Opinión Nacional

Carter ante Chávez: ¿cómo fingir frente a un impostor?

La más reciente visita Jimmy Carter al país demostró una vez más por qué en los Estados Unidos dicen que él es mejor como ex Presidente que lo que fue como Presidente. Hecho el musiú le dijo a Hugo Chávez que no había evidencias de fraude, ni de ninguna otra clase de estafa, en la recolección de las firmas, y, además, logró que la obediente mayoría oficialista que controla el CNE, autorizara el acceso de observadores internacionales a todas las áreas de verificación de las rúbricas. Carter, con sus finas maneras no siempre aceptadas por la oposición, trazó una línea de demarcación con el Gobierno. No se dejó encandilar con los fuegos artificiales que le lanzó el Comandante. Ni la lista de los programas sociales, ni las hermosas costas pintadas del mar de Bolivia, distrajeron la atención del premio Nobel de la Paz. Se nota que el hombre está acostumbrado a serpentear las maniobras distraccionistas de personajes locuaces como Chávez. Ante el impostor fingió credulidad.

Sin embargo, a pesar de las conquistas, el breve paso de Carter por estas tierras no despejó todos los problemas ni abrió todos los caminos que conducen al revocatorio. Lo único que hizo fue pavimentarlos con una delgada capa de asfalto. El trabajo duro con pico y pala todavía queda por hacer. Chávez no descansa en su labor de preparar el terreno para descalificar las firmas y satanizar El Reafirmazo como un megafraude. Extraño argumento este, por cierto. Si la oposición fuese capaz de organizar una estafa con el respaldo de millones de personas y ante la presencia de la televisión, la radio y cientos de corresponsales venezolanos y extranjeros; es decir, si fuese tan eficiente, ¿cómo es que aún no ha podido sacar a Chávez del poder? ¿Cómo es que una disidencia tan ducha en el arte de engañar, no ha podido convencer a una parte importante de la comunidad internacional, que continúa pensando que Chávez es un Presidente demócrata? Según la tesis del Gobierno, la oposición actúa como una especie de David Copperfield al revés. El mago norteamericano logra “desaparecer” el Expreso de Medio Oriente o la Estatua de la Libertad ante la presencia atónita de miles de espectadores incrédulos. Por el contrario, según Chávez, la oposición hace aparecer millones de firmas y millones de personas en largas colas, cuando la realidad es otra. De acuerdo con Chávez, los medios de comunicación y la Coordinadota Democrática construyeron una ficción que al único que no alcanzan engañar es al sagaz jefe del Estado, quien con su mirada de águila traspasa las fachadas que edifica la oposición, hasta morder la nuez de la verdad.

Este razonamiento manido y obtuso de Chávez seguramente no convenció al veterano político norteamericano. Advertido por Schapiro y Gaviria sobre las malas artes del líder de la revolución bolivariana, Carter debe de haber percibido desde su primer encuentro con el Presidente, que éste mentía y que trataba de utilizarlo para descalificar un proceso transparente y contundente como la recolección de firmas. No obstante, fingió creerle.

Otra cosa que debe de haber sorprendido a Carter es la desconfianza de Chávez y del árbitro electoral en el pueblo. Un valor sagrado para los norteamericanos es la confianza en la buena voluntad de la gente, especialmente del elector. Para el ex Presidente de Norteamérica debe de resultar muy extraño que el CNE presuponga la mala fe del firmante. En los Estados Unidos no existe ningún órgano equivalente al CNE. No hay ninguna cúpula del Poder Electoral que intervenga en los procesos comiciales. La gente vota hasta por correo para la elección del Presidente de la República. En las elecciones presidenciales de 2000, en las que triunfó George W. Bush, el candidato del Gobierno, Al Gore, ganó entre los electores (sacó más de 300.000 votos por encima de Bush), pero no obtuvo la presidencia debido a que había perdido los Colegios Electorales, esas complejas instancias que deciden la suerte de los abanderados presidenciales. El candidato oficialista de la nación más poderosa de la tierra, de la única superpotencia mundial, aceptó la derrota sin aviso y sin protesto. Ninguna amenaza. Ninguna intimidación. Ninguna denuncia de fraude. Sólo las inevitables escaramuzas propias de los torneos electorales en los que está en disputa el poder. ¿Podremos imaginarnos a Chávez haciendo algo parecido en una justa donde él participe, o donde intervenga, digamos, su pupilo Diosdado Cabello? Si por unas simples firmas para pedir un revocatorio cuyo desenlace todavía no está decidido ha armado tal escándalo, ¿qué no haría para preservar el poder en el caso de que se viera seriamente amenazado?
Para Carter toda esta historia tiene que resultar grotesca. Parte de las extravagancias propias del subdesarrollo. ¿Por qué tienen que movilizarse la OEA, la Unión Europea, los países amigos, el Centro Carter y hasta El Vaticano para garantizar un derecho establecido en la Constitución? ¿Por qué el Presidente de la República tiene que asumir a priori y sin que nadie le haya conferido esa atribución, competencias que corresponden al Poder Electoral? ¿Por qué en una democracia se desconfía tanto del ciudadano, hasta el punto de considerarlo reo de la justicia antes de haber concurrido a las urnas electorales? Todas estas preguntas deben de rondar la cabeza del desconcertado Carter. Su propio país hace apenas unos años pasó por un trance que pudo haber desestabilizado a la nación entera y haber tenido repercusiones negativas a escala mundial, y, sin embargo, nada de ello ocurrió. Privaron las instituciones. Aquí se pretende que predomine la voluntad de un autócrata. Con su actitud Carter desenmascaró al farsante..

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