Opinión Nacional

Chávez y el morbo noticioso

No hay noticia de ABC, El País o El Mundo de España referida a Venezuela que no tenga que ver exclusivamente con algún aspecto relativo al difunto. ¿Es morbosidad, aldeanismo o desinterés por nuestra realidad real? Entristece saber que no existe razón alguna para publicar alguna línea sobre Venezuela que no tenga que ver con el pesado, el intolerable y fastidioso fardo de un cadáver. Fue otro de los aportes del teniente coronel: convertirnos en la atracción de la morbosidad noticiosa del planeta.

Hace 14 años, abrumado por el avasallante tsunami político social que los medios habían provocado en esa última década, y cuyo primer impacto había sido obra del incomparable talento provocador de un teniente coronel hasta ese momento absolutamente desconocido por los venezolanos, escribí lo que su victoria electoral seis años después convertiría en realidad: la conversión de la política en espectáculo.

No era un tema novedoso, ni en Europa ni en los Estados Unidos. Pero para mí fue absolutamente revelador. La globalización había alcanzado a la periferia y la política, también en Venezuela, había terminado arrodillada ante el poder vampiresco de la televisión. Ya nada tendría entidad política real si no rendía previamente tributo a las claves del lenguaje masivo, instantáneo y aparentemente espontáneo de la reproducción televisiva. Es más: ese lenguaje no reproducía la política: la generaba.

Borges, que odiaba los espejos, no alcanzó a sufrir el bombardeo televisivo. Lo salvó su ceguera. Pero comprendía perfectamente la vileza de lo especular precisamente por su capacidad monstruosamente reproductiva. Lo que Mc Luhan y otros ya habían pronosticado se cumplió a mansalva: la realidad no sólo depende de la certificación de su difusión masiva para adquirir virtualidad: si no la alcanza, simplemente no existe.

Los genios políticos, habitualmente malvados y depredadores como los personajes de ficción que generan, palpitan desesperados a la búsqueda de esos instrumentos especulares. Necesitan reproducirse al infinito. Sin la radio, el Tercer Reich no hubiera alcanzado la dimensión planetaria que logró alcanzar con Hitler. Pero todavía, en tiempos de Hitler, la radio no escogía presidentes, como lo hace la televisión en las naciones más desarrolladas del globo desde hace ya medio siglo. Y así como los actores del cine mudo se vieron confrontados a la extinción con el cine sonoro, basta que un político carezca de perfil televisivo, buena imagen y desenvoltura cinematográfica para que se le cierren las puertas del poder.

Es lo que hemos vivido de manera paradigmática desde el 4 de febrero de 1992: la intromisión violenta de la pantalla en la política y la necesidad de sobrevivencia que los códigos televisivos le imponen a quienes quieran protagonizar roles de mando en la época de la política como espectáculo.

Ni el gobierno ni la oposición han podido sustraerse al poder sobre determinante de la pantalla. Chávez, que hizo de la política un espectáculo y de su vida un melodrama, la llevó hasta sus últimas consecuencias. Su vida y su muerte parecen un calco del guión de una telenovela. Chávez no es explicable sin el protagonismo de la pantalla. Como la oposición: ningún líder alcanzó rango de liderazgo mientras no fuera santificado por Globovisión. Lo que explica la imperiosa necesidad del régimen por asentar su monopolio mediático mediante actos lesivos y criminales, como los impuestos a RCTV y al Circuito Belfort, la invención de medios alternativos y la persecución y compra de medios proclives a la oposición, como fuera el caso de Globovisión.

Ha muerto el dueño del circo. Ha fallecido el showman. Pero el morbo que rodeó su vida sigue determinando la curiosidad de los medios internacionales por los gusanos que siguen profitando de sus despojos. No es otra la explicación de la insistencia con que algunos corresponsales de importantes agencias y periódicos, como los de más circulación nacional en España, a tres meses de la muerte del caudillo, sigan explotando el tema hasta la fatiga y el aburrimiento.

No hay noticia de ABC, El País o El Mundo referida a Venezuela que no tenga que ver exclusivamente con algún aspecto relativo al difunto. ¿Es morbosidad, aldeanismo o desinterés por nuestra realidad real? Entristece saber que no existe razón alguna para publicar alguna línea sobre Venezuela que no tenga que ver con el pesado, el intolerable y fastidioso fardo de un cadáver. Fue otro de los aportes del teniente coronel: convertirnos en la atracción de la morbosidad noticiosa del planeta.

 

 

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