Celularitis
Hoy en día es casi imposible imaginarnos cómo eran nuestras vidas antes de tener los teléfonos celulares. El uso del celular soluciona problemas, ahorra tiempo y acorta distancias a su mínima expresión. Pero como todo en la vida, cuando se pasa del uso al abuso, se convierte en algo insoportable.
El celular causa adición inmediata, pues quien lo adquiere raramente puede prescindir de él. Ha causado accidentes y hasta la muerte de personas que se distraen con él mientras manejan.
Pero el abuso del celular no es mortal, afortunadamente. Pero sí es síntoma inequívoco de pésima educación. Tomemos los conciertos, por ejemplo. La sonadera de celulares es evidente y vergonzosa. Es inútil pedirle al público que apague sus celulares: suena uno, sueno otro, suena otro. Hace poco, el Maestro Abbado detuvo la orquesta, y después de una pausa que habló más que mil palabras, reinició el concierto. Unos minutos más tarde, sonó de nuevo un celular. Otro tanto hizo Gustavo Dudamel en un concierto con la Orquesta Sinfónica de Venezuela, a pesar de que segundos antes de comenzar el concierto Alejandro Ramírez, Presidente de la OSV, había pedido expresamente que apagaran los teléfonos. En otro concierto al que asistí un celular con tono de salsa repicó por encima de los violines, ¡y su impertérrito dueño no sólo atendió, sino que también habló!
En la presentación de un libro hace unos meses sonaron no menos de 30 celulares. Para mí sigue siendo inexplicable cómo después de que sonó el primero la gente no apagó sus teléfonos.
El colmo es la sonadera en las ceremonias religiosas: bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y misas no son la excepción. Me contaron de un matrimonio en el que le sonó el teléfono al padrino, con una voz robótica que ordenaba «¡atiende el teléfono!». En el Bar Mitzvah del hijo de un amigo, mientras el muchacho leía los textos de la Torah, los celulares repicaban y sus dueños atendían. No sé cómo será en las mezquitas porque hace tiempo que no entro en una.
Una de las maneras más fáciles de convivir es ponerse en el lugar del otro. En estos tiempos en los que relajarse cuesta tanto, por favor, no le eche a perder los últimos reductos de distensión, relajación y distracción a su prójimo: ¡apague su celular!