Chávez me recuerda a Stalin
Creo que el conocimiento tardío, pero útil, del Secretario General del PPT, José Albornoz, en el sentido de declarar en una reciente rueda de prensa que “Chávez le recordaba a Stalin”, no le hace justicia al dictador georgiano, quien, si se distinguió por algo, fue por preferir los hechos a las palabras, hacer respetar la majestad del poder en todos sus términos y no exponerse a que, por señales más señales menos, sus enemigos supieran, o adivinaran, todo cuanto planeaba hacer.
Por eso, pienso yo, que sin el genio de Trotsky, el talento de de Bukharin, el carisma de Kyrov, ni las habilidades de Zinoviev y Kamenev, pudo abrirse paso por la estepa de una revolución donde sobraban los héroes, implantando una dictadura personal de casi tres décadas que pasó a la historia como un modelo si se aspira a la autocracia absoluta y total.
Y que se propuso una reorganización raigal de la política, la economía y la cultura soviéticas, que si bien a la postre se reveló como contraria a la naturaleza humana, no quiere decir que no tuvo logros en el orden científico y tecnológico, en la pura y simple sociabilidad.
Puede demostrarse en la enorme y decisiva contribución del pueblo ruso a la derrota de la aventura racista, inhumana e imperialista de Hitler y Mussolini que, es cierto, estaba condenada históricamente al fracaso, pero pedía a gritos la participación de un país y un ejército que evitara que sus males fueran, tanto en la cantidad, como en su extensión, sencillamente incalculables.
Chávez, por el contrario, ha convertido su paso de 10 años por la presidencia de la república en un lamentable espectáculo de circo, en un reventón de histrionismo, chapucería y charlatanería, que, lejos de preparar al país, a sus seguidores y así mismo para acometer el logro de objetivos cohesionadores y trascendentes, lo que hace es predisponerlo para el fracaso y la frustración.
De ahí que, a diferencia de Stalin cuya carrera política puede trazarse de menos a más, de una acumulación de poder que arrancó prácticamente de cero hasta transformarlo en el amo de la más grande nación del planeta, Chávez ha ido de más a menos, de un respaldo popular abrumador que le permitió avanzar en la liquidación de importantes resistencias políticas, militares e institucionales, a este final del 2008 donde será arrollado por una avalancha electoral que lo dejará sin capacidad para mantenerse en la presidencia de la República.
Y todo como producto de la confusión mental que le ha impedido percibir que el auténtico ejercicio del poder es básicamente una consecuencia de la prudencia, casi del silencio, de quienes saben aprovechar las oportunidades porque nunca dejan traslucir que las tienen.
Desgobierno, en definitiva, de aspavientos, de alharacas, de bochinche, de anarquía, de la posibilidad de que sean precisamente quienes más se empeñan en doblarse, en ser sumisos y serviles quienes primero saquen las piezas para poner fin a la vocinglería.
Y debe ser por eso que Chávez, aparte de los miedos de siempre, ande ahora minado de terror, de suspicacias, de sospechas, creyendo que de cualquier lado van a venir por él, a llevárselo, no se sabe si a la cárcel, a al manicomio.
El sábado fue contra el PPT, el PCV, José Albornoz, Oscar Figuera; el domingo contra Manuel Rosales y Pablo Pérez, y después pueden estar seguros que seguirán rodando cabezas, pero en absoluto fuera de la mente de Chávez, que mientras respire seguirá creyendo que es Stalin, Mao y Fidel Castro.
Nadie sabe por qué razones, ya que si se tratara de hacer la revolución entendería que ese el peor camino para hacerla, y si se trata de acumular un inmenso poder personal, también debería saber que es el mejor camino para perderlo.
Todo lo cual no puede llevarnos sino a la conclusión de que estamos ante un ególatra con una rara psicopatía: la de oírse, verse, celebrarse, gloriarse, flagelarse y martirizarse.
Dicen que Mussolini también era así.