César Borgia y Ramiro DOrco
Una historia de desamor de, al menos, cinco siglos atrás
En estos días se ha recordado mucho el caso del Comandante Ochoa, uno de los más cercanos amigos de Fidel Castro, a quien éste hizo fusilar, ya convicto y ya confeso, por traficante de drogas; para demostrar que, al defenestrar a Jesse Chacón por los tejemanejes de su hermanito y presunto protegido, el mandamás miraflorino no hacía más que seguir al pie de la letra el original escrito por el cubano.
En verdad la cosa viene de mucho más lejos, y tampoco Fidel estaba inventando nada: hace ya cinco siglos, Maquiavelo recordaba una sangrienta jugada de César Borgia.
El pan cotidiano El Valentino, como también lo llamaban (los Borgia eran españoles, de Valencia), tenía como mano derecha, o si se prefiere, como brazo ejecutor al siniestro Ramiro D’Orco. César ordenaba, y D’Orco obedecía: despojos inicuos, torturas indecibles, asesinatos crapulosos eran el pan cotidiano de los súbditos del Valentino.
Como la gente veía obedecer a quien obedecía, pero no veía ordenar a quien ordenaba, era Ramiro D’Orco el centro de todos sus odios, el objeto de todas las prometidas y sangrientas venganzas futuras. Seguramente, después de presenciar algunos de sus crueles crímenes, no faltaba el ingenuo que dijese que César Borgia no sabía nada de eso, y éste se cuidaba muy bien de desmentir ese comentario. D’Orco, sumiso, continuaba llenándose de sangre las manos, bebiéndola a grandes tragos como el más añejo vino.
«No sabía nada» Hasta que un día, César Borgia lo hizo arrestar y ejecutar. Cortó su cadáver en grandes partes, que hizo colgar en la plaza pública. Daba así gusto a quienes habían sufrido o se habían horrorizado por esos crímenes que él mismo había ordenado cometer; proyectando la imagen de príncipe justo, pretendiendo que «no sabía nada», como algunos seguían repitiendo en la calle.
El ejemplo ha sido copiado con rara aplicación por tiranos y aspirantes a tales. En 1934, Hitler en persona dirigió aquella purga de los dirigentes de las SA, llamada «la noche de los cuchillos largos». Las SA era el ejército del partido nazi, el ejecutor de todas las fechorías callejeras del hitlerismo, cuyos jefes, una vez llegado el suyo al poder, se creían todo permitido; y habían llegado a exasperar no sólo a la calle sino sobre todo el Ejército, cuyo apoyo era fundamental para el Führer.
«El padrecito Stalin no sabía» Los mayores jefes de las SA fueron así eliminados, en primer lugar a su jefe, el Capitán Röhm, quien creyéndose víctima de un complot antinazi, murió gritando «¡Heil Hitler!».
Stalin no se le quedó atrás, haciendo eliminar también sistemáticamente a los jefes de su odiada policía política, y nunca faltaban quienes dijeran que de todos sus crímenes masivos, «el padrecito Stalin no sabía nada».
Incluso nuestra irreverencia sacrílega, que nos lleva a pensar que esas actitudes son atributo inseparable del Poder, de todo Poder, nos hace preguntarnos si el Todopoderoso no dio el primer ejemplo echando del paraíso al más cercano y amado de sus ángeles, a la más bella luz de su cohorte celestial, a Luzbel.
La historia de Luzbel La Biblia habla de que ese hermoso ángel estaba convertido en un casi vicioso trotacuarteles, buscando soliviantarlos para desestabilizar y derrocar a Dios Padre. Pero no es imposible que otra historia sea la real: para cubrirse las espaldas cuando en alguna de sus célebres cóleras se le iba la mano decidió prescindir de los servicios de su mano derecha, lo hizo acusar de todos los crímenes (de los cuales Su Infinita Sabiduría y Omnisciencia no podía pretender que «no sabía nada») y lo mandó al Infierno
Pero, ¿porqué irse tan lejos teniendo a mano ejemplos criollos y vernáculos y por cierto, muy exaltados e invocado como genios tutelares por los actuales gobernantes? El ejemplo del que hablamos proviene nada menos que de Ezequiel Zamora. El «Valiente Ciudadano» había hecho incorporar a los ejércitos federales las hordas de Martín Espinoza.
Con nombres de animales Un hombre de quien es fama que en su odio asesino no le conmovían «ni los gritos de los niños ni los lamentos de las viudas». A los jefes de sus falanges los rebautizó con nombres de animales feroces y se comportaban como tales : León, Tigre, Hiena& A las filas de Espinoza pertenecía también el brujo Tiburcio, a quien el propio Zamora abrió la iglesita de Paso Real para que, vestido con la túnica de la Virgen, pronunciase desde el púlpito su espantosa arenga, hoy bastante conocida: «Vámonos a Caracas con el general Zamora, a matar a todos los ricos, a todos los blancos, a todos los que sepan leer y escribir»& Hasta que un día, Zamora se dio cuenta de que Espinoza ya no le servía, que era más perjudicial que beneficiosa su presencia en las filas federales, y sin que se le erizase el mítico bigote, lo apresó y lo fusiló en plena plaza pública.
Como ya nombramos a los Chacones Escamillos no podemos decir que todo parecido con personas vivas o muertas es pura coincidencia.
PD: Resucitó Carrasquero, para meter la pata otra vez. Según su sumisa (no novísima) argumentación para apoyar la idea del Jefe de acabar hasta en el texto con la separación (que ellos llaman púdicamente «división») de poderes, el iletrado letrado dice que esos poderes deben ser «colaboracionistas». Así llamaban en Francia a los franceses que colaboraron con el invasor alemán, y que pensaban, como los nazis, que no debía haber división de poder, que todo el poder debía ir al Comandante en Jefe, Adolf Hitler.