Chávez: De las guerras de Ahmadinejad, a los negocios de Zapatero
Que Hugo Chávez proclamara desde Damasco que Israel es un “estado genocida, asesino y enemigo de la paz” un mes después de haberle declarado una guerra comercial a Colombia y dos de intentar una frustrada invasión a Honduras, explica el repudio en su contra expresado en las incontables manifestaciones que se realizaron el viernes en el mundo y bajo el lema de “NO MÁS CHÁVEZ”.
Es bueno aclarar que Chávez había llegado a la capital de Siria invitado por el dictador de ese país, Bashar al Asad, procedente de Trípoli, Libia, donde había participado en la celebración de los 40 años de la dictadura de Muamar Gadafi, y un día después, el sábado, tomaba su avión privado, y seguía rumbo a Teherán, a reunirse con otro dictador, el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad.
Allá, con toda seguridad, participaría en ruedas de prensa y mitines donde volvería a proclamar que Israel es un “estado genocida, asesino y enemigo de la paz”, y por tanto, como lo quiere, Ahmadinejad, “merece ser borrado del mapa”, por lo cual era inescapable que Chávez apoyara al programa nuclear de los ayatolacs y anunciara nuevos acuerdos para reforzar la cooperación militar venezolano-iraní.
De Teherán, el teniente coronel seguiría a Moscú, en la que pienso es la visita nº 12 o 14 en los 10 años de su mandato (más de una por año), a reunirse con su hermano Wladimir Putin y el socio del hermano, Dimitri Medveded, confesamente a gastar cantidades ingentes de petrodólares en aviones, submarinos, tanques y radares, dicen los analistas militares que prácticamente en chatarra, pero que Chávez juzga suficiente para amenazar a los opositores venezolanos, a los países vecinos y al mismísimo imperio norteamericano.
No se si antes, o después, pasó o pasaría a visitar a otros dos dictadores, su viejo y dilecto amigo, el presidente de Bielorrusia, Lukashenko, y a una nueva estrella en su colección de hombres fuertes, vitalicios y autoritarios, el presidente de Turmenistán, Gurbanjuly Berdymuyamdov.
No estaba seguro, eso sí, si entre tanto ajetreo, discursos, mitines, firmas de tratados y contratos, y encuentros en palacios, hoteles 5 estrellas, castillos y casas de gobiernos con príncipes, reyes, presidentes, primeros ministros y académicos encontraría tiempo para darse una vuelta por el Festival de Cine de Venecia, donde, el cineasta norteamericano, Oliver Stone, estrenaría un documental para presentarlo “como un hombre de paz”, “demócrata cabal”, “amigo de los pobres”, y “redentor social” y que se ha convertido para los gringos en un problema peor, más temible, que el pudo significar, Fidel Castro, durante “la crisis de los cohetes”, o “sus guerras de África”.
Y por esta conclusión de Stone puede afirmarse, más allá de toda duda razonable, que se trata de un documental de encargo, tarifado, nutrida y eficientemente pagado (¿10, 20, 30 millones de dólares?), de la misma credibilidad del que pretendió hacer Stone cuando las FARC le iban a entregar a Chávez “el niño Enmanuel”, de igual cinismo de aquel que le hizo a Fidel Castro (“Conversaciones con Fidel Castro”) para afirmar “que en Cuba se respetaban escrupulosamente los derechos humanos” mientras en sus narices se fusilaban sumariamente 3 humildes cubanos por intentar escapar de la isla y 70 periodistas eran condenados a penas que sumaban casi 400 años por delitos de conciencia, pero que cuadra muy bien con la egolatría de Chávez ( los venezolanos la llaman “Hugolatria”), quien pasa, rápidamente, de compararse con Bolívar, a sostener que es heredero de Mao, Fidel Castro y el Che Guevara.
Chávez cree, además, que es el enemigo principal, fundamental y esencial de los Estados Unidos, el campesino, hijo de maestros de escuela que nacido en un cambuche, rancho, cueva o cabaña del interior de Venezuela, recibió el mandato histórico de terminar la obra en que fallaron Lenin, Stalin, Mao, Kim Il Sung y los hermanos Castro.
Pero la cita que no se perderá Chávez por nada del mundo, a la que asistirá llueva, truene o relampaguée, para la que tiene todo el tiempo disponible y se cuidará de cumplimentar y honrar, es la que tiene pautada para el 11 del mes en curso en el palacio de La Moncloa con el presidente del gobierno español, José Luís Zapatero.
Aclaramos que es un encuentro que no estaba pautado en la agenda original y que Chávez solo asomó en Trípoli, pero con el rey, Juan Carlos, no con Zapatero.
