionales, pues deberá enfrentarse desde la calle y el parlamento a una minoría política violenta, fanática y fundamentalista, náufragos del retrosocialismo, que no quiere entender que su tiempo pasó y no es más que una excrecencia de una utopía que la humanidad no quiere recordar ni repetir, para tomar la vía de la reconstrucción del mundo que intentaron destruir las ideologías del odio, la violencia y la guerra: el comunismo, el nazismo y el fascismo.
Por supuesto que sin caer en su mismo terreno, o sea, tomando la calle para convertir a Venezuela en una suerte de teatro del absurdo donde solo se oigan los gritos de Chávez, y el ruido de los tiros y de las bombas lacrimógenas, sino como escenario para el diálogo y el contacto con el pueblo, con los millones de pobres y necesitados que deben convencerse que una reelección de Chávez en el 2012 sería perder a Venezuela, sino para siempre, si por un tiempo espectralmente largo.
Trabajo para recuperar la majestad del parlamento, hacer que asuma su función contralora, la aprobación de leyes que al par de contribuir al bienestar de las mayorías, fortalezcan la democracia y la libertad y trace el rostro de la otra Venezuela: de la que quiere paz, concordia, igualdad, justicia social, y el objetivo supremo de que todos podamos vivir en la tierra que construimos todos para que vivamos todos.