Opinión Nacional

Chávez: Sin lluvia y petrodólares no hay paraíso

Más que colgado de alguna racionalidad económica que no tiene ni desea, el Chávez del racionamiento eléctrico y la maxidevaluación es un alucinado pendiente de la más leve aglomeración de nubes que se atisbe en el horizonte y de los reportes de las alzas y las bajas de la temperatura en el hemisferio norte.

Y es que por unas, por las nubes, podría anunciarse un cambio milagroso en el régimen de lluvias que empiece a llenar los embalses para medio normalizar aunque sea en marzo el suministro de energía en el país; y con más bajas temperaturas en Estados Unidos y Europa la posibilidad de que  el precio del crudo se dispare otra vez a más de 100 dólares el barril, es su único recurso frente a una espiral inflacionaria que  para el primer trimestre puede desbordar el 100 por ciento.

Las nubes, sin embargo, no son sino espejismos; y en cuanto a las bajas temperaturas, entramos en la segunda mitad del mes de enero y los 80 dólares que fueron el marcador de comienzos de semana, resbalan hacia los 70.

Pasa el día, en consecuencia, llamando al Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología, INAMEH, a cuyo presidente, José Gregorio Sottolano, martiriza día y noche preguntándole “por las nubes”,  a Rafael Ramírez sobre el comportamiento de los precios y las temperaturas,  a Igor Gavidia sobre “los niveles de Guri, a Fidel sobre si debe lanzar una proclama tipo “La historia me absolverá”, a  babalaos de La Guaira y La Habana en fin, y en tal turbulencia (me cuenta una fuente cercana y confiable) que pasa de insultar a Dios, a amenazar a América y al mundo con guerras y  revoluciones, a pedir que le llamen a Obama, a dar órdenes de invadir Colombia y Curazao, para al final desplomarse desolado mientras masculla entre dientes aquello de: “Si la naturaleza se opone…” y etc, etc, etc.

“Soy una víctima del cambio climático, de la emisión de gases de efecto invernadero”, me cuenta la fuente que estalló la otra noche, “el comandante en jefe de la primera revolución que fracasa por la devastación que el capitalismo ha perpetrado en el planeta. Por eso, no le perdonaré nunca al cabrón, al arrastrao, al desgraciao de Lula que no me haya dejado entrar en Coppenhague a la reunión donde quería cantarle las cuarenta a Gordon Brown, a Sarkozi, a Wen Jiabao, Ban Ki-moon, a la Merkel, a Rasmussen, a todos esos bandidos que no más llegó el negro Obama corrieron a arrodillársele como si fuera el Rey de la Galaxia”.

“Pero, aquí” sigue la fuente “al llegar al hiperclímax, al superparoxismo, parece que lo asaltaran dudas,  fantasmas, retorcimientos y comienza a preguntarse: ¿Y si estoy equivocado, y si esto no es obra del capitalismo sino de Dios, si estoy siendo castigado por las ofensas que he lanzado a diario contra la iglesia católica, contra mi iglesia, contra el Cardenal Urosa, contra los obispos Santana y Baltazar Porras? ¿Y si es  por adscribirme, de puro pantallero, a una ideología atea como el marxismo, nomás que por complacer al viejo loco de Fidel?

Porque es muy raro, todo cambió de repente y sin que nadie lo previera, el 16 de julio del 2008 el petróleo cerró a 123 dólares el barril, hoy a 72, todo  2008 y comienzo del 2009, lluvias a granel y hoy sequía. Reyes, Reyes, llámame a Iván Rincón, al inútil de Iván Rincón, o a cualquiera que esté de embajador en el Vaticano y dile que me gestione urgentemente una audiencia con el Santo Padre, quiero confesarme con mi confesor natural y protocolar: Su Santidad Benedicto XVI”.

En definitiva,  que informes, anécdotas, datos, frases que, si bien es difícil confirmar porque vienen de un solo testigo y sin documentos ni grabaciones, no puede negarse que se insertan en el clima de la crisis venezolana actual, que parecen extrapoladas del desorden y la incoherencia del discurso presidencial y que, siendo así, tienen que llamar a la más honda inquietud, a la más oscura perturbación.

Al efecto, no habría sino que remitirse al discurso de Chávez el viernes en la Asamblea Nacional con motivo de la presentación de su informe de gestión anual, y cuyo comienzo, algo así como 20, o 25 minutos, fue dirigido al Nuncio Apostólico, Pietro Parolini, es cierto que criticando actitudes del Nuncio anterior, monseñor Berlocco, pero en general llamándole a que asuma el papel de puente en su reconciliación con la Iglesia.

“Es lamentable, muy lamentable” dijo en un momento: “Uno como católico y cristiano. A mí me da un gran dolor. ¡Esta revolución-lo digo como cristiano- es profundamente cristiana! ¡Viva Cristo El Redentor”.

