Chávez respira, pero poquito
Respira mal pero gobierna bien. Sigue de permiso.
Hay que ser bien iluso para creer que un presidente con una consistente incapacidad para respirar, puede ejercer actos de gobierno. Cuando el cuerpo pide tan solo llegar a la próxima bocanada de aire, no hay ni espacio ni ganas para tomar decisiones. Hay que tener deseos de ser engañado para poder creer en esa especie. Máxime cuando el personaje no tiene la capacidad de comunicarse verbalmente.
Esperé anoche el parte medico que ofrecieron en cadena a las 9 de la noche, con la esperanza de escuchar algo más que un juego de palabras manejado para parecerse a una información sólida. La tendencia de su problema respiratorio no es favorable. Entiendo que empeora, pues tendencia estable, significa que no hay cambios y tendencia favorable supone que está mejorando. En cambio, “el tratamiento médico para la enfermedad de base, continúa sin presentar efectos adversos significativos hasta el momento”, explicó el funcionario. No produce efectos adversos, pero no sabemos si mejora la enfermedad de base. El resto del comunicado es un relleno de repeticiones sobre aspectos conocidos y reiterados, con la excepción de una mención al hecho de que se mantiene en comunicación con su equipo político, en otras palabras, está gobernando. A otro con ese cuento, respeto al enfermo, pero no tolero que me hablen con total desprecio a mi inteligencia.
En paralelo, la casa se viene abajo por el peso sostenido de la toma equivocada de decisiones y la falta de otras, para poner bajo control una economía que Chávez y sus seguidores destruyeron a lo largo de estos años. Insisten en hablar torcidamente de una corrección y reconversión cambiaria, pasándole de un lado al término devaluación. Más destructivo que el cambio de la paridad –devaluación a secas- es el desaparecimiento del Sitme, que cierra las puertas a la posibilidad de importar, sin pasar por el mecanismo restrictivo de Cadivi, un tercio de las importaciones del año pasado se hicieron usando ese sistema que ahora no existe. Los importadores esperan por un método alterno, pero el Gobierno no parece entender hacia dónde camina con su lentitud en tomar decisiones.
Este es el país propietario de dos satélites de comunicación, que no tiene mantequilla en los supermercados, pero que se proyecta como una potencia continental. La sarta de payasos revolucionarios, que miente con descaro todos los días, no encuentra formas para explicarnos, como es que ahora –tan solo ahora- nos estamos preparando para despegar hacia el progreso.
La revolución está en finales. Este cuento sostenido con las filigranas de un bombardeo masivo de mensajes, se acaba en la escasez que se nos viene encima y en la pérdida de autoridad de un “gobiernito” que no solo no es legítimo, pero tampoco capaz.
Cambiémosle la bombona a Venezuela, necesitamos aire fresco.