Chávez la tragedia concluye
Para los creadores de la tragedia, los griegos, ésa es en definitiva la realización del destino por encima de la voluntad del hombre. El Oráculo señala el inevitable fin y la lucha quedará establecida para siempre entre la necesidad de quien vive su destino inapelable para superarlo, para evitarlo, y el hecho fatal mismo que se impone a pesar de los esfuerzos por zafarse de él. Pero la tragedia es mucho más que eso. Para el sabio Nietzsche, poeta, creador sacrílego, si por tal entendemos a quien con belleza y fuerza, razón e intuición se yergue contra todo aquello que lo oprime, presumo, que digo verdad es, que es su propio destino trágico el que entró en juego en su existencia, redimensiona el conflicto trágico entre dos tendencias que cohabitan en el ser, y crecen en conflicto que no acaba, entre lo dionisiaco y lo apolíneo, monstruosa antítesis, según sus palabras. Pero la tragedia no sólo vive, se realiza en el ser trágico sino que vive también entre quienes vemos cuanto ocurre sin poder evitarlo. Tal vez el Fausto y nuestro Fflorentino logran una nueva dimensión de lo trágico al derrotar a Mefistófeles y a Satanás, pero el juego no termina, sencillamente el diablo pierde un combate, pero el destino del hombre queda vivo en su fatalidad. Con esta caracterización elemental pero cargado con su peso, el no tener mas que la palabra, sigo adelante, me abriga la esperanza de que es la palabra la única capaz si no de superar la tragedia, sí se trata de hacer mas comprensivo el conflicto y hacer bella la vida en su lucha por la existencia libre.
Y de eso se trata, el hombre tiene como destino trágico la lucha por la libertad, condición necesaria para la conquista de la felicidad, ninguna de las cuales, a plenitud, jamás podrá alcanzar. Mientras mas se avanza en la lucha por alcanzarlas más lejana se ponen. Cada vez crecen en cualidad pero cada vez se hacen más distantes las metas, se complican los caminos, se tuercen los trayectos. La ciencia nos ayuda a transitar y a saltar recovecos, nos permite salir de la caverna, pero sobre nosotros siempre pesan Sísifo y Prometeo. El arte nos adentra en nuestra mismidad y nos permite crecer en ese juego cuyo triunfo no llega, no llegará, pero es de ese conflicto no miserable, pero cruel, el que garantiza la consciencia viva de la vida, la necesidad de vivir la vida. Y, entonces, la vida que trasciende está allí en la ciencia, en el arte. Si esta afirmación general es válida para la humanidad toda, según la historia muestra y prueba, demuestra y verifica, los gobernantes tienen un destino aun mucho mas duro. Su tragedia y la tragedia del poder. El poder es trágico en sí mismo. Es el negador absoluto de la libertad. Su propia vida se nutre de la violencia y en grado superlativo vive del terror. De modo que el terrorismo de estado es una necesidad para garantizase su existencia como poder y se condena al ser humano por necesidad del poder, a vivir un estado de terror que, para soportarlo, requiere de la abulia o la ataraxia. La primera nos quita la capacidad de lucha, de decisión vital; la segunda nos condena a vivir muertos por la absoluta indiferencia ante los hechos. Mas, todo gobernante tiene su propia tragedia. Su finitud, su decaimiento, el conflicto entre su propia condición, caracterizado por la avaricia, la lujuria que en él vive y que alimenta con el miedo, la negación del otro como sus mecanismos propios de poder. Y estos, en algún momento entran en contradicción con el poder general que para ahorrar espacio, lo llamamos el poder del Estado. Para superar estas contradicciones inherentes a este tipo de relación, el gobernante requiere como condición necesaria a su existencia, sobrevivencia y permanencia, que los poderes todos estén bajo su propiedad, mucho mas que su propio control. Que el resto de poderes mas que ser controlados y subordinados a él, son mucho más, son su extensiones obedientes, pero macabras. Requiere una generación de idólatras que lo alabe y una masa aun mas inconsciente que no vea al rey desnudo. Y todos sus esfuerzos se orientan para la reafirmación de su poder y él para estar por encima se asume como dios. El poder se hace absoluto en él y él se asume como poder absoluto.