Y más adelante: ¿El hombre lobo del hombre? Preferimos el mensaje de Cristo: la esperanza del Hombre, la especie humana. Y reivindico al Cristo revolucionario, no al Cristo de los burgueses…”.

Y las preguntas son: ¿Mensaje a quién? ¿A Fidel, a Ortega, a Evo, Correa, Alí Rodríguez, Cabello, Giordani, Merentes, Rangel,  a hombres que lo conocen bien y saben que mañana puede decir lo contrario? ¿O los lamentos de una alma arrepentida y en la vía del regreso, como la noche del 11 de abril del 2002 cuando se arrodilló, confesó y lloró amargamente en el regazo de monseñor  Baltazar Porras, y ansiosa de reunirse con el cardenal Urosa, y con el padre Ugalde, con Ovidio Pérez Morales y el Padre Palmar?

 O simplemente ¿el llanto de una conciencia desgarrada, sin asidero ni referencias de que agarrarse, caída al vacío de sus inconsecuencias y traiciones, víctima de su narcisismo e insensateces y, por tanto, navegando a la deriva, al garete y diciendo y haciendo lo primero que se le viene a la cabeza?

El regreso al discurso, indicia que puede ser esto último y habría que recordar que un segundo después de la plegaria, dijo que iba confesar “por primera vez” que era marxista. Ahora bien, se trata de una confesión que ya había hecho otras veces, y que en absoluto, comportaba sorpresa ni asombro para nadie.

Como tampoco, el haber arrimado de seguidas, que no había leído “El Capital”, pues de todo el mundo es conocido su fobia por la lectura, como que, solo conoce algún que otro pensamiento de El Libertador, los epigramas de aquel libraco que presentó a comienzos de su mandato como una novedad (“El Oráculo del guerrero”, creo) párrafos de una carta que una vez le envió El Chacal, y algún que otro versículo de la Biblia aprendido durante el Catecismo.

Pero bueno, por una vez agradezcámosle la sinceridad, pues lo usual es que nos cobeara diciendo que estaba leyendo “El Capital” en alemán.

No paró, sin embargo, ahí el laberinto de desvaríos, la catarata de despropósitos, la hemorragia de incoherencias, pues en un momento dijo que había tomado la decisión de suspender el racionamiento eléctrico en Caracas después de reunirse con el embajador de Siria en Caracas, y en otro que el salario mínimo de los venezolanos era el más alto de América Latina y en otro que el auge de la inseguridad que cobra 15 mil vidas anuales en Venezuela “es producto de la conspiración de las oligarquías y el imperialismo”.

Pero todas estas fueron minucias comparadas con su intento de convencer al auditorio de que no tenía nada que ver con la crisis eléctrica, que todo era producto de la cuarta república y de la sequía, del Niño y del cambio climático, y de que,  cuando comenzaran las lluvias, por allá en marzo, o en abril, Venezuela volvería a estar alumbrada, sin que quedara una casa, un rincón, un rancho sin su luz encendida.

En cuanto, al suspendido racionamiento en Caracas, afirmó, mintiendo, que nunca se le había consultado, que se aprobó contra su voluntad, y que  por eso había decidido “suspenderlo”.

O sea, que no fue él quien pareció decenas de veces en cadenas de radio y televisión apoyándolo, diciendo que no había otra salida y que si no se aprobaba, la ciudad, como el país, quedarían a oscuras.

Aun no habíamos llegado, sin embargo, a la prueba definitiva de que Chávez ha llegado a una escala irrecuperable de su deterioro mental, y que, sea por su sociopatía congénita, o porque se ha agudizado el desequilibrio que incide en la fragmentación y bipolaridad de psiquis, llegaría el momento en que aterrizaría en el disparate puro y simple, en la insensatez de cualquier calibre y grosor.

Y fue cuando afirmó, sin que le temblara un solo músculo, ni el cinismo se reflejara en palabras o gestos, que no había devaluado, sino revaluado el bolívar y que más bien los venezolanos deberían estar contentos de que en cuestión de semanas estén comprando el 90 por ciento de los productos que consumen, con alzas de hasta el 100 por ciento.

Infamia que en un segundo lo convirtió en el hazmerreír de todo el mundo financiero, del nacional y el internacional, y lo reveló como un desintegrado cuyo sitio es el manicomio y ya.

Pero que para los venezolanos tiene una connotación específica y concreta, espectral y aterradora, apocalíptica y tsunámica: Zimbawue y Robert Mugabe y/o Cuba y Fidel Castro.

Los dos factores  que promovieron la destrucción de dos países, de dos grandes países y que de ser reencarnados y reinterpretados por Chávez, también destruirán a la Venezuela que conocemos.

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