Opinión Nacional

Chávez después de la catástrofe

Por aquello de “no mencionar la soga en casa del ahorcado” debemos acostumbrarnos en el futuro inmediato a ver a Hugo Chávez intrínseca y totalmente volcado a los grandes temas de la historia nacional y de la política internacional, en lugar de detenerse en el antes y el después del 2 de diciembre y admitir la enorme responsabilidad que el corresponde en la derrota que ya puede calificarse como la última oportunidad del socialismo del siglo XXI y de la revolución bolivariana.

Prueba irrefutable de ello puede encontrarse en el discurso de 5 horas que pronunció el lunes en el Panteón Nacional con motivo del 177 aniversario de la muerte del Libertador y en cual volvió al juguete que lo tiene como mono con huevo desde hace meses, como es el empeño en denunciar que Bolívar no murió de tuberculosis sino por envenenamiento, y que él, el detective y médico-forense, experto en toxicología y análisis de ADN, Chávez, está decidido a demostrarlo.

Una chambonada de las más repelentes de cuantas se les han ocurrido al “líder máximo de la revolución continental y mundial” en sus 8 años de desgobierno y a la cual había jurado no referirme por lo pestífero, si no fuera porque ya el batallón de comunicadores que reciben instrucciones y sueldos desde Miraflores empezó a llevarla a los grandes medios, sin duda que para ir creando la matriz sobre el neo delirio que a falta de reforma, será la gran pasión y ocupación del chavismo durante el próximo año.

De modo que olvídense del poder popular y los concejos comunales, de las leyes habilitantes y del Chávez liberador de Ingrid Betancourt, de la nueva geometría del poder y de la PDVSA productora de casabe, no, ya el cuadillo se dejó de eso (aparte de que le recuerdan que como estratega, táctico, político y publicista es un fiasco), hay que pasar la página y concentrarse en algo más sustancial a los intereses del país y del mundo, tal se refiere a descubrir y revelar la gran conspiración en que los generales Páez y Santander se aliaron al imperio norteamericano y sus compinches, el imperio español, el imperio inglés, el imperio francés y el Papa, para a través de un médico traidor, el doctor Reverend, asesinar al Padre de la Patria.

Y por esa vía la AN y el TSJ, la Fiscalía General y la Defensoría del Pueblo, la Contraloría y la milicia, el PSUV y los partidos aliados, todas y cada una de las instituciones y organismos del Estado se volcarán a secundar “al comandante en jefe en la demostración de una de sus tesis más geniales e inspiradas” según le oíremos con toda seguridad al rebaño de adulantes en que Chávez ha convertido a los revolucionarios militantes del socialismo del siglo XXI.

¿Y la Última Proclama del Libertador, el documento donde da cuenta a los colombianos de su estado físico y espiritual más allá de toda duda, donde se reconcilia con sus enemigos y los perdona como buen cristiano católico, y hace votos por la felicidad de la patria, la unidad y porque dejemos los odios y nos dediquemos a trabajar en un país grande y común de instituciones civiles y democráticas?
Pues esa es una impostura, una estafa y una mentira urdida por Páez y Santander, gritarán historiadores al estilo de Samuel Moncada, que jamás pudo ser escrita por el soldado, el guerrero, la espada que libertó cinco naciones y es un precursor de Carlos Marx que ya hablaba del materialismo histórico, de la lucha de clases, de la dictadura del proletariado y de que la violencia es la partera de la historia.

Lo sostiene Chávez, el caudillo de Sabaneta de Barinas, el teniente coronel que jamás escuchó unos tiros sin pegar la carrera, sin estudios militares de nada ni experiencias tampoco, que solo conoce de batallas a través de malas lecturas que evidentemente lo dejaron tan descocado que ya no puede vivir sino saltando de delirio en delirio.

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