Para limitar la tragedia, en su doble expresión, el estado dictador y el autócrata ejecutor, las sociedades han luchado y crearon las leyes que lo limitan y frenar proponen la tragedia. En ese camino se crearon la división de los poderes, el principio que la anima es sencillo, mientras menos concentrado está el poder mas se diluye y se generan los controles para no desbocarse. En ese camino se crearon las formas políticas, la democracia como su mas acabada expresión, si en ella se respeta al otro, se reconoce al otro, se le garantiza el ejercicio de sus condición humana, sus derechos humanos. La lucha ha sido siempre la misma. La confrontación entre libertad y sometimiento. Entre la felicidad y el terror. Entre la justicia y la sumisión. Entre la cohabitación y la esclavitud. Pero va más lejos la lucha. Limitar el poder, y entonces se determinó la democracia como poder del pueblo, como gobierno del pueblo para el pueblo, como gobierno del pueblo por el pueblo para el pueblo, hasta alcanzar algo mas de cuanto ya era bueno, el control sobre quien ejerce el poder, el no hacerlo inherente al quien gobierna sino a sus cualidades; se avanza a tener acceso a la toma decisiones y para ello se ha combatido en al dirección de desconcentrar el poder, de descentralizarlo, de distribuirlo para que el poder mismo no devore al ciudadano, a quien, en definitiva, corresponde, en esta nueva etapa de la historia, el ejercicio critico de la ciudadanía, y garantizar el funcionamiento ético de la política.
Frente a este modo de actuar, está la tiranía, cuyas diversas formas transparentes unas como las dictaduras sin máscaras, el autoritarismo, la aristocracia, oligarquía, pero también las dictaduras constitucionales, vale decir aquellas que legalizan la actuación del poder concentrándolo absolutamente en el césar. Entre los grandes modelos exitosos, en cuanto que han logrado el poder y mantenerse en él, con el terror en manos, ha habido unos que buscaron darse un basamento filosófico, ideológico, al menos. El Nazismo –Hitler a la cabeza- intentó dar una doctrina justificadora, los arios son el pueblo, la raza, superior, y en nombre de esa superioridad, tienen derecho a gobernar el mundo. El caso Stalin está inscrito en esa misma dirección, sólo que la superioridad la daba el ideario del marxismo leninismo, la superioridad de clase y la razón proletaria por encima de la historia y de la razón crítica. Monstruosa religión atea cuya tragedia era carecer de Dios y en su lugar poner a un ídolo, y sustituir la fe por la idolatría, el culto a la personalidad, para adorarlo. Pinochet llevaba en su alma el anticomunismo como la legitimación de su perversión inhumana. El caso Chávez se mueve, como todo acá, relativamente de modo sui generis. Intenta tener un corpus teórico, su discurso sobre su socialismo del SXXI. Una de las más brutales pero rentables imbecilidades que yo jamás he visto. Socialismo indoamericano, originario, bolivariano, robinsoniano, zamorano, humanista, cristiano…. Pero, el poder de esta mescolanza está en ser eso. Una grotesca mescolanza en la cual está su “originalidad” según sus conspicuos y tantas ves promiscuos ideólogos, pero, tiene un alto grado de manipulación para la conformación de una inmensa falsa consciencia en los de abajo, que les permite disfrutar la miseria como libertad, el odio y la venganza como justicia, la impunidad como inmunidad garante de la libertad para el delincuente. En esto Chávez ha sido exitoso, porque quienes lo adversan no han descubierto la debilidad de este modelo, de una u otra manera claramente inferible de lo dicho. Pero aceleradamente se realiza en él su tragedia: haber jugado a la democracia formal. Ella imponía el juego a la democracia, y a construir su tal socialismo como su perfección. Reafirmar la descentralización y, por sobre todo, afirmar la consciencia para la participación y el control ciudadano sobe los aparatos del estado y control sobre sus elegidos. Se enredó. Se lo comió la forma de la democracia. Hoy para seguir requiere cambiar las reglas, sustituye la ley por la arbitrariedad, y el fundamentalismo idolátrico en vez del pensamiento, aun el obediente. HRCHF no tiene otro camino, su yo no puede soportar el juego democrático, porque el aceptarlo requiere asumir el reconocimiento al Otro y reconocerse perdedor según los casos y ello no es posible, salvo que un milagro, la movilización popular y de la consciencia nacional lo hagan cambiar. En cuyo caso cambiaría por miedo al poder alternativo que se yergue. Si no, se hará dictador. Ya tiene el “talante” necesario y no se si el poder militar lo cual es su fuerza. Será un dictador deificado, porque no tiene ni fundamentos ni dogmas que lo sustenten, el sentido científico y teológico para cada caso, entonces él se erige centro de su propio centro y en el centro de su propio poder. Y todo dictador llega hasta ahí. Ni un paso mas, salvo optar por la muerte y las cárceles para quien lo adverse. Y en tales crímenes está su tragedia, su muerte o su existencia solo como signo, símbolo de la muerte.