Chávez, Allende, Pinochet
1.- Cometen un grave error quienes comparan la crisis terminal que sacude al régimen neo totalitario de Hugo Chávez con el fin de la dictadura de Augusto Pinochet y se ilusionan con la posibilidad de salir de Chávez como la oposición democrática chilena saliera del general Pinochet: mediante un expediente electoral. La crisis que vive Venezuela no tiene nada que ver con el agotamiento con el agotamiento político que sufriera la dictadura de Pinochet tras diecisiete años de gobierno y el cumplimiento de su programa de reconstrucción nacional. La crisis terminal que vive Venezuela bajo el régimen de Hugo Chávez en realidad sólo es comparable a la crisis que viviera Chile entre 1970 y 1973 bajo el gobierno socialista de Salvador Allende y provocara, con la sistemática destrucción de la institucionalidad democrática de la sociedad chilena y la devastación de su economía precisamente la dictadura restauradora de Augusto Pinochet.. Es una crisis existencial, como aquella, y como aquella la más grave vivida por la república en su historia bicentenaria. Debida al intento de un sector político y social por liquidar la institucionalidad democrática y establecer un régimen socialista, vale decir: totalitario. Mediante el asalto al poder, el copamiento institucional, la liquidación de la propiedad privada y el aplastamiento de todas las fuerzas opositoras y democráticas.
Poco importa que entre el teniente coronel Hugo Chávez y el médico Salvador Allende haya diferencias personales absolutamente insuperables. Que el Dr. Allende Gossens haya sido un aristócrata amable y educado, relativamente culto y respetuoso, de finos modales, caballeroso y civilizado, incorruptible y decente mientras Chávez sea un militarote analfabeta, prepotente y grosero, inculto y brutal, bárbaro, corrupto e inescrupuloso. Ambos coinciden en un propósito mucho más profundo y trascendente que las formalidades del comportamiento personal, un proyecto que llevó a Allende a la ruina y llevará a Hugo Chávez a su perdición: la implantación de una dictadura castrista ajena a las determinaciones existenciales de ambas sociedades, contraria a las exigencias de los tiempos e incapaz estructuralmente de resolver la grave crisis estructural de sus respectivas sociedades. Ambos procesos, provocados por una crisis global de larga data, de semejante duración – la chilena surgida en los años cincuenta que hiciera explosión en los setenta, la venezolana en los setenta que reventara en los noventa – se vio solapada, acelerada y culminada por una crisis puntual desatada por los sectores del extremismo radical que se aprovecharan de ella para asaltar el Poder y provocar la ruina económica y el fracaso del entendimiento político.
El intento por aplastar la democracia chilena y triturar su estructura socioeconómica alcanzó los mil días. En poco más de un año se habían expropiado todas las grandes y medianas empresas, superando con mucho la cifra de quinientas grandes empresas proyectadas inicialmente, todo lo cual bajo la presión del radicalismo, que encontró la manera de burlar las leyes y expropiar a sus legítimos propietarios. Incluyendo la expropiación de restoranes y fábricas artesanales de chucherías. Se expropiaron todos los fundos, fincas y predios agrícolas. Desapareció la agricultura.
Si bien Chile no contaba con los fastuosos ingresos del rentismo petrolero y la cotización del cobre se había hundido en el mercado internacional, el gobierno decidió ampliar su base social de apoyo duplicando los salarios mediante la impresión desaforada de moneda inorgánica. Se contentó en esos primeros meses de 1971 a la población con ese aumento irreal de salarios y hasta se obtuvo la dinamización de la economía, súbitamente acuciada por la demanda. La industria, semi paralizada por la crisis, volvió a trabajar a plena máquina. Hasta que la realidad de esa emisión inorgánica pasó la horrenda factura de la inflación y el desabastecimiento. Si en 1971 la inflación era fue de poco más de un 10%, un año después alcanzó el 260%. En 1973, de no mediar el golpe de estado, hubiera superado el 500%. Chile alcanzó en 1000 días la crisis económica, social y política más grave y profunda de su historia. El golpe de estado se hizo inevitable. Con el concurso voluntario o involuntario de Tirios y Troyanos. Y la tragedia de millones de seres inocentes.
2.- También el proyecto chileno del socialismo mediante el respeto a la institucionalidad contaba con una llave maestra: aprovechar la aceptación popular planteando un plebiscito y convocando a la conformación de una asamblea unicameral, que terminaría por estrangular a demócrata cristianos, liberales y nacionales, modificando la dirección del tribunal supremo y apropiándose del conjunto de las instituciones democráticas. En ese sentido, el proyecto de la Unidad Popular es el antecedente más directo de la revolución bolivariana y las líneas maestras del gobierno de Allende perfectamente comparables con las del régimen de Hugo Chávez.
Razones que permanecen en el misterio obstaculizaron el cumplimiento del propósito de liquidar el parlamento y modificar la conformación de la Corte Suprema de Justicia. Posiblemente, la culpa haya sido del propio Allende, que habrá temido el triunfo del radicalismo extremo del PS y del MIR y la neutralización de sus aliados estratégicos: el Partido Comunista y los sectores reformistas de su coalición. Interesado, como realmente lo estaba, por consolidar su liderazgo antes de avanzar – estrategia del PC chileno – y no de avanzar a troche y moche consolidando el proceso – respuesta del radicalismo castrista, que desafiaba el supuesto reformista de Allende, a quien culpaban de no acelerar el proceso y terminar por imponer la dictadura castrista que los animaba.
