Opinión Nacional

Castración de la esperanza

A menudo se echa en cara ante la juventud el creer que el mundo comienza con ella. Cierto. Pero la vejez cree aún más a menudo que el mundo acaba con ella.

¿Qué es peor?

Christian Friedrich Hebbel

Poeta y dramaturgo alemán

 

A mi nieta Irene

Nos encontramos en los albores de un nuevo año. Un libro con las páginas en blanco y que nosotros, solo nosotros, seremos los encargados de escribir con nuestras palabras —verdaderas o falsas— y con nuestros actos. Tenemos frente a nosotros un lienzo inmaculadamente blanco en el que imaginamos imágenes maravillosas que nosotros deberemos pintar. Que más da que sea un lienzo o un libro; en definitiva es una ventana abierta a la esperanza. Fuera de esa ventana aún no hay nada, pero tenemos la ilusión de hallar ese paraíso ideal que todos anhelamos y al que llamamos futuro. Un futuro que habremos de hacer realidad entre todos y cuyo motor principal generador de energía —como siempre ha sido en la historia de la humanidad— debería encontrar su origen en nuestra juventud.

Recientemente, mi nieta de veinte años que cursa su segundo año de estudios universitarios, me mostraba gozosa un trabajo realizado conjuntamente con un grupo de compañeros. El mismo se me reveló como un hermoso fruto del que se desprendía la fresca fragancia que emana siempre de la juventud; era la enriquecedora cosecha producida por la aportación de cada uno de los miembros del equipo; la obra que proyectaba la ilusionante alegría y multicolor luminosidad con que la mocedad contempla siempre el futuro; la suma de una conjunción de esfuerzos y voluntades de la que se desprendían la incontenible pujanza y vivacidad propias de los espíritus con vocación de conquistar el infinito, de tenerlo a su alcance.

Sentí alegría y admiración por tantos y tantos grupos de jóvenes, que como este, se aplican con decisión y entusiasmo a construir su futuro adquiriendo esos conocimientos que mañana les serán necesarios, no solo para consolidar su medio de vida, sino para ser útiles a la sociedad, y al mismo tiempo, pensé en el oscuro y dudoso mañana que tienen en el horizonte.

Los jóvenes son conscientes de esta situación. De hecho, un 62% declaró en una reciente encuesta que «la crisis económica actual tendrá un impacto muy negativo en su futuro profesional y personal». Un 46,3% de la generación comprendida entre los 15 y los 24 años, declaró su falta de confianza en un futuro prometedor y más de uno de cada tres, considera que: «por muchos esfuerzos que hagan en la vida, nunca conseguirán lo que desean», a lo que añaden su falta de confianza en un futuro prometedor, independientemente de la crisis.

Para la casi totalidad de los jóvenes —el 92%—, el ocio es bastante o muy importante, porcentaje similar a la significación que dan a las amistades, los estudios e incluso a la formación y competencia profesional, amén del proyecto vital indispensable sobre el que construir su vida, que es la emancipación. Con respecto a los problemas que amenazan su futuro, se encuentran en primer lugar el paro, seguido de otros aspectos como son: la droga, la vivienda, la inseguridad ciudadana y en general, la falta de un horizonte claro y definido.

Muy oscuros nubarrones son los que amenazan a nuestros jóvenes que pueden ver agostado el fruto de sus sueños antes de que aparezca la flor de sus esfuerzos. ¿Pero quienes les han conducido a esta desalentadora situación? No recurramos a ese concepto etéreo e intangible —tan socorrido cuando no queremos enfrentarnos con la auténtica verdad— al que denominamos sociedad. Eso sería ponernos de perfil y mirar hacia otro lado. Los responsables de que hayamos llegado a la actual tesitura —unos en mayor medida que otros— son los partidos políticos y todos los gobiernos habidos desde la transición hasta ahora.

Antes que de solventar los problemas que nos agobian y nos asfixian —salvo escasas y honrosas excepciones— los políticos solo se han preocupado por el dinero y la situación de privilegio que les proporciona el poder; creen ser algo sin serlo; no solamente ignoran las dificultades por las que atraviesa la población, sino que con sus visionarias e interesadas ideologías, van cercenando progresivamente nuestras libertades individuales, nos hunden en situaciones insostenibles que estrangulan nuestro futuro y nos sumergen por décadas en la sima del atraso y el subdesarrollo.

Uno de los temas más alarmantes para cualquier ciudadano preocupado por el porvenir, es sin duda la formación de nuestro país, paladín del fracaso escolar, líder del desempleo, número uno en falta de preparación técnica a cualquier nivel, campeón en desconocimiento de otros idiomas y triunfal sostenedor de la desmotivación de nuestra juventud. Buen palmarés el de nuestros políticos que se creen seres superiores sin ser dignos de nada.

