Opinión Nacional

Cartago delenda est

“Hay que destruir a Cartago”: así terminaba sus discursos el senador romano Catón el Viejo, obsesionado por destruir la ciudad del norte de África, sede del imperio mediterráneo que tanto había humillado a Roma, bajo Aníbal, 200 años antes de Cristo.

Hoy en día, emulando a Catón, el comandante que gobierna a Venezuela, en sus peroratas de Aló Presidente o en las interminables cadenas radio-televisivas, no deja de amenazar con destruir. La destrucción con la que tanto amenaza el comandante no es la de la ciudad de un imperio rival, como era Cartago, sino de todo lo que tenga éxito económico o social que no provenga de su acción o voluntad casi imperial.

Recientemente, enfurecido por el éxito del grupo empresarial más importante de Venezuela, el conjunto de empresas Polar, amenaza con destruirlo. “Lorenzo Mendoza”, dice: ““Para que me llames tirano con más ganas, Mendoza: Si sigues mamando gallo te voy a quitar todita la Polar, hasta la última planta que tienes, ya te lo estoy advirtiendo, Mendoza”. Añade que si se la quita no le va a pagar con dinero “cantante y sonante”, sino con papeles —y ya sabemos lo que valen los papeles de la República Bolivariana.

Está diciendo que hay que destruir algo que le molesta: un importante grupo del sector privado —ese sector que considera su principal enemigo— porque se da cuenta de que tiene éxito, que crea y asegura fuentes de trabajo, que protege a sus obreros y empleados y que hace labor social de manera mucho más eficiente que la del régimen.

La expropiación de empresas no es otra cosa que su destrucción y uno se pregunta: ¿Qué hay detrás de todo ese afán de destruir? Una explicación es que, ante el pavor de la crisis que se avecina, con un barril de petróleo a menos de $ 40, el comandante quiere sembrar la idea —valiéndose de su ilimitado poder de comunicación— de que la escasez y la carestía le son imputables a un sector privado que sólo piensa en ganar dinero. Otra es que ante el fracaso de su obra de gobierno, no puede permitir que otros sectores tengan éxito y no se trata sólo del éxito del sector privado, también quiere anular todo plan de desarrollo sustentable que adelanten las gobernaciones y alcaldías que no sean oficialistas.

Lo de Polar no es reciente. Hace tiempo que le tiene la vista puesta. Hay algo jocoso en todo este: desde el inicio de su trágica década ha venido sosteniendo que el mundo tiene que volver a ser “multipolar” que requiere otros polos desaparecidos desde la caída del muro de Berlín. Ahora quiere acabar con Polar, un verdadero polo de desarrollo que hay que reproducir en toda América Latina. En ese afán de destruir, llega a extremos ridículos: en el campeonato mundial de béisbol, en el juego entre Venezuela y Estados Unidos, uno de los narradores dijo que —seguramente bajo presión oficial— no se había aceptado el patrocinio de Polar porque era “una empresa que nada hacía por el deporte”. ¡Qué osadía!

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