Opinión Nacional

Chávez: Presidente desde las catacumbas

Llegó, vio…y se escondió. Así podrían describir los historiadores del futuro la última visita de Chávez al país, misteriosamente signada por una estadía de 9 días en la cual no se la ha visto el cuerpo, y, mucho menos, el espíritu.

Semana y día casi de silencio absoluto, apenas interrumpido por algunos tuiter y una llamada no muy larga al canal de televisión oficial hace dos noches, impensable hasta hace meses en el presidente más radiofónico de cualquier tiempo y lugar y que, literalmente, convirtió sus 13 años en la Primera Magistratura en un ejercicio lenguaraz, donde fueron escasas las horas, escasísimas, en que no estaba frente a un micrófono en tribunas abiertas o cerradas, o en estudios de televisión o radio donde la imagen y el sonido pasaron a ser herramientas de tortura para los venezolanos.

Millones, toneladas de palabras, y briznas, partículas, esquirlas de ideas, que, además tenían la peculiaridad de ser sabidas y archisabidas, pero que Chávez tenía la pretensión, la arrogancia o la ingenuidad de creer que se oían por primera vez.

Claro, sin dejar de maquillarlas de acuerdo a sus intereses instantáneos de mal o buen humor, de aprecio o menosprecio y absolutamente convencido de que un dios o demonio se las susurraba desde el más para alumbrarlo en la “Gran Obra” de refundar la república y salvar a la humanidad.

Hoy, y después de semana y un día de haber reaparecido en el país, Chávez es el hombre-espejismo, el presidente esfumado, el jefe de Estado que gobierna desde el más allá o las catacumbas, en el espectáculo único en la historia -y que no dudo será dentro de poco pasto de novelistas, cineastas, historiadores, autores de corridos mexicanos, romances llaneros o payas argentinas, de antropólogos y filósofos de la historia- de ser el primer presidente que gobernó un país sin saberse a ciencia cierta si estaba vivo o muerto, si era un fantasma o un retazo de la realidad.

Transfigurado, ya en vida, ya en muerte, en una leyenda donde no son pocos los venezolanos que juran que lo ven de noche en hábito talar recorriendo los cementerios, otros que afirman que regresó a Cuba la misma noche y en el mismo avión que lo trajo por unos minutos a Maiquetía para integrarse a una comunidad santera en Regla o Guanabacoa, y otros que se arriesgan a sostener que Lula y Dilma Rousseff lo trasladaron a Brasil para aplicarle el mismo tratamiento que los curó a ellos de un cáncer agresivo: una combinación de radio terapia en el hospital Sirio-Libanés de Sao Paulo, con ritos de la Macumba en la propia basílica de Nuestra Señora de Aparecida.

Yo, sin embargo, menos telúrico, religioso o místico, y absolutamente convencido de que Chávez y el chavismo utilizan el catolicismo romano y las religiones afro e indo americanas en un sentido puramente instrumental, creo que el hombre debe estar más bien encuevado en un sótano, quizá de algunos de los búnker que tienen él, o los hermanos Castro, en Caracas o La Habana, rodeado de su equipo médico, curas, babalaos y shamanes, agobiado de  pinchazos y tubos para el alivio del ritmo cardíaco y las dificultades para respirar, pero concentrado día y noche en las elecciones del 7 de octubre, y haciendo un esfuerzo supremo para reponerse y ser el aspirante del chavismo en el proceso electoral.

Imperativo que surge de las encuestas que establecen que el candidato de la oposición a las presidenciales, Henrique Capriles Radonski,  le ganaría con comodidad a otro postulado del oficialismo que  no sea Chávez, por lo que, unos meses más de vida y en condiciones medianamente presentables, son una variable fundamental para determinar si el chavismo prolonga su vida política más allá del 2012, o muere para siempre.

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