Opinión Nacional

Chávez como zombi del alma en pena de Fidel Castro

Chávez, de regreso a Venezuela después de casi un año de incontables aventuras por el exterior, debe haberse encontrado con un país irreconocible, uno en el cual el servicio de luz eléctrica es un bien escaso y vivir una apuesta que puede perderse en cualquier momento en las calles, los sitios de estudio y trabajo y aun en los hogares.

Tampoco hay salud pública en el sentido de que la población -y sobre todo la más pobre-, sea atendida con la eficiencia y urgencia requeridas, ni escuelas donde los cientos de miles de niños en edad escolar puedan decir que encuentran la educación que merecen como ciudadanos del siglo XXI y de un país con recursos, ni ciudades y pueblos limpios, ni caminos vecinales, carreteras, autopistas y puentes en buen estado, prestando servicio y desafiando los embates de lluvias e inundaciones que en el territorio nacional son frecuentes.

Y como telón de fondo: la aguda escasez de viviendas, el paisaje atroz de los millones de venezolanos que se hacinan en barrios, cordones de miseria, ranchos y tugurios sin que se vea la mano de un gobierno fraterno y solidario que, de verdad, le de prioridad a la solución de sus problemas de habitat y puedan decir a la vuelta de meses que cuentan con un techo apropiado para fatigar sus días.

La peor noticia, sin embargo, con que se encontró Chávez a raíz de su aterrizaje forzoso en el país, quizá sea que del billón de dólares (1.000.000.0000 $) que percibió la hacienda pública nacional concluía la primera década del chavezato -y sobre todo, durante los 6 años últimos como consecuencia del alza de los precios del petróleo-, queda poco o casi nada, esquilmada, despilfarrada y vaporizada tan colosal riqueza en una política exterior de gasto incontrolado para convertir a Chávez en el restaurador del comunismo y en un héroe de dimensiones continentales y mundiales, nacido con la misión de destruir al capitalismo, al imperialismo, y al país que los emblematiza, los Estados Unidos de Norteamérica, y construir un mundo de paz, justicia, igualdad y felicidad absolutas.

Para alcanzar tales fines, Chávez también convirtió a Venezuela en un país armamentista y camorrero, en un cliente asiduo de los mercados internacionales de armas y de los perros de la guerra que proveen equipos militares obsoletos y de dudosa eficiencia, pero comprados a precio de oro, con los cuales gusta amenazar a sus vecinos y a los Estados Unidos con guerras que, afortunadamente, solo toman forma en sus desvaríos y delirios.

Ahora, por ejemplo, quiere convertirse en el jefe de una potencia nuclear, una que se plante frente a sus enemigos, y al igual cual hace su socio, Ahmadinejad, el presidente de Irán, los amenace con “borrarlos del mapa”.

De ahí que vendrán nuevos y cuantiosos gastos y rostros sonrientes entre los especuladores que seguirán haciendo su agosto con el ratón que se creyó rey de la selva.

Pero, sin duda, que los despilfarros más ingentes en esta dirección vienen de su empeño ridículo y anacrónico de restablecer la Guerra Fría en una versión caribeña, tropical y cuartomundista, donde la Venezuela chavista haría de Unión Soviética, la revolución bolivariana de revolución rusa, el PSUV de PCUS, y Chávez de Stalin, Kruschev o Brezhniev.

Por eso, la conversión a trancas y barrancas de Venezuela en un país socialista, con una economía cerrada e igualitaria, autárquica y artesanal, estatólatra y conuquera y, para todo lo cual, Chávez ha dirigido por lo menos un tercio del billón de dólares para construir un mamotreto que llama “Modelo de Desarrollo Endógeno”, a través del cual ha ido ahogando el modelo productivo de la empresa privada, para sustituirlo por empresas ineficientes, despilfarradoras de energía y recursos, centros de incompetencia y corrupción que consumen una parte importante del presupuesto nacional.

