Carta de un sudaca
Querido papá:
Recibí tu misiva digital, aquí dolió y gustó mucho entre los muchos que cada vez somos, para serte sincero, hubo más llanto que sonrisas. Pero, en eso estamos, intentando ser felices a pesar de los chéveres chaveres.
Por acá los encarnados enchufados nos vacilan, nos reclaman nuestra permanencia, nos enrostran nuestra traición; en el consulado no nos pueden ni ver, en la embajada nadie somos ni quieren que seamos, así que nos pasamos la vida entre nosotros, anhelando y suspirando en esta ficticia patria de hojalata ¡No hay tequeño como el de mi abuela, ni hallaca como la de mi mamá! Es mi pure, el país que todavía palpita en este corazoncito de pueblo maltrecho, de país sumido en la distancia ese que nos comemos en cada arepa sin telita.
Papi ¡qué paradoja! acá nadie nos insulta por pensar diferente, no nos eructan ni nos pean, ni nos orinan ¡bueno! de vez en cuando, nos dicen sudacas y gilipollas como para insultarnos y establecer una distancia entre los que son de un mundo primero y los que venimos de otro tercero. ¡Duele! Pero no tanto, lo que más lacera es la distancia, no la física, sino la otra, la que nuestros gobernantes establecen señalándonos como verdaderamente extranjeros, porque, pensamos distinto, no queremos ser igualitos, rojo – rojitos, camisas negras, pardas, cara al sol, ni boinas colorás, ni poner la foto del caudillo en el living de nuestro hogar.
No te engaño viejo, la vaina está mal, no nos atracan ni nos secuestran, pero lo que podemos haber sido, estudiado, por lo que nos quemamos las pestañas, no vale para un carajo; aquí estamos ilegales e informales como allá, en la Gran Vía, pero sin cadenas presidenciales, ni listas parlamentarias, ni círculos motorizados ni comisiones para existir, intentando ser buenos ciudadanos, al margen es verdad, como los de esta republicana monarquía.
De mis estudios nada, el postgrado cero, la Bolívar ya no es la Simón, es por aquí bolivariana rojita sin rango en el escalafón… Bueno viejo, te dejo, porque tengo que servir una caña róyale y una porción de tortillas majas a nuestro bolivariano Embajador que nunca viene sólo al Mesón Imperial, sino acompañado por sus dispendiosos amigos del Proceso aquí en Madrid Capital.
Te quiero viejo, ojalá CADIVI te autorice la prepago, porqué aquí no comen cuento con eso de la igualdad, aunque la monedita de mil se parezca al circulante de casi todos los europeos: euros y más euros se pagan duros, muy lejos, del precio oficial.
La Maricuca, así la llaman estos cabrones, te pide también la bendición.
Tuyo.
Ezequiel Zamora González Ruiz
PD: ¿y ese nombre, es qué cuando nací te fumaste un salchichón?