De todas maneras, un cambio, un barajo, un esguince que nos conduce a la nuez, al núcleo, a la esencia o raíz de este artículo que no es otro que la pregunta: ¿Qué permite, en el mundo y la política contemporáneos, que un caudillo, un comandante, un jefe, decididamente militarista, enemigo de la democracia y amigo y admirador de dictadores como Gadafi, Bashar, Ahmadinejad, Putin y Lukashenko, que proclama que el estado de Israel es “genocida, asesino y enemigo de la paz”, y se identifica con el hombre que proclama su destrucción, sea recibido, saludado y celebrado por el presidente de una democracia constitucional como la española, respetuosa y garante de los derechos humanos, celosa de la independencia de los poderes y de la pluralidad y diversidad que deben imperar en toda sociedad moderna que se precie de tal?
Evidentemente, y sin más desvíos, que la respuesta es: NEGOCIOS, NEGOCIOS y NEGOCIOS, el virus que se ha convertido en marca de las democracia contemporánea, y según la cual, no importa la carga de represión, violaciones de los derechos humanos, muertos, torturados, exilados y heridos que un dictador cargue sobre los hombros, si puede llevar buenos negocios, “ mucho real” a casa.
Cuando digo “real a casa”, no me refiero a las ventajas que puedan significar para los habitantes de un país el que su gobierno tenga relaciones con tal o cual gobierno, sino a las ventajas para las corporaciones, para las transnacionales y empresas globales nativas, que son las que se llenan con los contratos que celebran con los hombres fuertes, con los autócratas y dictadores.
A este respecto, España y Zapatero son un caso emblemático, pues en la agenda de sus “negociaciones” con Chávez, no entra el expediente de los miles de españoles residentes en Venezuela que han perdido sus propiedades, pequeñas empresas, comercios, talleres, y fundos como consecuencia de expropiaciones “revolucionarias” que no se pagan, o se pagan como quiere el dictador, sino el puñado de transnacionales de las finanzas y las comunicaciones que sufren los rigores de la falta de divisas, porque Chávez las controla a través de un férreo control de cambio, y solo se las suministra a las que se portan bien o proceden de los países amigos.
Y sin duda, que esta es la causa del giro intempestivo del periplo de Chávez hacia la península ibérica, de la repetición de los “comprende Hugo, somos tus amigos, te apoyamos en todo a ti y a tus aliados, te comprendemos y no permitiremos que los enemigos de la revolución te despedacen”.
“Yo se que tú gritas a diario, en mitines y declaraciones públicas, que somos unos genocidas, colonialistas, asesinos, y culpables del peor crimen de lesa humanidad que se ha cometido en todos los tiempos, el descubrimiento, conquista y colonización de América, y que después de 500 años, ni el rey, ni yo, ni los 50 millones de españoles podemos escapar a ese estigma, y en cierto sentido tienes razón, pero no se trata de eso, sino de que las empresas españolas de Venezuela empiecen a cobrar sus dólares”.
“Los enemigos de la revolución” son los cientos de miles de demócratas venezolanos y españoles que todos los días manifiestan contra las violaciones de los derechos humanos en Venezuela y los miles de españoles residentes en Venezuela expropiados, que llegaron en los 40 y los 50 huyendo de Franco, hicieron un patrimonio que pensaban legar a sus hijos y nietos, pero que ahora el émulo de Franco (un nombre que al parecer le da dentera a Zapatero) amenaza con arruinar y exilar de nuevo.
En todo caso, un tema para reflexionar y profundizar pero no en este artículo, ni por este periodista, sino por los pensadores que en Europa y América fatigan su tiempo analizando las extrañas características de una democracia que fue capaz de luchar y triunfar contra la amenaza de los totalitarismo en el siglo XX, pero no puede con sus propias lacras, corruptelas e inconsecuencias en el siglo XXI.
Y hablo de Fernando Savater, Giovanni Sartori, Norbert Bilbeni, Mary Kaldor y Ralf Dahrendorf del lado de allá. Y de este, Mark Lilla, Francis Fukuyama, Mario Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner, Mariano Grondona, Fernando Mires, Germán Carrera Damas, Heinz Sonntag, Colette Capriles, Antonio Sánchez, Aníbal Romero, Ángel Oropeza y Carlos Raúl Hernández, para solo citar unos pocos.
En otras palabras: que mientras llegan las reflexiones, los demócratas de Venezuela, España, América, Europa, Asia, África y Oceanía, solo tenemos un medio, una forma, herramienta e instrumento de manifestación y protesta y son las marchas mundiales contra los dictadores, violentos y terroristas como la que se organizó el viernes contra Chávez, y antes contra Marulanda, el recalentamiento global y las dictaduras de todos los signos.
Movilizaciones convocadas por un partido nuevo, como son las redes de millones de usuarios de Internet, los fratelli del Face Book y el Twitter, que pueden hacer lo máximo, porque conocen y dominan lo mínimo a través de la información.
Un movimiento de rechazo que también debe alcanzar a los jefes de estados y gobiernos democráticos que se hacen los locos contra los crímenes de las FARC en Colombia, las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Libia, Rusia, Bielorrusia, Irán y Siria, simplemente, porque los negocios son más importantes que los hombres, y las corporaciones que las sociedades.
De ahí que las próximas marchas deben ser contra los cómplices de los dictadores y por un llamado a los electores de sus países para que les retiren los votos.