Pero ¿Dónde está hoy la rebeldía natural de la juventud? ¿Dónde esta la nobleza en la que anida el deseo de justicia, el afán de la superación, el espíritu de renovación, la curiosidad por lo nuevo?

El hecho de que cerca del 80% de los jóvenes españoles consideren como su máxima aspiración el ser funcionario, deja ya claro que en nuestro país está fracasando la libertad, la capacidad creativa, la iniciativa personal, el espíritu de superación y en definitiva, el deseo de conquistar un destino más prometedor que la realidad actual que nos rodea.

Al parecer, por los tiempos que corren, la desesperanza se ha adueñado de una juventud que en el siglo XXI, es depositaria de un legado saturado de decepciones. Ser joven ahora, es padecer a consciencia el desengaño, el fracaso, la frustración, la falta de sueños, de héroes, el dejamiento que produce el miedo a la equivocación, la amargura y la vacilación, la retracción ante el problema y el ansia de la seguridad existencial que el consumismo y la uniformidad ofertan; ser joven no es una cuestión de edad. Ser joven, es conservar viva la ilusión en el alma y despierta la capacidad en el espíritu para soñar; es vivir con intensidad y lleno de fe el corazón.

Pero estos son otros tiempos; la juventud se malogra apenas aparece en ese momento en que la actividad y la sana búsqueda de sí mismo se desata. Nos han implantado un sistema de regulación que ordena y mitiga toda búsqueda de autenticidad, hay una desorientación frontal de los jóvenes del no saber qué hacer con su innato brío vital. La juventud anda desorientada en un mundo virtual y ficticio sin coordenadas propias, desbordante de leyes impositivas y disciplinarias, que bajo la apariencia de falsas libertades, no son otra cosa que patológicos e inviables afanes de igualitarismo, bridas contra la originalidad, la crítica y la resistencia.

Nuestra juventud es acosada por un estilo de vida impuesto desde el poder, sumida en el anonimato de las estadísticas, inmersa en la erotización de una sociedad cuyo valor preferente es el del ocio, dominada por el desencanto de la realidad cotidiana, urgida por la premura de la tenencia y angustiada por la incertidumbre del porvenir. Todo ello produce como fruto un avejentamiento prematuro de su espíritu.  ¿La causa? La monótona responsabilidad periódica de cumplir con la abrupta tarea de encontrar su lugar en la sociedad. Son estas y no otras las razones que llevan a nuestra mocedad a olvidar los nobles ideales que siempre fueron su bandera.

En las presentes circunstancias, nuestra juventud está condenada a vivir en el “ahora”, algo tan efímero que reduce la realidad existencial, porque cuando desaparece el horizonte para extender la acción y su creación, la vida se acorta. Un ahora sin pasado y sin porvenir, es sólo un instante, un suceso fracturado en el tiempo.

Vivir solamente el ahora, supone la ruptura histórica de ignorar al pasado; permanecer en la perspectiva de la inmediatez, no perseguir sueño alguno por la falta de proyecto por lo que se espera ser y por lo que se debería esforzar cada cual y todos en comunidad.

Deberíamos meditar muy seriamente sobre la posible recomposición, reintegración o reordenación de la vida, pero ello únicamente en función de que nuestra propia existencia vuelva la cara hacia las bondades de la juventud y hacia la responsabilidad y acciones basadas en la prudencia que requiere madurez para comprender —no lo que sobreviene o lo previsible— sino lo que humanamente es posible hacer, es decir, el porvenir. Un porvenir que sólo es viable si está cimentado en una vocación racional conjunta, esforzada, desinteresada y esperanzada de la juventud que es la llamada a sostener el empeño y la indiscutible alegría de ser y hacer, de crear y creer constantemente en la generosidad de los días, en el cultivo de la amistad, en la cercanía de los seres amados, en el empeño por un mejor vivir, en la eroticidad misma de la existencia que lucha y protesta contra un régimen de vida sometido por las forzosidades impuestas. Porque un joven sin alegría y sin esperanza, no es un joven auténtico, sino un hombre envejecido antes de tiempo. Y cuando la juventud pierde el entusiasmo, el mundo entero se estremece. Por ello, como quiera que en los últimos años hemos  dilapidado el inconmensurable activo que constituyen dos generaciones, deberemos de ser nosotros, las generaciones maduras, quienes les estimulemos a volar aunque no tengan alas, porque ni los músculos doloridos, ni los huesos cansados por la edad, son capaces de quitarle la frescura a unos corazones enamorados de la juventud.

Tal vez algún día dejemos a los jóvenes inventar su propia juventud.


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