Chávez y el cabito
La entrada de los restos del Cipriano Castro en el
Panteón Nacional, ha sido motivo por estos días de una
polémica de cierta intensidad. En lo fundamental se
cuestiona —sobre todo los adversarios del actual
presidente— la falta de méritos del caudillo andino
para habitar en ese santuario tan solo reservado a
héroes más luminosos
En lo particular, coincidimos con la crítica que
atribuye tal decisión a un capricho presidencial,
siendo que Castro, como muchos lo señalan
acertadamente, no reúne las cualidades que le serían
exigibles para estar allí.
No obstante, la pregunta es ¿Por qué Chávez si lo juzga
apto para sacralizarlo?
La historiografía venezolana es copiosa para
enterarnos y advertirnos que «el cabito» resultó una
perniciosa experiencia para la vida nacional.
Asimismo, la pluma de los más destacados intelectuales
patrios desde Picón Salas y Ramón Díaz Sánchez hasta
los más actuales como Simón Alberto Consalvi y Jesús
Sanoja Hernández, son contestes en calificar el
periodo de Castro, no solamente como de los más
crueles en cuanto al desconocimiento de elementales
derechos ciudadanos y de extensiva y profunda ruina
material, sino que no titubean en indicar que dada la pugnacidad enfermiza
de Don Cipriano, comprometió mas allá de lo tolerable
seriamente la soberanía de Venezuela.
Sin embargo, observado con saldo negativo las
ejecutorias de «el cabito» por casi todos , al
presidente Chávez le parecen, no sólo buenas sino
excepcionales, de otra manera obviamente no hubiera
cargado con él hasta los altares.
Una especie de extraño mimetismo debe haber obrado en
el ánimo del presidente Chávez, sobre todo en esta
etapa de especial turbulencia de su gobierno, que lo
vincula espiritualmente con el máximo jefe de «la
restauradora».
Donde la mayoría ve teatralidad,
histrionismo, desmesura y provocación innecesaria en
el discurso de Castro —evaluado desde la fragilidad
del país como fue en ocasión del reclamo e injerencia
de las potencias europeas y un poco después los EEUU—,
que lejos de haber dotado de serena y persuasiva a
argumentación a su protesta con fundamento cierto a
justos derechos de Venezuela, terminó por hundir los
intereses nacionales, y su propia permanencia en el
poder. Pero Chávez ve en ello valentía, coraje,
dignidad, afirmación patriótica y nacionalismo
antiimperialista.
De igual forma, debe producirle singular fascinación
al líder «bolivariano»los episodios de Don Cipriano
cuando envía a la cárcel a un grupo de banqueros y
comerciantes que se negaron a prestarle dinero al
gobierno; pues sospechaban con sobrada razón, de que
nunca les fueran a devolver sus cobres. Ello fue en
consideración que había agotado un millón de pesos que
los institutos de crédito y algunos de esos mismos
comerciantes ya habían prestado.
Matos capitalista poderoso, trató de convencerlo que
cambiara el gabinete y procediera con medidas
pacíficas; pero era Castro, como lo demostró con
obsecuencia , un gobernante adscrito a los métodos de
atropellar que no de escuchar. Todas estas afrentas y
demás despropósitos, gestaría en su contra la
revolución «Libertadora»(1901-1903), que culminó con
la friolera «heroica» de 40.000 bajas.
Entre otras desafortunadas similitudes, está la larga
lista de los disidentes. En el caso de «el cabito», de
centenares de caudillos que estuvieron a su lado
dispuestos a acompañar su causa; siendo demasiado
superficial achacar a la sola ambición de éstos el
motivo de su disgusto. Sí lo aceptáramos así,
exoneraría injustamente la patán intemperancia del
general andino, que fue la más cercana causante de la
lista descomunal de sus enemigos .
La realidad es que los excesos perdieron a Castro y
Gómez supo sacar provecho de ello para desplazarlo del
poder.
La aplastante y mayoritaria participación cívica de
nuestro pueblo en comicios que están más cerca de los
que creemos, serán el «compadre» que le arrimará con
toda seguridad y definitivamente a Chávez la silla de
Miraflores.