El resultado es que la economía que consiguió Chávez a raíz de su aterrizaje forzoso en el país, es básicamente monoproductora y monoexportadora, extremadamente dependiente y vulnerable de los mercados del crudo y sin capacidad ni condiciones para ser medianamente independiente, sustentable y autónoma.

De ahí, en consecuencia, que la única política económica viable, fiable y posible en la revolución chavista sea el alza creciente y continua de los precios del petróleo que le permitan al modelo cubrir sus ineficiencias, despilfarros y corruptelas, mientras Chávez navega en la ilusión que es el restaurador del comunismo, líder de la revolución continental y mundial y un héroe que nació con la misión de limpiar el mundo de malezas e impurezas.

O sea, que todo un adicto del petróleo y sus altos precios, como que, además, los necesita para darse ínfulas a nivel mundial, pues, si amanece de mal humor y le corta el flujo a alguno de sus países clientes, lo arruina, aparte de ser promotor de un nuevo eje, el de los petroestados, constituido por países que en cuanto tienen este recurso en abundancia, lo usan para despotizar a sus nacionales y a cualquiera en el mundo que los trate mal y les ponga mala cara.

Pero los altos precios, en la medida que empezaron a caer desde julio del año pasado y pasaron de 120 dólares el barril en que se colocaron a finales de ese mes, a los 62 que promediaron ayer, también tienen sus parpadeos, sus señales confusas y eso es lo que está viendo Chávez desde que regresó de Margarita de la cumbre en la cual recibió a presidentes de África y América del Sur y vio quizá por última vez ese mundo suyo, hecho a su imagen y semejanza y del que sueña ser Gran Cacique o una de sus fichas importantes.

Y es que, llegado a Caracas, empezó a enterarse de que Venezuela es un país casi en tinieblas, donde sus habitantes, desde los más pobres hasta los favorecidos, se achicharran bajos los soles inclementes del recalentamiento global, y las funciones básicas de hogares y sitios de estudio y trabajo tienen que suspenderse, o hacerse con velas u otros artilugios del siglo antepasado.

También se oyen los gritos de las parturientas que tienen que dar a luz en las calles porque no hay cupos en los hospitales y maternidades, o de los enfermos o heridos ruleteados por la misma razón, o los que tienen que esperar semanas o meses por una consulta o examen médico.

Así como de los estudiantes sin escuelas, liceos o universidades, o que les cambian la ley de educación para imponerles un curriculum que establece que el marxismo es una ideología exitosa, el socialismo impera en la mayoría de los países del mundo, Estados Unidos un país en decadencia y China una potencia revolucionaria que se guía de acuerdo a las enseñanzas del Libro Rojo de Mao.

El mundo, en fin, que Chávez se ha creado para su satisfacción personal, en el que simulan creer todos los burócratas de dentro y fuera del país interesados en sacarle la cartera del bolsillo, y en el que -¿qué duda cabe?-, va seguir viviendo, creyendo y soñando, e independientemente que se le caiga encima, lo aplaste, lo entierre y le extinga el último suspiro.

Lo vimos en el primer discurso importante que pronunció después del aterrizaje, el del “Alo presidente” del domingo pasado, y en el cual, del estado desastroso en que encontró Venezuela, dijo que trataría de corregir, por lo menos, el de la salud, trayendo más médicos cubanos.

O sea, con la receta que provocó la quiebra de hospitales, clínicas, dispensarios y ambulatorios públicos, porque al pésimo servicio del personal médico extranjero, se unió la corrupción, el despilfarro y el éxodo de decenas de miles de médicos nativos que perdieron sus empleos.

Y así es en todo: no lo corrección de los males, sino su perpetuación con el aumento de las dosis en las mismas recetas, ya que Chávez, ideológicamente, es un muerto, o como dice un shamán amigo que atiende algunos de mis asuntos espirituales, un zombie o depósito en cuyo cuerpo habitan las miasmas del alma en pena de Fidel Castro.

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