Fue la permanencia de los partidos de centro y derecha, mayoritarios en el Congreso, la fortaleza incorruptible de la judicatura y sobre todo el blindaje institucional de las Fuerzas Armadas, a pesar de haber sido neutralizadas por el general en jefe Carlos Prats González hasta agosto de 1973, cuando colapsado por la crisis se viera obligado a renunciar a su cargo, lo que terminó por frenar el avanzado intento por imponer un régimen totalitario en Chile y dejar la comandancia de las fuerzas armadas en manos de quienes no veían otra salida a la crisis que un golpe de estado. Que fuera respaldado por el centro, la centro derecha y la derecha chilenas, junto al empresariado y a amplios sectores populares, mayoritarios en el país. La unión de la oposición chilena y la subordinación de la derecha extrema a la dirección política de la Democracia Cristiana fueron los factores que le dieran base social y política al golpe de Estado.
A pesar de contar con factores tan poderosos como para haber impuesto una salida política – planteada por el Cardenal Silva Henríquez, el mismo general Carlos Prats y a última hora incluso por el PC, que aprobara el plebiscito propuesto por Allende a horas de la brutal intervención de las fuerzas armadas para encontrar una salida honorable a su fracaso, el golpe estrictamente militar se hizo inevitable. El radicalismo de ambos bandos y la extrema polarización fueron el obstáculo insalvable para evitar la tragedia. El arma de la crítica fue suplantada por la crítica de las armas.
3.- Ese es el escenario real que permite la aparición en escena de Augusto Pinochet, respecto del cual la comandancia del golpe no tenía ninguna confianza. Pues no participó sino hasta último minuto del montaje y preparación de la conspiración armada. Hasta 48 horas antes del 11 de septiembre de 1973, el almirante Merino, jefe de la armada, desconfiaba absolutamente de su eventual respaldo y lo consideraba un militar leal y fiel a Salvador Allende. Llevaba un mes en la comandancia general del ejército, puesto a la cabeza de las fuerzas por el propio Carlos Prats González, y Allende confiaba ciegamente en su lealtad.
La historia que sigue es de todos conocida. Tras el espanto y la represión, Pinochet, asesorado por uno de los más brillantes equipos de economistas y respaldado en pleno por las fuerzas políticas del establecimiento democrático – desde la democracia Cristiana hasta el Partido Nacional – así como por el conjunto de las fuerzas armadas, que lo consideraron su líder indiscutible durante los diecisiete años que durara su gobierno, logró el milagro de la solución a la crisis estructural que arrastraba su país desde el ascenso del general Carlos Ibáñez al poder en 1952, agudizada por los gobiernos del empresario Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964), el político socialcristiano Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y el líder socialista Salvador Allende Gossens. Provocando la reforma más profunda y radical de la sociedad chilena en el último siglo e iniciando un proceso de recuperación económica e institucional que creó las bases para la modernización y la globalización de la economía chilena, la superación de la dictadura y el restablecimiento de la democracia liberal en Chile. Tras veinte años de Concertación y una sólida y estable democracia, Chile ocupa el 6º lugar en el mundo en calidad de vida, se encuentra a la cabeza del desarrollo socio-económico en la región y se apresta a ingresar al primer mundo.
Tal progreso se debe a que la Concertación no se vio enfrentada entonces, como la oposición venezolana hoy, a la devastación, la inmoralidad, la ruina y el saqueo de una nación exangüe, atropellada y violada en todos sus fueros por un tirano despótico y una camarilla castro comunista. Chile, en octubre de 1988, al momento de celebrar el plebiscito que debía decidir si aprobaba la continuación del mandato del general Pinochet o lo devolvía a sus cuarteles, no era una tierra arrasada por la irresponsabilidad, el crimen, el saqueo y la corrupción ni en riesgo de convertirse en una dictadura castro comunista. Sus fuerzas armadas estaban incólumes. Su sistema judicial, a pesar de los abusos cometidos durante la dictadura, no se hallaba medularmente corrompido como el de la Sra. Luisa Estela Morales. No había jueces presos por cumplir la ley. Ni el territorio había sido entregado a la soberanía de una miserable dictadura extranjera. No servía de plataforma del narcotráfico ni de aliviadero a las narco guerrillas. Y su poderío militar se encontraba intacto.
Más aún: la propia constitución pinochetista fijaba la agenda de las decisiones existenciales de la sociedad chilena. Y nada hacía presagiar la burla y la violación de sus principios por un militar golpista, avieso y traidor. Importantes sectores de la derecha chilena, que habían acompañado a Pinochet durante los años más cruciales de su mandato, favorecían la necesidad de ponerle fin a la dictadura y abrirse a la redemocratización de la sociedad chilena. E incluso, miembros de la Junta de Gobierno presidida por el capitán general Augusto Pinochet, como el general Mathei, de la Fuerza Aérea de Chile, consideraban que ya había llegado el momento de devolverle el poder político a la civilidad chilena. Propugnando el retorno de los militares a sus cuarteles, ya cumplida la labor de recomposición, reconstrucción y desarrollo nacional.
¿Comparable con esta crisis terminal que nos tiene al borde del abismo? De ninguna manera. Insistir en el error puede acarrearnos graves desencuentros. Nada mejor que conocer a cabalidad el enemigo que enfrentamos. Y dejar de lado falsas ilusiones.